Quienes le conocen dicen que Santiago Núñez Montarroso es un hombre cercano, alegre, generoso y divertido. La verdad es que, ya jubilado, a Santiago se le iluminan los ojos mientras encadena el relato de sus vivencias a lo largo de 42 años en el cuerpo de bomberos de Ciudad Real, toda una vida en una profesión a la que se acercó por curiosidad. Ahora, enrolladas las mangueras y desprovisto del casco y los guantes, se dedica a su redescubierta pasión por el séptimo arte, una afición que inició de crío manejando el proyector de un cine y a la que ahora ha vuelto como actor, incluso ganó el premio actor revelación en 2011 con la película Azar. Los dados de Dios, de Tomás García Baringo. Es decir, que Santiago, de estar detrás de la cámara ha pasado a estar delante tras un período de más de 40 años forjándose como héroe de acción. Otras de sus pasiones son los Seat 600.
Santiago Núñez Montarroso nació el 19 de agosto de 1947 en la estación de Poblete, donde estaba destinado su padre, que era ferroviario. Luego la familia vivió en el apeadero del Campillo, entre Almagro y Daimiel, hasta que su padre pidió el traslado a Ciudad Real cuando Santiago tenía nueve años y fueron a parar al barrio de Santa María, al lado de Pío XII.
A Santiago Núñez lo de ser bombero se le apareció por casualidad, aunque dice que siempre le gustó, «pero no lo supe hasta que no estuve metido en la profesión». Lo cierto es que hubo un fuego en el barrio y entró a apagarlo sin saber en qué se metía; luego se enteró de que hacía falta gente y se apuntó. Así es que, acabada la mili, con 22 años, ingresó en el Cuerpo de Bomberos, aunque lo de llamarle cuerpo le viene un poco grande porque «entonces solo había un bombero de plantilla que había venido de Ceuta y el resto provenían de los antiguos cobradores de arbitrios, los que se ponían a las puertas de la ciudad para recaudar un impuesto a los hortelanos, o eran albañiles: no eran profesionales», explica.
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