Otelo viste de risa contra los celos

Diego Farto
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Gabriel Chamé y su compañía realizan una corrosiva versión del clásico de Shakespeare con un gran despliegue físico y gestual

La compañía de Gabriel Chamé consiguió que el público del Teatro Municipal se convirtiera en su cómplice en la interpretación de Otelo (Othelo). Su herramienta fue un juego teatral cuajado de despliegue físico, humor y dotes para el histrionismo. Lo menos humorístico de esta versión desvergonzada fue la propia figura del Moro de Venecia, interpretada por Matías Bassi. Él y sus celos fueron la tragedia. El actor perfiló un Otelo potente, físico y amenazador sin necesidad de tintarse la cara, más aún cuando lo hizo.

Pero si alguien brilló en esta función es Julieta Carrera, su versatilidad para interpretar sus diversos papeles fue tremenda, y logró una Desdémona divertidísima cuando tuvo que hacer reír y profundamente creíble cuándo anticipa su muerte (también es Blanca la prostituta y otros papeles). En ese sentido, de todo el elenco fue la que tuvo un recorrido más amplio no por número de personajes, sino por la amplitud de sentimientos y estados de ánimo que construyó. A su lado, Hernán Franco, hizo un Yago histriónico, basado tanto en la expresión de su rostro como en su flexibilidad corporal, pero también fue el encargado de dejar patentes las diferencias entre el planteamiento de Gabriel Chamé y la obra original. El equipo actoral se completó con Martín López, su capacidad de cambiar de personaje fue fastuosa y lo mostró matándose a sí mismo en un duelo a dos y aún le dio para dar cabida a un tercer papel en la misma escena. Esta capacidad le acercó a su compañera de reparto, pero el control del cuerpo y la gestualidad le situaron en los terrenos de Franco.

Con estas piezas y vestuario actual Chamé podía haber hecho muchas cosas, pero prefirió hacer denuncia del racismo, de la brutalidad, de la violencia contra la mujer, de los 'trepas'... De males universales de todos los tiempos que justifican el concepto de clásico.