Pedro Jaramillo: «El Papa está levantando un verdadero entusiasmo y una enorme esperanza»

Diego Murillo
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El exvicario de la Diócesis de Ciudad Real se identifica con el pontífice Francisco en que "el celibato no supone renuncia a la paternidad"

Pedro Jaramillo./ - Foto: PABLO LORENTE

 
Recogidas las maletas tras una breve estancia en España, Pedro Jaramillo (1941, Torre de Juan Abad)sólo piensa en clave Guatemala, su actual hogar y misión desde que en 2006 abandonar la Vicaría de la Diócesis de Ciudad para hacer una apuesta en el último tramo de su vida:los más pobres. Las visitas obligadas a los «continentes de la pobreza», como responsable de Cáritas Internacional, « me encendían por dentro», recuerda. «Desde el avión a la miseria». Por eso no es de extrañar que se le enciendan los ojos al ser preguntado por el nuevo Papa Francisco:«Estoy encantado y entusiasmado. Cuando crees que ya no va a sorprender con ningún gesto o declaración más, vuelve a hacerlo. Es una gran esperanza». 
En su pequeño piso de la calle Cañas, Pedro Jaramillo se afana por recoger los bultos de su equipaje para introducirlos en el coche que le llevará hasta Toledo y más tarde a Madrid donde antes de regresar a Guatemala intentará convencer a unas religiosas para que se unan a su misión:«Arrancar a jóvenes de la miseria y de las maras», esas bandas juveniles criminales que aterrorizan con asesinatos diarios a la sociedad centroamericana. 
Sólo su sonrisa perenne le descubren las arrugas del paso del tiempo. Sin embargo, la vitalidad que desprende es abrumadora y es lo que le empuja a intentar mejorar un continente ajusticiado por las sectas, la pobreza y la falta de esperanza. 
Entre maletas, viajes y compromisos de toda índole, el exvicario echa la mirada atrás a cincuenta años como sacerdote y 72 años a su experiencia vital. 
Jaramillo ingresó en el Seminario Menor de la calle La Mata a los 11 años gracias a la influencia de su párroco José Antonio Mayordomo:«Era cercano a la gente, bondadoso, disponible para arreglarlo a todo». Tampoco se olvida del calor familiar: «Mi padre era un buen labrador y mi madre, una santa». Pese a que la distancia le ha alejado de su pueblo natal quiere mucho «a sus gentes, y mis paisanos me quieren a mí. Es bueno amar siempre las propias raíces. Sin raíces no vas a ninguna parte». De su párroco reconoce que «tenía cintura para entrar con las de la gente y salir con las del Señor». 
Ya en el Seminario Mayor fue el momento del «discernimiento» en el que descubrió su vocación, no sin dudas:«Con los 18 años uno llega hasta ese momento no sin dificultades». Y, dado ese sí inicial, «las dificultades continúan». Aunque aclara: «No es verdad que se nazca para cura. Yo experimenté mi vocación como un verdadero forcejeo con el Señor». En esa edad «pasaron muchas cosas; hasta la decisión de dejar el Seminario, allá por la crisis de la segunda adolescencia y primera juventud. Fue a los 19 años cuando me decidí a seguir a quien llegué a sentir que me llamaba:Jesús de Nazaret». Ya partir de ese momento, cuenta que todo fue un torrente de experiencias, de encuentros personales, vivencias con cientos de personas:«¡Cómo me identifico con el dicho del Papa Francisco: que el celibato no supone renuncia a la paternidad! ¡Cómo estoy gozando, en todo mi tiempo de cura, de dar vida! ¡Ojalá que sea vida en abundancia!», exclama.
 
Cura del concilio. Una vez enviado a Roma para estudiar Teología y Sagrada Escritura, Jaramillo recibe el sacramento ministerial el 19 de marzo de 1964, en plena efervescencia del nacimiento de la nueva etapa de la Iglesia Católica:el Concilio Vaticano II. Para el sacerdote ciudadrealeño esta cita histórica supuso un «aire fresco y esperanzador para la Iglesia y el mundo. Fue un momento privilegiado». 
A su vuelta a la Diócesis de Ciudad Real, se inicia en la docencia con clases en el Seminario al mismo tiempo que se convierte en el secretario del obispo Juan Hervás. Pero pronto le pide al monseñor Hervás «un contacto más directo con la gente». La barriada del Padre Ayala le recibe con los brazos abiertos en 1970:«Es mi primer amor». Quizá por eso empieza a experimentar aquello de que el «corazón se puede llenar de nombres y de que ser célibe no equivale a ser un solterón. Los nombres, los rostros, las historias de la gente del barrio me amenazan siempre con una extraordinaria viveza», comenta con gran anhelo. 
En 1976, con la llegada a la Diócesis de Rafael Torija, fue testigo «de primera mano» de un traspaso de ministerio episcopal, hecho por Juan Hervás. Torija le llamó «muy pronto para una colaboración más directa con él, como secretario y como algo que se podría parecer a una especie de asesor…». Sin embargo, lo que en realidad comenzó fue una relación pastoral con él, «de aprendizaje de gran calado para mí, y una relación personal entrañable que yo viví como de verdadero ‘hijo en la fe’. La fe de don Rafael ha sido y es recia, de esa que el Papa Francisco dice que no es como tomarse un licuado, porque la fe es entera, no se licua…». La cercanía del trabajo pastoral con el obispo fue también cercanía de itinerario espiritual y cuando Pepe Díaz comenzó a enfermar, Torija planteó la necesidad de tener un nuevo vicario:«Imagino que, después de los años que ya llevábamos juntos, él pensó en mí. Pero, no se dejó llevar de su gusto. Hizo una consulta abierta a todo el presbiterio y parece que la cosa anduvo de modo que se juntó el hambre con las ganas de comer». 
Comenzaba así una nueva etapa en su vida de cura. En esa etapa como Vicario, Pedro Jaramillo reconoce que aprendió «un montón, de don Rafael, de don Antonio, de los curas, de los seglares, de las religiosas...» y claro, «también de mis propios errores». «Disfruté siendo vicario» reconoce ahora y recuerda «el trato con los curas, jóvenes y mayores» que fue lo que le marcó «mucho y muy positivamente». 
Aquellos tiempos de transición para la Iglesia, en plena etapa de postconcilio y para la sociedad, con la incipiente democracia, constituían todo un reto, poniendo en marcha lo que califica como «una hermosa dinámica de renovación. En aquellos tiempos, la manera de ser personal y la manera pastoral de actuar de don Rafael, yo la resumía en un refrán al revés: poco ruido y muchas nueces».
 
un nuevo rumbo. Pero fue entonces también cuando le surgió «la idea» de no terminar su vida sacerdotal sin un servicio más estable en alguno de los países cuya pobreza había podido constatar, «pero siempre de una manera fugaz». Se me afianzó entonces la conciencia de un servicio más estable. «Me encontraba yo en esa tensión interior entre la pertenencia y el trabajo en mi Iglesia diocesana y, al tiempo, con el gusanillo de la universalidad, que me roía por dentro». Un deseo que coincidió con la llegada a Ciudad Real del actual obispo, Antonio Algora. Con él permaneció casi tres años «inolvidables», y le acompañó en su primera ‘inmersión’ en la realidad de la Iglesia diocesana, aunque le terminó planteando directamente:«Antonio, o lo hago ahora o ya no lo haré nunca. Su comprensión y generosidad fue para mí un ejemplo de madurez episcopal». «Sé que a don Antonio le costó dejarme, pero le agradeceré siempre su comprensión a mi planteamiento misionero». 
Y así llegó a Guatemala hace ya más de ocho años, a la parroquia de San Juan de la Cruz, en un distrito de 100.000 habitantes situado en la ciudad de Guatemala, donde una mayoría vive en asentamientos de los barrancos que rodean el territorio. En ese lado del mundo, el sacerdote manchego lamenta el gran fracaso escolar a causa de la marginalidad que intenta frenar trabajando en las aldeas, fundamentalmente con indígenas que habían perdido toda esperanza de poder completar los estudios o perdieron ese tren. 
Este año comenta ilusionado, comenzará una nueva actividad de orientación y capacitación laboral. «Hemos instituido unas becas para una institución, parecida a nuestro Enseñanza Profesional, pero no gratuita. Es el único camino de poder encontrar un trabajo medio digno, al terminar los estudios. Y por ahí nos hemos decidido a ir».
A pesar de los miles de kilómetros que separan Guatemala de Ciudad Real, Pedro Jaramillo asegura que España es vista por aquella gente, especialmente por los jóvenes, «como un paraíso, pero al que no se puede entrar. Allí no están muy al tanto de todo el momento de nuestra crisis y piensan que si se pudieran venir, sería la solución para todos sus males y cuando les digo que el paro juvenil de aquí está en un 50% no se lo pueden creer, y que muchos jóvenes preparados profesionalmente están saliendo a otros países, porque aquí no encuentran trabajo, les parece que les estoy mintiendo para consolarlos», porque allí «el problema del desempleo es muy grave, con una inmensa mayoría de jóvenes fuera del trabajo formal». 
Y las consecuencias son fatales: el alcohol, la droga, la violencia… «todo eso da un ambiente de mucha desesperanza y de muy poca confianza de que el futuro pueda ser diferente. Hay que luchar mucho contra el fatalismo y la resignación», aunque también advierte que el Papa Francisco «está levantando un verdadero entusiasmo y una enorme esperanza. La gente lo considera como su Papa, no sólo por ser latinoamericano, sino por su decidida actitud a favor de los pobres y su testimonio de austeridad, sencillez y cercanía». Un comportamiento del Papa Bergoglio que le acerca a la gente «porque allí se entienden más los gestos que las palabras, y los gestos de Francisco le hacen especialmente cercano a nuestros barrios» y eso, destaca Jaramillo, hace que la gente «empiece a creerse que hay esperanza, que las cosas pueden cambiar, que otro mundo puede ser posible». Un mensaje que, dice, incluso está haciendo mella entre los evangélicos porque «los gestos de Francisco llevan una fuerte recarga ecuménica» y, destaca Jaramillo, es un lenguaje que todo el mundo entiende.