El PSOE atraviesa un proceso de encapsulamiento que recuerda más a una armadura defensiva que a una estrategia política. Ferraz blinda a Pedro Sánchez como único activo válido y responde a cualquier crítica con un reflejo automático: minimizar, relativizar, encapsular. Las palabras de Montse Mínguez, nueva portavoz de la Ejecutiva, dan buena muestra de ello. «Todos compartimos unas siglas», dijo ayer tras el bronco Comité Federal del pasado sábado, como si las siglas fueran suficiente cemento para sostener un proyecto con semejantes daños.
El partido no solo tiene fisuras, empieza a exhibir grietas estructurales. La más visible, la que enfrenta al núcleo sanchista con Emiliano García-Page. Ya no solo es una discusión ideológica sobre la socialdemocracia o el modo de entender el territorialismo, sino de poder y legitimidad interna. La frase de Page, «no defiendo un partido que se vanagloria de tener un puto amo», no es un exabrupto aislado, sino el síntoma de una incomodidad más profunda, la transformación del PSOE en un partido presidencialista, donde el liderazgo ya no se discute, sino que se acata.
La respuesta de Óscar Puente no buscó rebajar en absoluto el conflicto, sino remarcar la que en su opinión es soledad del presidente castellanomanchego, al que situó «en la más absoluta de las minorías». Un lenguaje más próximo al disciplinamiento que al diálogo. Y aunque desde Ferraz se insista en que «todo el mundo puede hablar libremente», lo cierto es que se tolera la disidencia solo si permanece encapsulada, sin capacidad real de alterar el rumbo.
Lo paradójico es que este blindaje del liderazgo coincide con el anuncio de un «potente» paquete anticorrupción que Sánchez llevará al Congreso. Una agenda de regeneración que puede sonar hueca si dentro del propio partido no se percibe pluralismo ni autocrítica. Porque no se trata solo de que haya debate interno, como subraya Mínguez, sino de que ese debate tenga consecuencias y no se resuelva con silencios o expulsiones simbólicas.
La disciplina se ha impuesto como valor superior a la deliberación, y la homogeneidad se presenta como sinónimo de unidad. La bronca con Page no debería ser leída como una amenaza externa, sino como una oportunidad para preguntarse si el PSOE sigue siendo un espacio abierto o si ha optado definitivamente por el cierre en torno a un solo nombre. Ferraz parece convencida de que las críticas son anecdóticas, pero una dirección que desoye los avisos internos corre el riesgo de confundir autoridad con inmunidad. El PSOE ha sobrevivido a muchas crisis, pero rara vez ha cerrado tanto sus ventanas al aire libre.