El mejor antídoto para olvidarse por unos minutos del COVID-19 y sus consecuencias son las historias humanas que se siguen sucediendo día a día en cada ciudad, aunque ahora la vida transcurra al otro lado de la ventana. Historias que confirman que esta pandemia ha podido cambiarnos la forma de vivir, pero no la de ser. Esta sucedió hace apenas unos días. Y comenzó, como comienzan buena parte de las historias ahora, desde una ventana de Ciudad Real, a las 20.00 horas, y con una frase lanzada al aire por una madre, «A ver si venís a por el chupete...» y que se tomaron muy a pecho los agentes del Cuerpo Nacional de Policía que en ese momento estaban parados en el semáforo justo debajo de la vivienda.
Para entender mejor esta historia hay que tener en cuenta que esta familia llevaba meses embarcada en la ardua misión de quitarle al pequeño de la casa, Álvaro, su chupete. Una labor harto imposible, como explica su padre, José Ruiz, y que les estaba volviendo locos incluso antes del confinamiento. «Lo habíamos intentado varias veces y de varias formas, y no lo conseguíamos», apunta, recordando días pasados en los que tirando de los remedios de las abuelas, optaron por cortar la tetina o rociarla con algo amargo. Pequeñas batallas del día a día en las familias de hoy y de siempre y de las que el pequeño salió victorioso sencillamente, reconoce ahora su padre, «porque ese ‘tete’ era su tesoro. Siempre estaba ahí, para dormir, para comer...». Con dos años, Álvaro se había convertido en un aguerrido contrincante, dispuesto incluso a morder a quien se atreviera a arrebatarle a su preciado amigo. Y así fue hasta que el chupete se convirtió en una prioridad para la Policía Nacional de Ciudad Real que llegó a bautizar con el nombre de operación Chupete Feroz, tras escuchar la petición de esta madre. «Uno de los policías que esperaba en el semáforo, nos contestó que al día siguiente no vendría, pero que volvería un día después para recoger el chupete», recuerda Ruiz. La familia no sabía si el agente volvería, pero aprovechó la situación. «Mi mujer y yo estuvimos todo el tiempo diciéndole al niño que iban a venir a recogerlo. Hicimos unos dibujos y un coche para el agente». Diana y José contaban con el apoyo de su hija Elena, de cuatro años.
La sorpresa fue ver que el agente no faltó a su cita. Dos días después, a las 20.00 horas, la avenida Lagunas de Ruidera se llenó de sirenas. Cinco coches formaban el contingente de la misión ‘Chupete Feroz’ que tenía como objetivo conseguir el ‘tete’ de Álvaro que, atónito ante el despliegue, cedió su chupete «a otros niños» como ponía en la carta que junto a su hermana Elena escribió al agente, y en la que explicaba que él «ya era grande». Su valentía fue recompensada con una gran bolsa de chuches para él y su hermana. Y un día después, con el diploma de la Policía Nacional.
Prioridad, el chupete - Foto: Rueda VillaverdeA su padre no se le olvida el favor que le hicieron los agentes, a los que no conocía, ni los ojos de su hijo mirando esos coches de Policía. El pequeño no ha vuelto a pedir el chupete, pero sí el vídeo que le recuerda su hazaña. Tampoco se olvidarán José Antonio y Antonio, los otros protagonistas de esta historia, dos agentes de la brigada provincial de la Policía Judicial, del grupo de Delincuencia Económica y Tecnológica, que estas semanas patrullan la ciudad por el COVID-19, donde se toparon con esta difícil misión: «Oímos a la madre desde el coche. Era una frase corta, pero que dejaba claras muchas cosas», rememora José Antonio, que sabe lo que es ser padre. Tal y como relata, aquella cita inesperada con una familia anónima se convirtió en algo especial, un pequeño soplo de aire fresco en estas semanas de confinamiento. «Me atrevería a asegurar que nosotros estábamos tan ilusionados como los pequeños», comenta tras el exitoso cierre de esta operación que muestra el servicio humanitario que realizan los agentes.
Final feliz el de esta historia que saca a la luz la parte más amable y humana del confinamiento.
Prioridad, el chupete - Foto: Rueda Villaverde