No era famoso como María Jiménez, ni Quintanar de la Orden es Sevilla, pero salió por la puerta de la iglesia entre aplausos y a los compases del pasodoble 'Francisco Alegre', interpretado por la banda municipal. Durante la misa habían demostrado su calidad sonora. La música suavizó el dolor y se agitaron las emociones. Con ello y su recuerdo había fantaseado Francisco Ortiz Serrano, un hombre cuya calidad humana se había forjado en el fuego de las privaciones, que sacó adelante una familia -¡y qué familia!- de 14 hijos. El lector, tal vez, no conozca a este hombre, pero pertenece a ese millonario colectivo de héroes que proceden de la pobreza y que pelean para que sus hijos dispongan de una vida mejor que la suya. Sí saben de esos esfuerzos, comprenderán mejor la pasión de su vida. «Quién se lo iba a decir al humilde pastorcillo», decía una de las hijas, que su muerte, en vez de un inmenso dolor, que lo ha sido, se convertiría en una manifestación de reconocimiento y aplausos. Y esto sucedía en ese lugar de La Mancha, donde lo real y lo irreal conviven en tal armonía que no pueden distinguirse una de otra; en donde Cervantes sitúo a su don Quijote, y donde históricamente han habitado personas reales que hacen cosas irreales.
Francisco Ortiz Serrano vivió en los tiempos despiadados anteriores a la guerra; en los atormentados años de la propia guerra y en una posguerra llena de racionamientos y angustias. Vivió en los años que van desde las miserias del siglo XIX a un XX angustiado – su padre fue fusilado- y a un siglo XXI con la familia crecida y mimándole a su lado. «Lo mejor de mi vida», confesaba orgulloso de esa familia, mientras preparaba una caldereta de cordero en la que se notaba el entusiasmo avaricioso de quien ha pasado hambre. Las calderetas las organizaba para juntar a los hijos, a los nietos, a los amigos, a los amigos de los hijos y a los que le parecían buena gente. Era su manera de ser feliz. Un símbolo de su éxito personal. Francisco Ortiz Serrano se había aproximado a los noventa años, aunque conociendo su vida y su historia, nadie imaginaría que, en tan escaso tiempo, se pudieran realizar hechos tan extraordinarios, casi fantásticos, como los que él hizo. Quienes lo conocisteis, mantened su presencia en el corazón.