Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


Nietzsche y el Crucificado, por nuestras calles

31/03/2023

Llegados los días de Semana Santa, en nuestro país y en otras coordenadas mundiales las calles se visten de procesiones, y de multitudes que acuden como espectadores, otros devotos de los pasos, para encontrarse con un misterio religioso, de pasión, muerte y resurrección. Un hecho extraordinario que aconteció en Jerusalén en el Siglo I y que ha relanzado la división cronológica de la historia, ha creado una civilización y, por ello, una cultura, todo lo cual supone para los cristianos un estilo de vida basado en unas creencias, valores y pautas de conducta.

Y a este propósito, ¿qué impacto ha tenido y tiene el cristianismo en la sociedad del presente? Desde que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano la configuración cristiana de muchas estructuras socioculturales ha sido enorme: la familia, el sentido de la sexualidad, múltiples valores individuales como la moderación, la humildad, o intersubjetivos como la compasión con el prójimo, el compartir, la generosidad y entrega de la propia vida. Ha habido partidos políticos de inspiración cristiana, asociaciones, entidades, organizaciones sin ánimo de lucro. Arte específicamente cristiano expresado en cada una de sus tres modalidades: arquitectura, escultura y pintura. También el cristianismo ha tenido tendencias expansivas que en forma de misión ha propagado su fe en todas sus expresiones y manifestaciones a lo largo y ancho del planeta.

Llegados al presente, desde un punto de vista sociológico, el cristianismo ha dejado de ser la religión mayoritaria de la sociedad, pero ¿por qué? No sólo porque cada vez hay menos practicantes dominicales o habituales, sino porque el conjunto de la cultura en sus tradiciones y costumbres, formas y estilos de vida, valores, estilos familiares, pensamiento, decisiones políticas ha dejado de estar impregnada e inspirada por los contenidos de la fe. No es sólo cuestión cuantitativa de que haya un menor número de católicos, sino cualitativa, pues el ambiente cultural que se respira deja de estar inspirado por el estilo de vida creyente.

Ahora se respiran otros aromas que configuran un estilo vital distinto: poder elegir sobre la propia muerte es un derecho, el aborto se ha consolidado como derecho, los estilos de unión familiar son pluriformes, la diversidad sexual se ha ampliado considerablemente, y se puede elegir el sexo por vía legal, además el negocio y el comercio con el cuerpo humano y la vida está permitido en determinadas legislaciones, en el marco en el que el capitalismo está llegando a situaciones insospechadas, ya que casi todo está en compraventa.

Si establecemos una comparativa entre una sociedad de inspiración cristiana y una que no lo es, la actual no está configurada en base a un credo, su inspiración es de otra índole, la deriva secularizadora ha rebasado los límites que la religión de un modo u otro señalado tradicionalmente como el límite que no se podía rebasar, el límite señalado por Dios a Adán y Eva de no comer del fruto del árbol prohibido, que simbolizaba la frontera entre el bien el mal; Dios era la fuente de los valores e inspiración moral de la vida.

Con todo ello, resulta patente que la cultura de nuestro tiempo sí ha comido de ese fruto y se vanagloria de hacerlo, pues ha trasgredido múltiples límites. Hubo un tiempo en que Nietzsche declaró la muerte de Dios, y ha pasado algo más de un siglo para que las consecuencias de aquella premisa se estén consumando. O como dijera Dostoyeski: si Dios ha muerto, todo está permitido. La permisividad está permitida -valga la redundancia-. Vivimos en el horizonte de la permisividad, pues ni la razón es válida para regular múltiples conductas y consensuar valores.

Una nueva cultura esté emergiendo, ya no hay un límite nítido entre el bien y el mal, la verdad está caducando -estamos en la era de la posverdad-; el único límite de lo permitido es lo que la ley consiente o prohíbe. El derecho es el nuevo árbol que señala el límite del bien, y el derecho nace de la voluntad del legislador, el cual decide y determina qué es la realidad, cuáles son los valores predominantes, qué se puede y qué no se puede ser, hacer o decir. Las leyes a veces están inspiradas por determinadas ideologías, por el poder del más fuerte que triunfa e impone su discurso. El ser humano apoyado únicamente desde sí mismo, sin referentes externos ni trascedentes, el superhombre de Nietzsche, alcanza paulatinamente mayores cuotas de poder.

Si en nuestro contexto social, la Iglesia católica ha sido voz predominante durante mucho tiempo, y ha generado una cultura compartida mayoritariamente, con sus oscuridades e imposiciones, por supuesto, los tiempos presentes traen una cultura muy cambiada, ¿mejor que la precedente? Distinta. Quizá en unos aspectos sí es mejor, materialmente es más potente, con mayores posibilidades de bienestar, pero ¿acaso ofrece mejores posibilidades de bien-ser? El nihilismo de Nietzsche se ha hecho carne, el poder es el baluarte de su identidad.

Quizá estos días son un momento adecuado para vivir la confrontación reflexiva entre Nietzsche y el Crucificado por las calles de nuestros pueblos, ciudades e inteligencias.