En medio de la catástrofe, con dos amigos y exsecretarios de Organización del PSOE imputados, con sus socios y la oposición pidiendo explicaciones, a Pedro Sánchez se le ocurrió pedirle al portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián que no convirtiera en categoría una anécdota: la de la corrupción, las comisiones y las mordidas a gran escala.
La anécdota tampoco debería elevarse a categoría cuando unos días después miembros de la UCO (Unidad Central Operativa) entraban en la sede del Partido Socialista de Ferraz para clonar la cuenta del correo de Santos Cerdán. La comparecencia de ayer de José Luis Ábalos y Koldo García, en el Tribunal Supremo, le parecerá al presidente otra anécdota. Como las muchas anécdotas bochornosas que se avecinan para miembros de su familia en distintas instancias y dependencias judiciales.
Está claro. La realidad va por un lado y Sánchez, a lo suyo, transita por otros escenarios. En su obsesión por mantenerse en el poder a toda costa, ha decidido aferrarse a una realidad inventada, aunque lo de los bulos y la máquina del fango ya no cuelen. La economía española va bien – que se lo digan a los jóvenes y no tan jóvenes que no pueden acceder a una vivienda -, los ciudadanos nos necesitan, etc. Ha llegado a tal extremo su narcisismo que considera inevitable e imprescindible su permanencia en el poder para implementar esas políticas progresistas y sociales, ese bienestar que tanto demanda la ciudadanía.
A todo ello, le añade el mantra del miedo a los recortes sociales que traerá la derecha debajo del brazo. Hay que impedir la alternancia, y se queda tan ancho. La corrupción tampoco es una novedad en la política española en lo que llevamos de democracia. A pesar del olor de las tuberías y cloacas del sanchismo, él siempre dirá que preside un gobierno limpio y honesto, aunque con algunos garbanzos negros, imperceptibles y casi inevitables en cualquier organización humana.
En las circunstancias actuales, cualquier dirigente político con sentido del honor y del Estado hubiera tirado ya la toalla. Pero Sánchez es único e intransferible. No diferencia entre lo bueno y lo malo, entre la verdad y la mentira o entre el interés personal y el interés general. Ha conseguido normalizar, como estrategia política, la falsedad y la trampa. Ha logrado imponer, sin reparos, el relato que le conviene en cada momento.
Está a punto de culminar su asalto a todas las instituciones. Sólo le queda asaltar definitivamente la independencia judicial y la libertad de expresión para ser, como anunciaba su aborregado y 'moderado' escudero, el ministro de Transportes, Oscar Puente, «el puto amo». Quienes dicen que Sánchez está tocado, no le conocen. Sus gestos y su impostura – con maquillaje incluido - confunden a quienes piensan lo contrario, pero cada día somos más los que pensamos que la permanencia de Sánchez en el poder es un riesgo indudable para nuestra salud democrática.
«Soy feminista porque soy socialista», decía sin inmutarse José Luis Ábalos, a la vez que se partía de risa cuando el entrevistador le preguntaba si alguna vez había pagado por acostarse con alguna mujer. No me extraña que le hiciera gracia la pregunta. Pues aquí los vicios de un servidor público, como ha sido Ábalos, no se los paga él. Se los pagamos nosotros con nuestros impuestos.
En medio del bochorno, con la vergüenza apenas contenida, sus excompañeros y excompañeras de partido van a votar ahora en el Congreso de los Diputados la abolición de la prostitución. Algo es algo.