Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Museos

18/05/2023

Acaba de sacar unos billetes del Ave para ir a Madrid. Cruzará los dedos para que no haya retrasos. Últimamente están al orden del día. Ha pensado que no sería mala idea aprovechar este viaje para darse una vuelta por el Museo del Prado. ¡Hace tanto que no va! Hubo un tiempo en que era casi una cita obligada. Daba igual que fuera lunes o sábado, por la mañana o por la tarde. Cambio de plan a última hora y listo. Bastaba con elegir otra línea de metro distinta a la planeada, así, sobre la marcha. Había tanto que recorrer, que ver, que aprender, que disfrutar... Un viaje maravilloso a otra época. Era en aquel tiempo sin niños ni otras obligaciones. Sin horarios ni prisas. Sin responsabilidades más allá de aprobar unos cuantos exámenes.  Sin citas médicas ni presiones. Eran otros días con sus largas y, sobre todo, divertidas noches.
En aquel entonces la fuerza de Francisco de Goya se llevaba todas sus miradas, como si fuera un potente imán. Se prometía una y otra vez que a la próxima cambiaría de rumbo, de sala, de pintor, de estilo…pero no cumplía. Era como si alguien cogiera su mano o se dejara embaucar por el embrujo de una hermosa melodía. Cuando quería darse cuenta, ya estaba frente a sus cuadros. Alegres o tristes, con luz o con oscuridad. Dependía del día, del momento. Del impulso incontrolado e inconsciente que tantos años después no ha conseguido dominar. Para bien o para mal.
Está delante del ordenador para intentar sacar las entradas del Prado. Con descuento, sin descuento, visita guiada, privada, en grupo, individual, franja horaria... Pero su dedo no clica el botón adecuado. Se ha vuelto a ir de su presente. Recuerda vagamente la primera vez que estuvo en un museo. Fue también en Madrid, aquella vez de la mano de sus padres. Fueron al Museo de Cera. Impresionante esos personajes que parecían de verdad. No soltó esa mano real, no por obediente, sino por miedo. No fuera a ser que de pronto alguno se saliera de su irrealidad. Un poco más mayor la llevaron al Museo Municipal de Ciudad Real, entonces no entendió por qué guardaban con tanto esmero trozos de cerámica rota o de hierro o huesos...pero, además de los fósiles, fue sorpréndete ver el ejemplar de mastodonte y el de rinoceronte. Nunca había visto nada igual. Luego le contaron que ambos habían sido encontrados en el yacimiento de Las Higueruelas, en un pueblo de la provincia llamado Alcolea de Calatrava.
Pero el que sí que no ha olvidado, porque fue la vez primera que subió en un avión, fue el Museo del juguete de Londres. Un maravilloso lugar de pequeños pisos donde se encuentran juguetes de siglos atrás, de madera, metal, papel y cómo no, esas muñecas de porcelana que siempre le impusieron tanto. Muñecas con cierto aire de terror.
Creció y llegaron muchos otros, grandes como el Museo del Louvre en París, pequeños como un encantador espacio de marionetas en esa Lisboa de ropas colgadas y fados, la de Pessoa o Saramago, curiosos como el de Las Momias de Guanajuato o simplemente maravillosos como la casa de Sorolla.
Y sonríe mientras intenta situar aquella cueva también museo que mostraba no sabe cuántas especies de murciélagos... De pronto, un mensaje avisa de que su ordenador se está quedando sin batería. Ahora sí, antes de que se apague, vuelve a su tarea, no vaya a ser que se quede sin entradas.