Juan Villegas

Eudaimonía

Juan Villegas


Hacer y no hacer

13/06/2025

Para el occidental del siglo XXI el trabajo ya no significa lo mismo que para sus abuelos. Trabajar se entiende de otra manera. Existe un mar de fondo desde que el que solo se pueden explicar  algunos datos y fenómenos. Sabemos, por ejemplo,  que hay cada vez más variedad de empleos para los que difícilmente se encuentran aspirantes y que hay quienes, incluso, están dispuestos a no trabajar antes que dedicarse a  estos empleos. Recientemente la Seguridad Social publicaba un informe sobre los datos acerca de la incapacidad laboral en España durante 2024. Los datos muestran que el número de bajas se sigue incrementando alarmantemente año tras año. Los expertos relacionan este aumento, entre otras razones, a una nueva mentalidad. La «gran renuncia» es otro de los fenómenos de los que ya ha levantado acta la sociología. Existe una tendencia laboral masiva que está llevando a los trabajadores a renunciar a sus trabajos si con lo que tienen pueden «tirar» unos cuantos años. También el quit quitting solo se explica desde este cambio de mentalidad.    Hay quienes «renuncian silenciosamente» en su trabajo, reducen su compromiso y esfuerzo, limitándose a cumplir estrictamente las tareas y horas acordadas en su contrato, lo que implica dejar de involucrarse emocionalmente en el trabajo y no buscar oportunidades de crecimiento o responsabilidades adicionales. 
Hoy se piensa que el trabajo, cualquier tipo de trabajo,  nos roba la vida. Para muchas personas, más trabajo significa menos vida. El trabajo impide disfrutar del derecho a vivir una vida plenamente humana, se considera  un obstáculo en la vida. El modelo económico y social que había puesto el trabajo como centro de todos los procesos de integración social y de construcción  de nuestra identidad personal ha entrado en crisis. El trabajo se consideraba como un elemento fundamental para la cohesión de la vida social. A través del trabajo los individuos se insertaban en una estructura social determinada. Era el elemento vertebrador de la sociedad, de sus tiempos y espacios. El trabajo nos situaba socialmente. Por otro lado, se creía que el trabajo contribuía decisivamente en la construcción de la propia identidad personal. Nuestro trabajo nos definía como personas. Existen muchos factores que han podido desencadenar esta nueva mentalidad: la globalización, la flexibilidad, la precarización, la inestabilidad, la burocracia son solo algunos. «En su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo… Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo tan pronto como (puede) huye del trabajo como de la peste». Estas palabras escritas por Marx hace casi dos siglos hoy adquieren otro significado. Para Marx había que dignificar el trabajo, hoy, en cambio, incluso para la izquierda postmoderna,  hay que renunciar a él.  Se confía en que la inteligencia artificial y la mecanización pueda dispensarnos algún día del trabajo y que la asignación de una Renta Básica Universal nos libere de sus ataduras.  El trabajo ya no nos hace felices y se busca en el ocio la felicidad perdida. El homo faber da paso al homo otiosus. La realización personal, se cree, se encontrará en el ocio. Será el ocio lo que nos hará sentirnos personas plenas y realizadas y su industria ha venido en auxilio de este «hombre cansado y quemado». Toda una industria, en España la que más riqueza crea, diseñada para redimirnos de nuestros vacíos e infelicidades. No tardaremos en entender que este ocio es aún más alienante. Ya se anuncia su fracaso, 
El ser humano se levanta y camina sobre dos piernas, que lo sostienen y lo hacen avanzar: el trabajo y la contemplación, hacer y no hacer en equilibrio,  en esto nos  va la felicidad. Habría que reencontrar nuevamente el sentido del trabajo como fuente de realización personal. La solución no es una «gran renuncia» ni una vida en un «viaje continuo».  El trabajo puede ser fuente de profunda felicidad, como lo es también el ocio, un no-hacer reparador. Blaise Pascal escribió que «todas las desgracias del ser humano se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación».