Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


La estrategia del victimismo de Sánchez

27/06/2023

Culpar al mensajero de traer malas noticias, por mucho que el mensajero ocasionalmente las exagere o malinterprete, es algo que suele dar pésimo resultado. Cuando Pedro Sánchez ataca a la 'derecha mediática' y reconoce que el trato que esta le ha dado ha erosionado su imagen más de lo que él imaginaba, está produciendo efectos que ningún asesor debería recomendarle: el primero, dar una obvia sensación de debilidad. El segundo, de falta de autocrítica: son los demás los que, con maldad, me atribuyen defectos o errores que no he cometido, viene a decir. Mala estrategia, ya ensayada --y para nada comparo al presidente español con alguien de la ínfima categoría moral del expresidente americano, claro-- por Donald Trump, que creyó que podría comunicar directamente con 'su gente', sin pasar por la intermediación de los medios.

Debo reconocer, en primer lugar, que ocasionalmente los ataques a Sánchez provenientes de algunos sectores pasan directamente de la crítica al insulto, y esto, a la hora de los balances, también hay que admitirlo. Pero convertir esas actitudes, minoritarias por muy influyentes que algunas sean, en un complot, una conspiración para derrocarle al margen de las urnas, es un error a mi entender mayúsculo.

Sánchez se ha enfrentado reconozco que con valor, pero con falta de reflexión, a poderes importantes en el Estado y en la economía, para luego tener que recular en aras del sentido común, de la lógica y del propio interés de su Gobierno. El presidente ha hecho, obviamente, cosas buenas y malas en sus cinco años de gobernación, que ha pasado, además, por momentos de inéditas dificultades. Lo que ni él ni su corte han considerado, al parecer, es un valor intangible: Pedro Sánchez carece de empatía. Quienes le odian a muerte y, en cambio, los que le defienden no muestran el mismo grado de amor que sus detractores intensidad de odio. Caer simpático o antipático no es cuestión de sonreírle a Jordi Évole cuando te hace una entrevista algo --algo-- dura, ni mostrarse coloquial con los periodistas a los que has estado años ignorando.

Ni los odiadores ni los defensores de una figura tan atípica en la historia de nuestra política pueden ignorar que hay componentes que están casi en el ADN del presidente y que le alejan de los hombres y mujeres de la calle, pero también, a veces, de sus propios ministros y colaboradores. Pedro Sánchez ha sido, y puede que lo siga siendo, un hombre mimado por la diosa Fortuna, a cuya grupa supo subirse desde el primer momento. No puede evitar ocasionales gestos desdeñosos o iracundos, aunque ahora trate, porque las urnas aprietan, de disimularlo. Y es de advertir que, sin que Feijóo sea tampoco la alegría de la huerta, el ciudadano medio a quien vota es a quien le escucha, le sonríe y a quien siente como su igual, no como un superior con síndrome de ser más alto, más guapo, más inteligente, más plurilingüe, más todo, que los demás. Y claro, cuando no admites esa superioridad, porque pregonas que ves errores y que la política debería ser más 'normal', es cuando te conviertes en el enemigo, aunque no pertenezcas a esas hordas mediáticas a las que el presidente se quiere enfrentar.