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J. M. Beldad
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La exposición anual de la Academia Paradiso, en la Sala Acua de la UCLM hasta el 25 de junio, reúne más de cien obras creadas por alumnos de todas las edades, estilos y trayectorias

Compartir el arte - Foto: Rueda Villaverde

«Hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño». La cita de la película Cinema Paradiso encierra el espíritu con el que nació y crece la Academia Paradiso en Ciudad Real, porque no sólo coincide el nombre, también su espíritu. En sus aulas no se proyectan películas, pero se construyen escenas con pincel y óleo. Se vive con pasión lo que se pinta. Y se pinta como quien vuelve, con amor intacto, a aquello que siempre quiso hacer.

Esa emoción atravesó la presentación de la exposición anual de la academia, que puede verse en la Sala ACUA de la Universidad de Castilla-La Mancha hasta el 25 de junio. Más de un centenar de obras cuelgan de sus muros, firmadas por artistas de todas las edades, ocupaciones y trayectorias.

Manuel Lavín, uno de los alumnos, fue el encargado de dar la bienvenida al público. Con voz emocionada, resumió lo que significa para ellos este momento: «No es sólo un lugar donde vamos a aprender técnicas de pintura, sino un espacio acogedor donde pintamos, nos divertimos y compartimos momentos que nos hacen sentirnos parte de una pequeña gran familia artística».

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La exposición es la culminación de un curso de diez meses de trabajo en la Academia Paradiso. Cada alumno ha seleccionado la obra que deseaba mostrar, con plena libertad, sin filtros ni jerarquías. «Desde que abrí la academia, lo tuve claro: libertad absoluta», explica su fundador y profesor, Miguel López Mora. «Para mí, todas las obras tienen valor. En cada una hay una historia, una búsqueda, un esfuerzo que merece ser compartido».

Miguel es pintor, historiador del arte, novelista, agricultor de su propio huerto y, sobre todo, un maestro vocacional. Da clases de lunes a viernes, pinta por encargo, escribe por las noches y los domingos vende sus obras en la Plaza de los Pintores de Madrid. Aun así, ha encontrado tiempo -robándoselo al sueño, confiesa- para coordinar una exposición con más de 100 obras y casi tantos artistas. «Empecé hace seis años con 14 alumnos y hoy rondamos el centenar». Comenta que algunos prefieren no participar en grupos, «pero todos están presentes de una u otra manera, porque me comprenden, me ayudan, y yo a ellos».

En ese club de pinceles también está Adrián Martínez (60 años), alumno jubilado, que llegó a la academia gracias a sus hijas. Le regalaron asistir al taller por un cumpleaños, sabiendo cuánto le gustaba pintar, y el resultado para la exposición de este año ha sido una obra titulada Harry Potter: el final ha llegado. «Es un regalo para mis hijas, somos muy frikis de Harry Potter», dice, riéndose. Es un óleo sobre tabla, hecho en diez horas, pero con una carga emocional imposible de medir. «Es emocionante ver tus obras expuestas al público. Sin la ayuda de Miguel, no habría sido capaz de conseguir este resultado», relata.

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El propio Adrián lo define con naturalidad: «En la academia tenemos un ambiente familiar, conversamos, tomamos un té… y Miguel siempre está ahí. Nos apoya, nos impulsa. Hace que todo sea posible». Su admiración la comparten todos, y quedó reflejada también en las palabras de Manuel Lavín durante la inauguración: «Miguel no sólo domina el arte de la pintura, sino que sabe transmitirlo con generosidad, dedicación y cercanía. Nos ha dado valores como el esfuerzo, la paciencia, el amor y el respeto por lo que hacemos». El estilo de enseñanza en Paradiso combina técnica y libertad. Miguel sólo imparte óleo, por convicción: «Tiene más ventajas que el acrílico o la acuarela. Y me permite enseñar una metodología sólida, con tres colores sacar casi cualquier tono».

Al principio, explica, lo que más cuesta a los nuevos es entender cómo agrisar un color con su complementario. Pero con el tiempo, se vuelven más independientes. «Cada vez me preguntan menos. Van a su bola, entre comillas. Pero ya son más artistas. Yo solo intento que sean libres absolutos cuando pintan», dice.

El arte. Esa libertad se traduce en una exposición profundamente diversa. Hay paisajes, retratos, escenas cotidianas, fantasías, flores, bodegones, abstracciones. «Como dice mi madre, cada uno es de su padre y su madre», bromea Miguel. «Lo importante es que han puesto el corazón en lo que han hecho». Eso mismo lo subrayó Manuel en su discurso: «Detrás de cada obra hay horas de trabajo, de esfuerzo, a veces con desánimo porque no salían las cosas, otras con alegría por haberlas superado».

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Y añadió que, sobre todo, «hay orgullo de haber aprendido y realizado algo que ahora se comparte con los demás». Paradiso no es una academia para futuros genios, o quizás sí, sino para personas reales que buscan algo más: expresar, emocionarse, mirar el mundo con otros ojos. Miguel lo tiene claro: «El arte es imprescindible para sobrevivir. Vivimos en una sociedad que premia la ignorancia y la superficialidad, pero el arte permite conocerse, emocionarse, hacer autocrítica, amar». Porque según este artista «el arte nos ayuda a ser más humanos».

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Compartir el arte - Foto: Rueda Villaverde

La exposición no pretende vender ni competir. Pretende compartir. Quien la visite verá más de cien obras distintas, hechas por manos diferentes, pero unidas por una misma emoción. «Creo que se llevarán una buena experiencia, una tarde distinta», dice Miguel. «Aquí hay más de 100 obras, con mucha variedad. Está cerca del Torreón, se puede visitar y luego tomar algo. No todos los días Ciudad Real acoge una muestra así». Así que, como decía Alfredo en Cinema Paradiso, «hagas lo que hagas, ámalo». Y si es pintura lo que se hace, como en la Academia Paradiso, hay que amarla con la entrega de quien vuelve a la cabina de sus sueños.