El público más mayor, lo recordará por su habilidad para hacer de algo tan sencillo como sentarse en una silla, una proeza casi imposible. El más joven, por su papel como filemón y por su vida como el frutero de Aida. Pepe Viyuela, es uno de eso actores que se ha ganado a pulso el reconocimiento y el aplauso del público en general. Un aplauso que sin embargo no se le ha subido a la cabeza, porque si sobre el escenario se crece, cuando se baja de él, si por algo destaca es por su cercanía, su humildad, y su capacidad para sonreír y hacer reír, que es para él casi una filosofía de vida. Alejado de sus piruetas, pero sin perder esa pasión por la comedia, Viyuela se encuentra en Almagro como uno de los pesos pesados de El burlador de Sevilla de la CNTC, con dirección de Josep María Mestres, convertido en la conciencia de don Juan, como su criado, Catalinón. Un papel que le ha llevado a compartir escenario con su hijo Samuel, que hace las veces de otro criado creado por Tirso, Ripio, y que confirma que en el mundo de la comedia también tiene sentido hablar de sagas. Sólo hay que ver como cierran los ojos al reír para entender que el arte seguramente se hereda.
Pepe y Samuel son el 50 por ciento de una familia dedicada al 100 por cien al mundo del teatro y la escena. El otro 50% tiene nombre de mujer, Elena González, la madre de este clan teatral, y Camila, que es la hija de esta singular pareja. Una realidad que llena de «orgullo» al cabeza de familia a pesar de que sabe de memoria lo que significa ser actor hoy. «Era algo que debían decidir ellos», explica, «Elena y no nunca los alentamos, era algo que tenían que decidirlo ellos solos». La pequeña de los Viyuela, parece que «lo tuvo claro desde siempre», dicen al unísono. Era eso o «ser domadora de delfines», dicen Samuel y Pepe al unísono. La sorpresa vino de la mano de Samuel que «nunca nos había dicho nada». De hecho, cree que ni siquiera hubo un día en el que le dijera que iba a ser actor. Simplemente pasó. Desde el otro lado de la mesa donde ambos actores se encuentran para hacer esta entrevista con La Tribuna, Samuel asiente con una sonrisa que le cierra los ojos. Y al que los ve así, sonriendo con toda la cara le queda claro que el arte «se hereda».
«Era un juego», es la respuesta que da Pepe Viyuela cuando se le pregunta por qué un día decidió dedicarse al teatro. Va más allá y explica que su pasión por la escena le entró en el «instituto» a raíz de un grupo de teatro que crearon. «No sabes la gente que se conoce haciendo teatro y lo que se liga», bromea recordando aquellos tiempos. Pero a veces los juegos se convierten en el día a día y él lo hizo justo en el momento en el que entró en la Escuela de Arte Dramático. Por aquel entonces ni se imaginaba que años después entraría, con honores en la lista de los grandes cómicos de este país. Y lo más curioso es que llegó ahí por una cuestión de «precariedad laboral» algo que siempre ha formado parte de la vida del actor. «Cree a Pepe Viyuela por necesidad». Era un personaje mudo, a lo Buster Keaton, que se gestó en la calle y que desde entonces no le ha abandonado. «Nada más terminar de estudiar hice varias pruebas y vi que lo iba a tener complicado, y yo nunca fui ni guapo, ni alto, era un chico del montón y eso complicaba las cosas». Con esta realidad sobre la mesa, decidió que «tenía que hacer algo mío» y que debía ser algo cómico». Casi todo el mundo de la generación del 1, 2, 3, recuerda aquel personaje mudo, lo que la mayoría no sabe es que su primera vez en la tele fue en el programa Cajón desastre y que todavía hoy acompaña al actor logroñes, que no tiene intención de prescindir de él «porque me ofrece otra cara de la vida», dice.
Reconocido a nivel mediático ce la mano de series como Aida o películas como Mortadelo y Filemón, el día a día de Pepe Viyuela ha seguido a lo largo de estos años muy ligado a los escenarios. «Mi sitio como actor es el teatro, luego la televisión aparece y desaparece». Una pasión que le ha llevado a seguir muy de cerca a los clásicos, no es esta la primera vez que actúa para la Nacional, a realizar montajes y papeles dramáticos, y a producir espectáculos, el último, El silencio de Elvis, de Sandra Ferrus. Sin perder de vista la televisión y el cine, ya que si algo ha aprendido en este tiempo es que «para vivir de esto hay que trabajar en muchos proyectos».
Lo tiene muy claro su hijo Samuel al que le ha tocado vivir entre ensayos, escenarios y giras. En una de esas giras, de hecho, reconoce que podría haberse despertado definitivamente su pasión por el teatro. Fue en Mérida, «el año de Rómulo el grande», hace 13 años. Lo recuerda bien porque en las fotos de aquel año salía con «una cresta súper grande que no quería que me cortaran». Y cree que fue ahí, porque aquella fue la primera vez que se encontró cara a cara con el impacto del aplauso «Hacía de figurante y sentí a los más de 3.000 espectadores aplaudiendo». Hay que aclarar en este punto que el mayor de los Viyuela no estaba en Mérida por placer, sino porque estaba castigado tras unas notas malísimas que le condenaron aquel verano a trabajar entre bambalinas. «Mi paso por el instituto fue nefasto», reconoce. Y cree que aquel año le tocó viajar a Mérida precisamente por aquello. Y que también por aquello, «para que me diera cuenta de lo que significaba trabajar», le pusieron a cambiar focos. Aquella se convirtió, sin duda, en su primera aventura teatral, de una historia que comenzaría a relatarse en serio algunos años después, justo en el momento en el que entró en la Escuela Internacional de Teatro de Mar Navarro, la misma en la que se formó su madre.
Su primer papel serio, llegaría años después bajo la dirección de un veterano de las tablas, Juan Mayorga, le llegó con El chico de la última fila, de Víctor Velasco. Y de ahí, casi sin imaginarlo saltó a los clásicos, tras entrar en la Joven Compañía, que le llevó a participar en El caballero de Olmedo de la CNTC, que pudo verse en Almagro, en 2014. Una colaboración con el Teatro Lliure que situó el texto de Lope en un tablao flamenco. Innolvidable.
Fuera de aquella pieza, como su padre, hasta llegar aquí de nuevo este año, no ha parado de flirtear con los clásicos. En su currículum, de hecho aparece hasta un trabajo de ayudante de dirección con Lluis Pasqual, un Rey Lear con Nuria Espert. No sabe qué le deparará el futuro. Vive el presente, es la norma cuando se vive el teatro, pero mejor no perderlo de vista.
Por el momento, la noche de mañana será la última en la que se les podrá ver juntos en el Hospital de San Juan. Después, habrá que viajar a Mérida para hacerlo. Allí, estarán con Filoctetes.