Hace calor. Siempre cuando llega julio nos quejamos de las insoportables temperaturas que hay que aguantar. Nosotros estamos, más o menos, acostumbrados, pero ellos… Ellos son los cientos de miles y miles de turistas que eligen nuestro país como destino de vacaciones. Y que no son pocos.
«Gracias a Dios», dirían algunos, sobre todo aquellas empresas que trabajan en el sector y ven cómo sus datos económicos crecen en esta época; o «menudo desastre», afirmarían otros, los que se sienten invadidos, expulsados de sus propios territorios y víctimas de las consecuencias de un turismo cada vez más masivo. Y que da igual si se opina de una forma o de la otra, porque la conclusión es que los contentos y los descontentos tienen razón, que motivos para tener un sentimiento u otro hay más que de sobra. ¿Recuerdan aquellos tiempos en que llegabas a la playa y siempre se podía elegir dónde colocar la toalla?
Las previsiones (hay que ver cómo nos gustan los números a los periodistas) recogen que entre junio y septiembre más de 42 millones de turistas internacionales visitarán España, cifra que supera a la del pasado año en más de un 3 %. A mí no me extraña nada que estemos en el punto de mira de tanta y tanta gente. Y es que somos un chollo, lo miremos por donde lo miremos, aunque haga calor y aunque no terminemos de verlo, que en esto de ponernos verdes los españoles hemos hecho un máster.
Y es que, si comparamos con otros países de nuestro entorno, está claro que seguimos siendo un país barato (para ellos, claro). Baratos los hoteles, los restaurantes, las entradas de los museos, el billete del metro, los servicios del taxi o similares, el transporte público para ir de una ciudad a otra a pasar el día, la sanidad… Y de calidad, que conste. Que si es el español el que se va, por ejemplo, a Noruega y quiere pararse en una terracita para tomarse una cerveza fresca, ya puede tirar de tarjeta, que cuando le cobren pensará que aquí, en su barrio, se podría haber tomado tres o cuatro por ese precio. Y esa sensación va a tener en Suiza, en Italia, en Francia o en Catar. Y es que si uno quiere deslumbrar a sus amigos extranjeros nada mejor (eso sí, después de una visita por Almagro, las Tablas de Daimiel, Infantes, San Carlos del Valle, Campo de Criptana…) que parar en el bar de turno. Y es que una buena tapa es una buena tapa. Que no hay nada más triste que una cerveza a diez o doce euros más sola que la una.
Hace calor, ya lo decían Los Rodríguez, hace 30 años. Y es cierto, pero se puede tomar el fresco nocturno, quedar a partir de la hora de la Cenicienta, echar unas risas con la gente que quieres y escuchar lo que dicen los extranjeros de al lado: «España es la mejor». Pues eso, que cante Manolo Escobar.