Rumbo al Oeste: de Bucarest a Madrid en autobús

Pablo Moraga
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Pablo Moraga regresa a España tras hacer cima en las siete montañas más altas de Rumanía en una semana

Lionel y su familia se dirigían a Tomelloso para trabajar en la agricultura. - Foto: Pablo Lorente.

Son las cinco menos cuarto de la mañana. Aún es de noche. Matei y yo conducimos a través de las calles de Bucarest. Las aceras están vacías de personas y en la carretera tan sólo nos cruzamos con algunos taxis. El tranvía sigue funcionando y puedo ver las siluetas oscuras de algunos pasajeros a través de sus amplias ventanas.
Estas son mis últimas horas en la ciudad y estoy nervioso; a partir de ahora continuaré mi viaje solo y tengo un nudo en el estómago. Noto una sensación parecida a la de comenzar una escalada difícil. Esta misma tarde, mientras escribía en el escritorio de Matei, mi compañero me ha ofrecido su casa durante los últimos días, un avión cruzó el cielo detrás de la ventana. El aparato giraba despacio mientras ganaba altura y dejaba atrás los edificios de Bucarest. A esa altitud los pasajeros probablemente distinguían la ciudad como si se tratara de una minuciosa maqueta.
Enseguida las cuadriculadas calles de la capital darían paso a una extensa llanura donde distintos cultivos se alternan entre pequeñas poblaciones alargadas, construidas a lo largo de las carreteras. Así ven Rumanía por última vez la mayoría de los turistas que visitan el país. Mi visión, sin embargo, será muy distinta: regresaré a casa en un autobús.

 

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