¿Cómo se siente en el papel de Carmela?

Ésta es una función que siempre he querido hacer. Desde que vi la película de Saura, que no tiene nada que ver con la pieza teatral, ya la historia de Paulino y de Carmela me impactó, me sentí identificada. El montaje de Miguel Narros, con Verónica Forqué y Juan Diego, por motivos familiares, también lo seguí de cerca. A partir de ahí, siempre he procurado ver todos los que se han puesto en pie. Es uno de nuestros grandes clásicos contemporáneos, una función perfectamente escrita por Sanchís Sinisterra. Los personajes de Paulino y Carmela son dos bombones para los actores que los protagonizan. Sanchís, una vez que tuve la oportunidad de charlar con él, me decía: «Es una pena, pero en Europa me siguen pidiendo la función de los muertos». Mientras siga habiendo guerras, desgraciadamente,  está vigente. ¡Ay, Carmela! nos recuerda los errores que no debemos volver a cometer. Es una propuesta mía personal, que hice llegar a Pentación, con Pepón Nieto. 

La obra sale una y otra vez a escena, ¿cuál es la razón?

Es muy fácil de montar y muy barata, porque lo puedes hacer en un espacio vacío y solo necesitas dos actores. Ese es uno de los motivos por los que compañías de aquí y de allá montan una y otra vez ¡Ay, Carmela! Por otro lado, es una función deliciosa y maravillosamente escrita. Tenemos pocos textos nuestros contemporáneos con esa exactitud y precisión. Luego son dos personajes muy buenos para los actores. Es una función que transita por muchos sitios, del esperpento a la comedia, a la tragicomedia, te vuelve a llevar otra vez a la comedia, te pone otra vez en el suelo para llevarte al drama, a la reflexión. Luego está muy bien construida, porque toda la parte final, la velada patriótica y recreativa que tienen que hacer frente a los nacionales, termina en alto para por último hacer una reflexión sobre las guerras. El arco de la función es perfecto. 

Es toda una tragedia...

Es una elegía, un canto a los muertos. Así lo define Sanchís Sinisterra al inicio de la función. ¡Ay, Carmela! viene del más allá a recordarnos nuestros errores, a recordar que las guerras son la peor decisión, la gran derrota del ser humano.

Su trayectoria pasa por todos los registros, aunque empezó en la comedia pero, ¿dónde está más cómoda? 

A día de hoy, a mis 47 años, soy una actriz muy versátil. Gracias al teatro he podido desarrollar mi carrera dramática. No sabría decirte, me siento muy cómoda tanto en el rol dramático como en la comedia. Creo que al final depende de los personajes. Cuando están bien escritos y están dentro de una buena pieza teatral o una buena película es lo que te hace palpitar. En los dos géneros me siento igual de bien. 

También has pasado por todos los medios, por el teatro, la televisión, el cine... pero, ¿cuál le aporta más?

En estos últimos años, donde he crecido como actriz, como persona ha sido en el teatro. He tenido la gran suerte de encontrarme a grandes maestros de la escena, como Miguel Narros, Josep María Flotats y José Carlos Plaza, con el que he tenido la suerte de hacer estos dos últimos montajes, ¡Ay, Carmela! y Divinas palabras. Son personajes difíciles, muy distintos unos de otros. También he tenido la suerte este año de rodar dos películas que están pendientes de estreno, que es Invasión y Menudas piezas de Nacho García Velilla. Yo empecé en el cine con cinco años y he hecho casi 20 películas. Me gusta la sensación de estar en un equipo, en un rodaje, esas citaciones a las cinco de la mañana para rodar un exterior, es la magia del cine. ¿Y qué decirte de la televisión? He tenido la suerte de participar en dos, tres, cuatro de las series más importantes de este país. La televisión me ha dado mucho y estoy muy agradecida. A todos voy y vengo y volveré. Me quedo con todos.

¿Ya está preparando algo para cuando se cierre esta gira?

Tengo entre manos un texto original de Ernesto Caballero que producirá Focus. Se llama La gramática. Empezamos los ensayos en febrero-marzo, estrenaremos en abril. Es una mujer muy básica, señora de la limpieza que trabaja en la Real Academia de la Lengua, que se le caen todos los tomos de la gramática española en la cabeza. Al despertar es una mujer ilustrada y su vida da un giro de 180 grados, entonces se somete a un tratamiento con un terapeuta para volver a hablar mal y ser la mujer que era porque ser una erudita le ha traído muchos problemas. Es Pigmalión al revés.