"Yo soy un tío duro, pero más de una noche he acabado llorando"

J. M. Rodríguez (EFE)
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UN LOBO DE MAR El capitán de la 'Guardamar Polimnia' es un marino curtido en mil batallas, ha salvado la vida a cientos de personas, ha rescatado a hombres sin manos y a bebés muertos y confiesa que su trabajo, a veces, deja esas muescas grabadas en

"Yo soy un tío duro, per más de una noche he acabado llorando"

Con casi 78.000 inmigrantes llegados a Canarias y miles de vidas perdidas en el mar desde que se reactivó la ruta Atlántica en septiembre de 2019, al patrón de uno de los barcos de Salvamento con más rescates le enoja que todavía a estas alturas haya quien se permita frivolizar sobre el peligro que corren aquellos que se exponen a las olas en una patera. «La ignorancia es muy atrevida. Solo las personas que conocen el mar, se pueden hacer una ligera idea de lo que es estar en mitad del océano en una embarcación que no sabes si va a volcar», asegura el capitán de la Guardamar Polimnia, Enrique Peña. Como muchos de sus compañeros, ha perdido ya la cuenta de las personas a las que ha salvado la vida, pero no oculta que el suyo es un trabajo que deja muescas, caras, miradas, escenas que no se le olvidarán nunca. «Yo soy un tío duro, no creas, pero más de una noche he acabado aquí llorando», confiesa.

«Aquí» es el puente de mando de la Polimnia, abarloada a su gemela la Guardamar Talía en el puerto de Arrecife (Lanzarote) a la espera de que suene por radio un aviso de emergencia. Aún le quedan unos días para terminar su mes de guardia y dar el relevo a otros compañeros, así que es en su propio navío donde este buzo reconvertido a capitán de barco explica cómo han vivido las tripulaciones de Salvamento estos cuatro años frenéticos en la concurrida Ruta Canaria.

¿Cómo está siendo este año el servicio en Canarias?

Actualmente estamos en Canarias tres de las cuatro guardamares que tiene Salvamento, además de las salvamares (10 repartidas en siete islas). Cierto es que estos meses empiezan las calmas y hay un incremento migratorio. Todos los años suele pasar igual, solo que ahora también hay un repunte con cayucos en la zona sur que hacía tiempo que no lo veíamos.

De todos estos años, recuerda algún rescate en especial que, por sus circunstancias, se le quedara grabado.

Recuerdo varios. En especial uno que sucedió cuando mi hija aún era pequeña, tendría unos dos años. Era una neumática que estaba rota, semihundida. Había gente en el agua y los logramos embarcar sin dificultad, pero una de las mujeres no paraba de gritar. Buscaba a su hija que había desaparecido. Encontramos el cuerpo flotando horas después. En aquella época teníamos marineros nuevos, que no se habían enfrentado nunca a coger un cadáver y era una bebé de unos dos años. La sacaron del agua y me la pasaron. Tenía los ojos entreabiertos. Su mirada se me quedó grabada. Nunca se me ha olvidado. Fue en Almería, con la guardamar Calíope.

¿Cuál es el momento más delicado del rescate?

Cuando nos acercamos siempre se ponen nerviosos. Todo el mundo quiere salvarse lo antes posible y entra en modo supervivencia. Mi tripulación está muy bien entrenada. Deben mantenerles tranquilos y, a veces, tienen que actuar con firmeza, no con dureza, con firmeza. Y comprobar si hay niños también es muy importante.

¿Le ha tocado vivir algún vuelco?

Varias veces. Algunas embarcaciones tienen más estabilidad que otras. Las neumáticas, de las que se habla tanto, porque se rompen, son más estables. En cambio, las que llamamos pateras de madera, esas tienen una estabilidad malísima. Como se vayan sus ocupantes a un lado, vuelca.

¿Ha tenido la oportunidad de hablar con las personas a las que ha rescatado?

Cuando estábamos en la zona de Arguineguín, siempre los rescates los hacíamos a partir de 150 millas (280 kilómetros) al sur. Siempre eran así y claro, cuando regresas con personas en cubierta, te encuentras con muchas situaciones, niños, gente que no viene bien, ni física ni psicológicamente. Hemos tenido casos de gente que se ha querido tirar al agua, literalmente. De cogerlos in extremis y tener casi que atarlos.

Alguna vez ha dado el paso de preguntar a alguno de ellos: ¿chico, qué haces aquí en mitad del mar?

Mira, yo fui emigrante, me fui a Francia a buscar trabajo y una vida mejor. Puedo entenderlo, entiendo de dónde vienen. Hemos encontrado gente en todo tipo de situaciones, gente, por ejemplo, sin manos, procedentes de la guerra. Recuerdo en concreto a un chico que venía con las manos cortadas, pero venía feliz. Es curioso, ¿verdad? Venía feliz. Y eso te hace reflexionar.

Estuvo con la Polimnia en Arguineguín en otoño de 2020, con cinco rescates diarios ¿Cómo recuerda aquellos meses?

¿Cinco? En aquella época tuvimos hasta 13 seguidos sin dormir. Aquello fue un aluvión tremendo. 

Y luego volver a un muelle donde no había descanso, donde había más de 2.000 personas hacinadas...

Era apabullante, era un gueto.

Ciertas personas sostienen que las travesías en patera son poco menos que viajes de capricho, que Salvamento no rescata a sus ocupantes, sino que hace un mero servicio de recogida y transbordo. ¿Qué les diría a esa gente de lo que es estar dentro una barca como esas a 100 kilómetros de tierra?

La ignorancia es muy atrevida. El mar a esa distancia se vuelve tenebroso. Hay una oscuridad tremenda, no hay contaminación lumínica. Si tienes suerte, hay estrellas. Pero si está la noche cerrada, es tremendo, el mar ruge... No, evidentemente no tienen idea de lo que vivimos nosotros a bordo y de lo que hemos visto. Nos hemos encontrado con varios cadáveres dentro de una patera que no han sido arrojados al mar porque los aún vivos que estaban allí no tenían ni fuerza para eso. 

¿Cómo son los regresos a tierra con algún fallecido a bordo al lado de los que eran sus compañeros?

Hace un par de años tuvimos una patera en la que venían tres o cuatro cadáveres. Uno era hermano de un superviviente. Él se quedó hasta el último momento ayudando a sacar a su hermano. Ese tipo de cosas te marcan, te condicionan. Joseph Conrad, que fue capitán de marina mercante en el siglo XIX, decía que el barco en el que servimos es el símbolo moral de nuestra existencia. Eso se puede aplicar para todo, a tu manera de trabajar, a tu vida.