Impresionismo en el Thyssen

María Luz Climent (DPA)
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El museo madrileño presenta una importante muestra sobre el arte de finales del XIX con nombres como Van Gogh, Monet o Cézanne

Una obra de Van Gogh - Foto: Europa Press

Plasmar la suave luz invernal que ayer dejaba el sol sobre los tejados de Madrid habría sido uno de esos desafíos que gustaba a los pintores impresionistas y que a partir de hoy podrán verse en el Museo Thyssen-Bornemisza en la exposición Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh.

En poco más de un centenar de obras repartidas temáticamente en siete salas, el centro de arte presenta su primera gran muestra del año, con nombres tan atractivos como Turner, Constable, Monet, Sisley, Cézanne, Renoir o Van Gogh, que aseguran largas colas.

Juan Ángel López-Manzanares, conservador de la Colección Carmen Thyssen e ideólogo de esta exhibición, explicó ayer que la pintura al aire libre fue la seña de identidad de este estilo pictórico, que se hacía eco así de una tendencia que ya venía cultivándose desde hacía 100 años, pero que no llegaba a las exposiciones.

El comisario aseguró que este tipo de representación creativa fuera de los talleres, que el francés Pierre-Henri de Valenciennes (1750-1819) intentó inculcar a sus alumnos en Roma como parte básica de su formación, fue como una «caja de pandora que acabó revolucionando la pintura del siglo XX», al intentar fomentar un acercamiento a la naturaleza, no como escenario, sino entregándole el protagonismo pleno del lienzo y permitiendo que los artistas se rebelaran contra el academicismo con un trazo veloz e imperfecto.

Recorrido temático.

Además, la originalidad de esta muestra consiste en que las obras no se exponen de forma cronológica, sino temática. Así, en la primera sala, reciben al espectador ruinas y azoteas. La segunda muestra los estudios sobre roquedales con aportaciones de Corot (Campesina en el bosque de Fontainebleau) o Cézanne (Peñascos en el bosque).

Sigue un tercer espacio dedicada a la montaña con una de las pocas aportaciones españolas: Tormenta sobre Peñalara, de Joaquín Sorolla. Sin embargo, la exposición realmente cobra fuerza a partir de la estancia contigua, la más amplia y luminosa, dedicada a árboles y plantas con el melancólico lienzo Después de la lluvia, de Théodore Rousseau, así como el resplandeciente óleo Vista de Bennecourt, de Claude Monet, aunque la mirada se clava ineludiblemente en el alegre y mágico liezo de Van Gogh El hospital de Saint-Remy.

Pero lo mejor llega al final, con  las dos últimas habitaciones, dedicadas a los cielos, las nubes y el mar.

El potente colorido de las Nubes de verano, de Emil Nolde, atrae irremediablemente todas las miradas, que seguidamente se desvían hacia el vibrante Paisaje bajo un cielo agitado, de Vincent van Gogh, y se desplazan hasta la sugerente Lluvia en Belle-Îlle-en-mer, de Claude Monet.

Por último, el espectador arquea las cejas ante la fuerza del mar en La ola, de Gustave Coubert, un mar que casi se oye rugir ante el Mar agitado, Étretat, de Monet, y que se presenta en un momento más reposado en Marea baja, Yport, de Renoir.