Ayuda «sin miedo y con confianza»

Patricia Vera
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Las Hermanas de La Cruz, a las que sus fieles les llevan las noticias del exterior, continúan su labor asistencial, intensifican sus rezos y se encomiendan a la misericordia de Dios

Ayuda «sin miedo y con confianza» - Foto: Tomás Fernández de Moya

En tiempos oscuros, ellas son la luz. Su conversación transmite una tranquilidad y una confianza muy necesaria en tiempos críticos, cuando todo parece haberse desmoronado. Pero ellas continúan con una labor callada, imprescindible, de servicio a los demás y de oración. Son las Hermanas de la Cruz, una congregación de régimen mixto que desde su convento de la plaza de Santiago de Ciudad Real asiste a una catástrofe de dimensiones desconocidas mientras confía en la misericordia de Dios. Aun en confinamiento, consiguen transmitir ese brillo que nunca se les apaga, y que es una fe que alimentan con rezos diarios y constantes que ahora han intensificado.

¿En qué ha cambiado su rutina? «Ahora rezamos muchísimo más: estamos rezando muchísimo, todo lo que podemos y más», afirmaba hace unos días una de las hermanas al otro lado del teléfono, consciente de que necesitan más fuerza que nunca. Los rezos son su antídoto contra el miedo. «Yo no tengo miedo ninguno», afirmaba con total convencimiento: «Soy humana y, si me toca, soy parte de la humanidad».

Esa humildad trasciende sus muros, pero también ocurre a la inversa. Pese a no disponer de internet y de que sus vías de comunicación con el mundo exterior estén limitadas, les llega el sufrimiento ajeno: su teléfono no para de sonar y quien llega les transmite las noticias. «Por la gente sufrimos, estamos pasando por una cosa muy fuerte y nos duele por los humanos», reflexiona, para añadir después: «Está muriendo gente cercana y...» Sus palabras se suspenden en el silencio para después volver a apelar a la fuerza que solo Dios puede transmitir en esta situación.

En este escenario pandémico, siguen su labor «oculta», como mandaba su fundadora, Santa Ángela de la Cruz. «Estamos yendo a las asistencias que son necesarias, aquellos que no tienen a nadie, exclusivamente», afirma, dentro de su labor de acompañamiento a enfermos. «A las demás, a quienes tienen familia no, porque no debemos, por ellos también», informa, «pero hay gente que no tiene a nadie».

Ellas se tienen a sí mismas, en una hermandad donde la unión entre todas es la base, y por ello siguen saliendo de dos en dos, con el hábito como todo salvoconducto, conscientes de que todo aquel que las encuentre sabe de lo esencial de su servicio. «La policía hasta hoy no nos ha dicho nada y la gente nos ve y nos saluda: «Venga, hermana, con Dios…» «Nos dan un cariño...»

Los necesitados siguen llegando a sus puertas todas las mañanas, en busca del sustento diario. «Pese al confinamiento, ahora llega más gente porque no hay de nada», comenta la hermana, que sigue socorriendo «con cuidado pero sin miedo» a todo el que las necesita. También les afectan las dificultades para la compra, pero «el sustento sigue asegurado», garantiza sin entrar en detalles: «Nos organizamos como podemos, Dios nos da la fuerza y la luz necesaria».

Una luz que proyectan también cuando, algunos días, cuando la tarde va perdiendo su nombre, suben a su terraza a aplaudir en agradecimiento a todos los que, como ellas, se desviven para que otros vivan. «Hacemos lo que podemos», dice al respecto, aunque es consciente de sus limitaciones para, por ejemplo, atender la demanda de mascarillas caseras donde la ciudadanía está volcando su solidaridad: «Nos gustaría, pero no nos sobra tiempo; ojalá pudiéramos pero no llegamos, con lo que tenemos, tenemos de sobra», reconoce.

Es difícil encajar más eficiencia en un día repleto de atención a personas y de rezos intensos, con escasos momentos para el esparcimiento mediante la costura y otras labores. En ese contacto diario con los necesitados, que huye de la publicidad porque «la recompensa es en el Cielo, no en la Tierra», encuentran la manera de transmitir esa luz: «Lo único que alimenta el esfuerzo es la fuerza de Dios, su misericordia es alegría», concluye.