Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


La infinita felicidad que da el árbol

07/06/2023

El domingo por la mañana el parque sonreía. A la vida que dan las hojas de sus árboles, se sumaba la que dan también las hojas de los libros y así, el parque se convertía en un lugar donde la alegría brotaba a borbotones, más aún que de costumbre.
Varios grupos de personas, generalmente en círculo, hacían ejercicios de yoga o pilates, para conectar mejor con su yo interior y con la naturaleza. 
Muchos niños jugaban en las zonas infantiles, exprimiendo esa etapa fugaz de la infancia en la que nos hacen falta muy pocas cosas para ser felices. Otros pequeños celebraban, en ropa de deporte, la victoria en algún partido o campeonato, exultantes de felicidad.
Algunas parejas o grupos de amigos paseaban tranquilamente o compartían charlas sentados, celebrando su amor o su amistad, rodeados de ese precioso paisaje. 
La mañana invitaba a rodearse de aire libre, el calor no era acuciante y el parque lucía, como siempre, precioso.
El resto de las personas que había en ese parque buscaban en otras hojas, las de los libros, más ratos de alegría, paz, reflexión, compañía, desconexión, magia o viajes en el tiempo y el espacio. 
Y querían, sobre esas hojas, disfrutar de la firma y dedicatoria de quien las había escrito. Querían fotografiarse con esos hombres y mujeres que tan felices les hacían con sus obras, para agradecérselo también con esta visita a sus casetas. 
 Uno de los responsables de que disfrutemos de estas páginas fue Cai Lun, que perfeccionó la técnica de la fabricación del papel. Él, nacido en Guiyang (República Popular China) en el seno de una familia pobre, ingresó como eunuco en la Corte Imperial y, posteriormente, fue ascendiendo en la corte del emperador He de Han . Cai  presentó, en el año 95 D.C. un nuevo proceso a partir de la corteza interior de los árboles de morera, bambú y cáñamo más los restos de trapos de tela y redes de pesca. Vertía esta mezcla sobre una pieza de tela gruesa y así facilitaba la salida de agua, con un estupendo resultado. El emperador He de Han le premió con un título aristocrático y grandes riquezas.
Hay que agradecer también a los árboles esa hermosísima misión que tienen de proporcionarnos oxígeno y celulosa para esas preciosas criaturas que son los libros, dadores de tanta vida. Los árboles son pues, seres generosísimos que solo quieren aportarnos beneficios, además de la belleza que, intrínsecamente, contienen y de la fuerza que nos transmiten. Conviene tener todo ello en cuenta para ser cada vez más conscientes de la importancia que tienen y de la inmensa felicidad que nos aportan. 
 Coincide que escribo este artículo un 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente y fecha del nacimiento del grandísimo Lorca, y es, por tanto, una fecha muy adecuada para insistir en ese amor que debemos tener a la literatura y  a los espacios naturales. 
ELISABETH PORRERO VOZMEDIANO.