Madrid, 24 de mayo de 2025. Decimocuarta de feria. Ganaderías: Cinco toros de Juan Pedro Domecq, muy desiguales de presencia, faltos de casta y de fuerza, todos pitados en el arrastre y uno (el 6º) de Torrealta, bravo, venido a menos. Toreros: Juan Ortega (pinchazo y más de media, silencio y más de media efectiva, silencio y pinchazo feo y descabello, aviso y pitos) y Pablo Aguado (tres pinchazos y casi entera, silencio, media y descabello, fuerte división y soberbia estocada, sin puntilla, oreja). Subalternos: Miguel Ángel Sánchez arriesgó en un gran par de banderillas, sobresalió en la brega Iván García y también en un par banderillas. Entrada: Lleno. Incidencias: Tarde soleada, sin viento y público muy dividido en los tendidos.
En esto del toreo, los "mano a mano" o "vis a vis" vinieron siempre impulsados por un soterrado espíritu competitivo, el del "cara a cara" a dos bandas, el "tú, para mí", el "te vas a enterar" o cualquier otra frase que invite al duelo, torneo o desafío de dos contendientes entre sí. En este maravilloso país nuestro, los "mano a mano", molan, que diría la juventud molona de nuestros días; y, sin embargo, no acierto a relacionar la dicha frase aplicada a dos toreros, ya que al incluir por duplicado la palabra "mano", pareciera tratarse de un desafío a guantazos, a levantar piedras enormes o a comer gambas a la plancha. Nada más lejos de la realidad: los "manos a mano" taurinos solo buscan contraste de estilos, diferencias de clase, en lo que a la calidad artística se refiere; en definitiva, un encuentro entre dos colegas que van a exponer su forma de hacer las cosas frente a seis toros, tres para cada cual. Y al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Un "mano a mano" se celebró ayer en Las Ventas, anunciado como aparente desafío entre dos artistas sevillanos de acreditada calidad, ambos clasificados como toreros "de arte": Juan Ortega y Pablo Aguado. El principal atractivo del encuentro entrambos se cifraba en calibrar cuál de los dos ganaba más puntos manejando los avíos de torear de una forma que me atreví a calificar de "despacismo", a raíz de aquella tarde en la Maestranza de Sevilla del año 19, en la que Pablo Aguado paró relojes y echó el freno de mano a sus brazos y a las embestidas de los toros, alumbrando una epifanía sorprendente que tuvo continuación en el toreo de capa y muleta que practica el trianero Juan Ortega: todo despacio, muy, muy despacio… O sea, el "despacismo" al más alto nivel.
Pues bien, la corrida de Juan Pedro despertó tal repulsa en una parte del graderío, que desde el primero al cuarto toro, todos del hierro ducal, aquello era una explosión de improperios, gritos palmas de tango (o de tongo, más bien) y de consignas zahirientes. La verdad es que los cuatro primeros juampedros, todos cinqueños de pavorosas cornamentas, estaban escurridillos de carnes y flojearon más de la cuenta, acusando una palmaria falta de casta. Unos se movieron con nobleza y permitieron detalles de Juan Ortega y Pablo Aguado con capote y muleta, fucilazos esporádicos que culminaban invariablemente en una tormenta de voces discrepantes. El quinto fue tremendamente serio y no se protestó de salida, pero al torazo se le acabó en carbón nada más iniciar Juan Ortega la faena de muleta (brindada, por cierto a Roberto Domínguez, que se hallaba con su hijo en el callejón) con unos excelentes ayudados por alto… y pare usted de contar. El animal tiró la toalla y entregó dulcemente su alma al dios Tauro de su cielo sin ningún aspaviento.
Medio lo arregló el toro de Torrealta que completaba la corrida, un toro serio, con más fuelle que los que ya fueron al desolladero. También cinqueño, tenía por nombre Torbellino, que eso había sido, precisamente la Plaza de Las Ventas en los actos anteriores: un torbellino de protestas, gritos, denuestos y lindezas varias dedicadas el ganadero titular y a los dos lidiadores principales; pero Pablo Aguado se percató de que el animal tenía una embestida franca y fuerza suficiente para aguantar una faena larga y comprometida. Y acertó en todo: planteamientos de las series, distancias de los cites y longitud de los muletazos. Por encima de escarceos varios y probaturas por los dos pitones, sobresalieron cuatro series de pases naturales que, por un momento, dieron la vuelta a la tortilla quemada y áspera de los tendidos discrepantes. Aunque ello no fue obstáculo para que se mezclaran ¡olés! y "¡miáus!" con intensidades bien diferentes, ganando por amplia mayoría los del beneplácito exaltador, sin ambages a los del ácido cruel, sin bicarbonato sódico. Además Pablo remató la faena con un soberbio estoconazo del que salió el toro rodado por la arena. Pañolada enorme. Oreja, otra vez, "de peso". Fue como el gol que da la victoria al equipo en el último minuto. Del mal, el menos; pero ello no evita que el "despacismo" predicado quedara inconcluso.
Un último detalle: En plena faena de Pablo Aguado, sale del tendido de marras una voz desgañitada que truena: ¡¡Qué asco de ganadería!!". El buen hombre no se había percatado de que el toro no era de la ganadería anunciada, sino el de Torrealta que completaba la corrida. Lo peor del caso es que le aplaudieron a rabiar sus adláteres, que también estaban en Babia. Cosas veredes, mío Cid…