Una pluma creativa y revolucionaria

SPC
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Julio Cortázar fue una mente brillante, llena de múltiples experiencias y que abanderó el 'boom' latinoamericano en las décadas de los 60 y 70 gracias a la creación de obras icónicas como 'Rayuela'

Retrato del autor franco-argentino. - Foto: Sara Facio

Una pluma con componentes creativos e innovadores que siempre fue unida a un sentimiento revolucionario. Puede resultar una introducción para describir a Julio Cortázar (Ixelles, 1914 – París, 1984), uno de los autores más importantes del pasado siglo y una figura imprescindible para entender el boom latinoamericano en la década de los 60 y 70. Una mente brillante, repleta de múltiples experiencias.

Porque el recuerdo, 40 años después de su muerte, va mucho más allá de su legado literario, de gran valor y referencia en épocas posteriores. Su vida fue el ejemplo de un rebelde con causa política, opositor a la dictadura argentina del Gobierno de Perón y en el que un posterior viaje a Cuba acabaría por marcar su carácter y sus férreos ideales. Pero antes, Cortázar nació en Bélgica, debido a la profesión de su padre, trasladado a la embajada de Argentina en esta nación.

Sin embargo, aquel 26 de agosto en el que llegó al mundo, la Primera Guerra Mundial causaba estragos en el Viejo Continente y también en este territorio centroeuropeo, invadido por Alemania, obligando a toda la familia a huir a España y también a Suiza.

Este último sería su hogar durante cuatro años, hasta acabar posteriormente en Buenos Aires. Durante ese período, mostraría una gran voracidad y pasión por la lectura y la escritura a temprana edad. Poco a poco, se iba forjando una personalidad artística que le acompañaría hasta el final de sus días.

Aquel muchacho acabaría ejerciendo como maestro en la universidad. Sin embargo, pronto se vio obligado a abandonar su tierra debido a diversos problemas políticos, no sin antes realizar diversas publicaciones.

Acabó exiliado en París, ejerciendo como traductor de la UNESCO después de obtener el título que le capacitaba para interpretar textos en lengua inglesa y francesa. Sería en la capital gala donde daría rienda suelta a sus mejores obras. 

En especial una de ellas, Rayuela. Fue su creación cumbre, la que le catapultaría a la fama como un escritor de prestigio. Una creación en la que el propio autor se atreve a jugar con el receptor de distintas maneras, ofreciendo diversas posibilidades para abordar la lectura. «Este libro es, sobre todo, dos libros», llegó a definir. 

Incluso se atrevió a desnudarse a través de su alter ego, Horacio Oliveira. Aquella publicación, estrenada en 1963, le llevó cuatro años de su trabajo a Cortázar, aunque la semilla de aquel producto ya se había empezado a generar tiempo antes. Se conoció que el deseo del americano era romper con el paradigma literario de aquellos tiempos. Una oda al surrealismo y a la creatividad, a la que llegó a catalogar como una «antinovela». Supo desde el principio que aquello supondría un cambio, como así acabó siendo después. 

Es en esa misma década cuando, afianzado en la cultura occidental, decide realizar varios viajes. En uno de sus desplazamientos llegará a Cuba, lo que le motivará a conocer e interesarse por la actividad política. Aquella estancia, tal y como destacó, le reencontró de nuevo con su continente. 

De hecho, tiempo después formó parte del Tribunal Internacional Russell, junto a otros intelectuales. Aquel órgano independiente, que se creó para evaluar la intervención de Estados Unidos en Vietnam, también estudió las violaciones de Derechos Humanos por parte de los regímenes dictatoriales que existían en aquel entonces en América Latina. Fueron varias figuras ilustres quienes lo conformaron, como Jean-Paul Sartre o Simone de Beauvoir. Él, al igual que otros autores, fue un ferviente seguidor de la revolución encabezada por Fidel Castro. Aunque, con el tiempo, un suceso acabó por distanciar, en cierto modo, su ferviente apoyo inicial al militar. El encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, en 1971, obligado posteriormente a entonar el mea culpa por sus críticas a la administración, supuso la brecha de una generación de escritores entusiasmados por unos aires de libertad que, con el tiempo, no llegaron.

Cortázar, mientras tanto, no dejó de escribir diferentes relatos y composiciones hasta los últimos días de su vida, aglutinando distintos géneros. Lo hizo en Francia, donde acabó por recibir la nacionalidad sin renunciar a la argentina. Fallecería en 1984, fruto de una leucemia. Su muerte ha sido objeto de debate décadas después.

Otra posible versión

Cristina Peri Rossi, reconocida escritora y periodista hispano-uruguaya, que también tuvo que exiliarse por causas políticas, convivió durante mucho tiempo con el argentino. Fue su confidente en muchas ocasiones. Siempre sostuvo que el cáncer no fue la causa por la que acabaría perdiendo la vida.

Ella siempre alegó que su amigo falleció a causa de una transfusión de sangre contaminada que recibió, fruto de un problema hepático anterior. Pudo haber contraido SIDA por culpa de aquel desafortunado suceso. Aunque es prácticamente imposible discernir si aquello ocurrió. Posteriormente, sí que se descubrió un escándalo de este tipo, que afectó de lleno al Gobierno y al Ministerio de Sanidad entre 1984 y 1985, creando conmoción en la sociedad francesa. 

En cualquier caso, 40 años después, aún se mantiene vivo el abanico de creaciones de un franco-argentino de alto nivel intelectual. Un hombre de mil experiencias y vivencias, de marcado carácter y con una mente brillante para desafiar a todos, incluido a aquellos que leyeron o aún contemplan alguna de sus obras.