Habla de Ciudad Real y de los ciudadrealeños con gran afecto. Estuvo seis años como gobernador civil, entre 1983 y 1989, y su carácter abierto y sus ganas de estar cerca de la gente le granjearon amigos por toda la provincia; a pesar del cuarto de siglo transcurrido desde su marcha aún recuerda a la mayoría. Se volvió a su Albacete natal, al Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Castilla-La Mancha, porque, aunque una cosa llevara a la otra, antes que la política estuvo el Derecho y, a decir de entendidos, es un jurista «muy fino».
Joaquín Íñiguez (Albacete, 1931) fue el primero de su familia en estudiar Derecho «porque me gustaba», apunta resuelto. Cursó el Bachillerato elemental en el colegio Camilo Gaudes, luego pasó a un instituto y el último año estuvo matriculado en los Escolapios. Aprobó el examen de Estado y, después de matricularse, se puso en contacto con un profesor que le dio clase durante el primer curso de la carrera junto a otro compañero, hijo de un juez de Albacete, y los dos se examinaron en Madrid. Al curso siguiente se matriculó en Murcia, donde terminó la carrera.
Entonces fue cuando se empezó a preparar unas oposiciones en Cartagena para jurídico de la Armada, pero cuando llevaba unos meses estudiando las suspendieron porque cesaron a un ministro que era de la Armada y reingresaba en su antiguo puesto, por lo que en siete u ocho años no iban a convocarse nuevas plazas. Así es que Íñiguez regresó a Albacete y, se asoció con un colega de más edad, «buen abogado y buena persona», recalca, y estuvo con él un montón de años, hasta que se murió.
Cuenta que «entonces no había especialidades, se llevaba todo. Lo mismo llevabas un asunto que otro. Tuve muchas cosas de Derecho Canónico, una especialidad que casi nadie seguía, y me tocó a mí una, nulidades de matrimonio y ese tipo de cosas, pero mientras tanto llevabas civil, penal, administrativo, lo que tocaba», señala riendo abiertamente.
No recuerda el primer caso que defendió en los tribunales, ni el más difícil, o el que le dio más quebraderos de cabeza porque «eran todos. El abogado lo que tiene que hacer es, aparte de estudiar a fondo el caso, también meterse en los problemas que tiene el cliente e incluso como son los que pueden tener los contrarios. Yo, por ejemplo, he sido un abogado que he intentado siempre solucionar los problemas de forma amistosa en lugar de meterme en los tribunales. Eso tiene una ventaja, que estás satisfecho de ti mismo porque evitas gastos al cliente y más en tiempos de crisis, y el inconveniente de que los clientes no están contentos del todo, aunque luego acaban entendiendo que se ha hecho lo mejor».
Desembarco en política. Antes de abrir este capítulo de su vida, Joaquín Íñiguez advierte, para evitar comparaciones, que «hay que ver los tiempos aquellos y los
actuales» y relata que «mi compañero de bufete, Sánchez-Cañamares, era un abogado represaliado después de la guerra y yo conocí a
muchos amigos suyos, venían al despacho» y a través de ellos «conocí lo que no conocía la mayor parte de la gente de mi época. Con la dictadura se te habían quitado las ganas de pensar de forma distinta e incluso las de pensar. Eran los años anteriores a la democracia, y yo tuve relación con muchos amigos suyos y clientes y gracias a ellos supe un poco de la República. No es que eso me hiciera estar en la política, pero en las primeras elecciones se hizo un grupo en Albacete, Alianza Democrática de Albacete, integrado por gente demócrata y nos presentarnos a las elecciones: yo me quede en puertas de obtener un acta de senador», relata.
Aquel grupo suyo lo apoyaba el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, que estuvo en Albacete, había sido profesor suyo en Murcia, y le apreciaba mucho. Posteriormente, cuando se unió el PSP con el PSOE, «yo estaba tan tranquilo, sin estar ni con unos ni con otros, y me propusieron ir en la lista de las municipales. Así fue como en 1979 llegué a concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Albacete» y también a la presidencia de la Caja de Ahorros provincial.
Cuando el Partido Socialista arrasó en las elecciones de 1982 le propusieron para el puesto de gobernador civil de Ciudad Real, pero la cosa no cuajó a la primera: «No sé que pasó, pero lo cierto es que nombraron a otro y no volvieron a decirme nada. Pero antes de un año hubo un cambio de gobernadores y Valdecantos, que estaba en Ciudad Real, ascendió a delegado de Gobierno en Toledo y su puesto lo ocupé yo. Fue en septiembre de 1983». Ya conocía la ciudad, «había estado varias veces, y en ella pasé seis añitos nada más», resume con una carcajada.
Y es que con él no llegó el escándalo, pero si los follones, como el mismo explica. Su estreno en el edificio de la plaza Cervantes coincidió con «una huelga tremenda de agricultores que, por cierto, resolvimos en el Gobierno Civil: los cité a todos, tuvimos una reunión y a las cuatro de la mañana se pusieron de acuerdo, aunque luego me criticaron y dijeron que los había coaccionado. Recuerdo que en las reuniones que teníamos los gobernadores civiles la provincia con más problemas era la mía: agricultores, remolacheros, etc.»
El motín. A las pocas semanas ampliaron la cárcel de Herrera de La Mancha y «la llenaron con 200 o 300 presos de ETA». Hizo muchas visitas a Herrera, hubo problemas, pero la verdad es que «los más gordos los tuvimos en la prisión provincial de Ciudad Real: tres o cuatro presos cogieron de rehenes a funcionarios, dijeron que si no les preparábamos un avión para irse los mataban. No podíamos ceder ni consentir eso y pasé una noche horrible, allí, hasta que por fin intervinieron las fuerzas especiales de la Guardia Civil. Toda la noche discutiendo con aquellos fulanos: eran cuatro, pero tenían armas y rehenes, y no estaban en la cárcel por un problema de tráfico, estaban con condenas tremendas, eran gente muy peligrosa. O nos abren o los matamos, decían, imagínate. Por fin, después de estar toda la noche pendientes de ellos, entraron los guardias civiles y los redujeron. Liberaron a los rehenes sin que nadie resultara herido», concluye el relato aliviado.
Íñiguez estuvo al pie de cañón. Asegura que recorrió toda la provincia, totalmente entregado, y «conseguimos evitar problemas en las Lagunas de Ruidera y en las Tablas de Daimiel con éxitos importantes. Logramos que nos mandaran cosas del Ministerio, nos daban prácticamente todo lo que necesitábamos». Y en un ámbito más personal confiesa que «aprendí a distinguir bien los vinos, a saber que los más caros no son los mejores; fue gracias a las buenas relaciones que mantuve con bodegas de Valdepeñas o Tomelloso».
Esas buenas relaciones a las que alude Joaquín Íñiguez las tuvo con todo el mundo. Es de lo que más orgulloso está de su paso por Ciudad Real porque «si me pongo a citar amigo, no termino. Dejé muchísimos buenos amigos del Partido Socialista, del PP, de todos los partidos, alguno de ellos como Domingo Triguero, que fue quien me armó el principal problema con los agricultores, y le puse una multa de 100.000 pesetas, y hoy somos buenos amigos; hace tiempo que no le he visto, pero seguimos siendo buenos amigos. Una de las cosas de las que estoy más contento fue de la cena que me dieron cuando me marché porque me nombraron magistrado del Tribunal Superior de Justicia: asistieron muchas personas, el salón estaba abarrotado y, afortunadamente, había de todos los partidos políticos y estamentos de la ciudad. Eso me hizo pensar que la política no puede separar, sino unir», afirma sin rubor.
Tiene muchísimos recuerdos de Ciudad Real. Entonces, cuando se fue, y hoy también, opina que «para mi la proximidad entre Albacete y Ciudad Real no sólo era cuestión geográfica, estaba también en el carácter de la gente, en el ambiente, estabas en tu misma casa».
Recuerda que le preguntaron si se alegraba mucho de regresar a Albacete cuando le nombraron magistrado del Tribunal Superior de Justicia, y entonces «dije que me alegraba muchísimo, pero esa alegría tornaba también en cierta tristeza por dejar Ciudad Real porque siempre sentí y me hicieron sentir como en casa». En Ciudad Real «estuve estupendamente, muy a gusto, con muchos problemas, sí, pero a gusto y con la gente buena que tenía los sacamos adelante».