Dicen que «amar en cristiano significa querer querer». Y vienen fechas para ello. Quieran echarse a las calles desprovistos de todo, desnudos de alma, con los brazos abiertos, pero llenos de amor, de tradición y de la conciencia de saber que lo efímero es bello y lo bello es efímero. Quieran oler a nardo, a jazmín y a hierbabuena. Quieran hacer tertulias improvisadas en una esquina después de ver la recogida de una cofradía.
Quieran ir a las iglesias, llenarlas a rebosar en la misa de Palmas, para ver los Monumentos, en los Santos Oficios y en la Misa Crismal. Quieran que sus hijos rocen la madera y la plata de los pasos. Quieran que su madre les dé un beso después de vestirlos de nazareno. Quieran comerse una torrija, mojar pan en el bacalao con tomate y plancharse el costal y la faja en la liturgia costalera. Quieran que estos siete días sean mejores, si cabe, que las previas de Cuaresma.
No se vayan de las calles sin querer el silencio. Quiéranlo cuando les envuelva, entre incienso y terciopelo, una madrugada que se hace oración cuando Dios camina por las calles. Quieran incluso el cansancio, el de haber madrugado para ir a las iglesias a ver pasos, el de haber trasnochado, con los pies hinchados y la sonrisa puesta, viendo cofradías. O el de haber cargado con la cruz del esfuerzo, como tantos lo hacen sin ser vistos, en sandalias, en zapatos o descalzos. Quieran ese nudo en la garganta que a veces aprieta sin razón, pero que todos sabemos que se llama fe y que nació en una cruz en el Gólgota.
Quieran la lluvia, sobre todo la de los pétalos para María Santísima, y si viene la del agua, la que alegra al hortelano que le reza al Dios de campo, no abran los paraguas si está Jesús caminando. Quieran la duermevela de la noche antes de que salga su hermandad, con todo preparado, cuando se está soñando lo vivido antes de vivir lo soñado. Quieran la Cruz; quieran las espinas; quieran servir. No se olviden de dar, dar y dar otra vez. Quieran mirarlos pasar, entre el gentío y los sones de cornetas y tambores, para buscar el perdón y encontrar el sentido. Quieran ir a los barrios, a pasear por sus calles con el tiempo detenido para traer al recuerdo a los que partieron a su encuentro. Quieran escuchar la saeta, sentir el miserere, silbar las marchas y oler la cera virgen.
Quieran ir al cobijo y a las entretelas de unas monjas que la caridad derraman. Quieran, sobre todo, con verdad, con la que sale del alma cuando uno abre los brazos y no espera nada más. Quieran esa mirada cómplice, esa sonrisa obnubilada al ver pasar la catedral andante que es un palio. Quieran acompañar al niño que se estrena, al padre que se despide, a la madre que reza el rosario de la abuela y al abuelo discreto que mira y recuerda. Quieran arropar a las cofradías, acérquense, no se vayan, no se alejen, no se dejen ir, pero sí déjense llevar, a su vera, a su calor, al clamor popular de la semana de Dios. En los siete días del amor, no huyan. Aguanten estoicos, pacientes, como Él lo hizo cuando se burlaron, que ya viene, ya se asoma por la esquina. Ya se ven los ciriales.
Quieran entender el mensaje, quieran no perderse en la forma sin llegar al contenido. Quieran, quieran y vuelvan a querer. Porque la Semana Santa va del Amor. El de Dios. Y amar no es otra cosa que querer querer.