Dos viejos archienemigos, Israel e Irán, decidieron el pasado viernes por la tarde poner en jaque la estabilidad geopolítica global con el inicio de nuevas hostilidades, de consecuencias imprevisibles, que tienen su origen en un denominador común: el poder nuclear. Pese a que la rivalidad entre las partes tiene raíces profundas en la historia, los recientes ataques se produjeron por las últimas ambiciones en este ámbito de Teherán, las cuales Tel Aviv avisó hace meses que no iba a tolerar. Pero, ¿qué pretensiones atómicas tiene exactamente el régimen persa? ¿Por qué preocupan tanto al país hebreo y a la comunidad internacional?
Según informes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA), Irán ha estado acumulando cantidades significativas de uranio enriquecido al 60 por ciento, muy cerca de los niveles necesarios para la fabricación de armas nucleares. Sin embargo, la república islámica ha asegurado que su proyecto en este ámbito tiene fines exclusivamente civiles.
Algunas de las autoridades de la región han reiterado que no pretenden fabricar armas atómicas, aunque este hecho choca con el plan anunciado hace unos días por el Gobierno de elaborar una ley para abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), al cual se adhirió en 1970 y que compromete a los países firmantes a no desarrollar este tipo de balística, aunque sí la pueden emplear para fines no militares, como la medicina, la agricultura y la energía.
Las sospechas sobre las intenciones de Teherán surgieron cuando se descubrió que tenía instalaciones nucleares secretas en 2003. No obstante, desde que Estados Unidos se retiró del acuerdo nuclear en 2018 -que estaba retomando las negociaciones con el país persa antes de esta última ofensiva contra Israel-, el régimen ha incumplido compromisos clave, en represalia por la decisión de restablecer las sanciones en este campo.
Por un lado, ha instalado miles de centrifugadoras avanzadas (máquinas de purificación) para enriquecer uranio, algo que estaba prohibido por el PAIC (Plan de Acción Integral Conjunto).
Las armas nucleares requieren este elemento enriquecido al 90 por ciento de pureza. Según afirmó el PAIC, Irán solo podía poseer hasta 300 kilos de uranio enriquecido al 3,67 por ciento, suficiente para la energía nuclear civil y la investigación, pero no para las bombas atómicas.
Pero en marzo de 2025, la OIEA estimó que la república islámica tenía unos 275 kilos de este material enriquecido al 60 por ciento de pureza. Esta cantidad es suficiente para fabricar, en teoría, media docena de armas, en caso de que Teherán siguiera en esta línea.
Funcionarios estadounidenses han señalado que creen que el régimen persa podría convertir ese uranio en cantidad suficiente para fabricar una bomba en tan solo una semana. También indicaron que tardaría entre un año y 18 meses en construir un arma nuclear, mientras otros expertos consideraron que un artefacto «rudimentario» podría construirse en medio año o menos.
Sanciones
Para comprender el asunto de las sanciones económicas, que Irán reclamaba que le fuesen eliminadas en las negociaciones con EEUU sobre el programa nuclear, hay que remontarse a 2010.
La ONU, la Casa Blanca y la UE impusieron importantes multas económicas a Teherán a partir de 2010, ante las sospechas de que su proyecto atómico se estaba utilizando para desarrollar una bomba. En 2015, Irán y seis potencias mundiales acordaron el PAIC tras años de negociaciones.
Además de limitar lo que la república islámica podía hacer con su programa nuclear, permitía a la OIEA acceder a todas las instalaciones iraníes y llevar a cabo inspecciones en lugares bajo sospecha. A cambio, los otros seis países acordaron levantar las sanciones.
Sin embargo, durante el primer mandato (2017-2021) del actual presidente de EEUU, Donald Trump, este retiró a su nación del tratado por no contemplar el programa de misiles balísticos de Teherán, por lo que le impuso nuevas sanciones para obligar al país asiático a sellar un acuerdo nuevo y ampliado, el cual se estaba negociando antes de los ataques entre Israel e Irán.
Operación compleja
Tanto Washington como Tel Aviv tienen capacidad militar para bombardear la infraestructura nuclear iraní -como ya ha demostrado estos días el Ejército hebreo con sus ofensivas sobre las instalaciones de Natanz, Isfahan, Arak y Fordow- pero una operación de este tipo arroja un resultado incierto.
Los centros clave están enterradas a gran profundidad, lo que supone que solo las bombas más potentes podrían alcanzarlas, las cuales EEUU posee, pero no consta que Israel las tenga. Por lo tanto, la intervención de la Casa Blanca en el conflicto provocaría unas consecuencias aún más impredecibles.