Adiós a un torero de toreros

Agencias
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El maestro alicantino José María Manzanares fallece a los 61 años de forma repentina y por causas naturales en su finca de Cáceres

FALLECE REPENTINAMENTE JOSÉ MARÍA MANZANARES, PADRE, A LOS 61 AÑOS - Foto: Chema Moya

 
 
Una de las coplas más conocidas de temática taurina pedía «que le pongan lazo negro a la Giralda» por la muerte de Manolete. Un crespón que ayer debió lucir de nuevo en lo más alto del monumento hispalense para honrar a un diestro alicantino al que Sevilla acogió como suyo en los años 70, 80 y 90. Una historia de amor sin culminar, hasta que, en 2006, el día de su retirada, los propios toreros presentes en La Maestranza se tiraron al ruedo para descerrajar la Puerta del Príncipe y sacar al maestro en volandas camino del hotel.
Porque José María Dolls Abellán, para la Historia y la leyenda, José María Manzanares, fue, sobre todo, un torero de toreros, un espejo en el que se miraron muchos y al que ninguno logró alcanzar. Por eso, y por su relativa juventud, 61 años, su muerte conmocionó ayer al planeta de los toros. El cuerpo sin vida del matador fue encontrado al mediodía en su finca de Trujillo (Cáceres), donde residía. Según comunicó posteriormente su familia, su muerte se produjo «de forma repentina y por causas naturales». De hecho, el diestro alicantino había despedido el día anterior a su hijo que partió hacia México para comenzar la temporada taurina americana. Un hijo, torero y figura como él, que se mostró roto de dolor al conocer la fatal noticia: «Destrozado por la muerte de mi papá». 
La larga, larguísima, carrera de Manzanares, que tomó la alternativa en Alicante el 24 de junio de 1971 de manos de Luis Miguel Dominguín y se cortó la coleta en 2006 en Sevilla, estuvo marcada por las cimas y las simas. Bohemio y artista, esa dualidad le impidió alcanzar la cota de popularidad de muchos de sus contemporáneos, en tres décadas distintas, como Paquirri, Espartaco, El Soro, Enrique Ponce o Joselito. Y, sin embargo, todos ellos le tuvieron como referente. Porque, cuando su frágil moral y su imposible regularidad quedaban aparcadas, el alicantino toreaba con el empaque de Antonio Ordoñez, el clasicismo de Paco Camino, el arte de Curro Romero... Pero sin parecerse a ninguno de ellos por el sello personalísimo que le imprimía a lo que hacía delante de la cara del toro.
Autor de faenas memorables durante el tiempo en el que permaneció en activo, especialmente en Sevilla e, incluso, en Madrid donde salió cuatro veces por la Puerta Grande, sufrió duras campañas en su contra en la prensa taurina más radical, en unos años especialmente bélicos entre toristas y toreristas, que le achacaban, además de la falta de ambición, una tendencia a la estética por delante de la profundidad. Sin embargo, esa obsesión, con un punto de narcisismo por la perfección estética fue, precisamente, la que le convirtió en referente para los toreros y la que le hará pasar a la Historia como uno de los diestros más deslumbrantes del final del siglo XX, ajeno a modas o imposiciones comerciales. 
Medalla de Oro de las Bellas Artes, en 2006, en el año 1977 se casó con Yeyes Samper, con la que tuvo cuatro hijos: Ana María; José María, matador de toros; Manuel, rejoneador; y Resurrección (Yeyes). Precisamente la carrera taurina de su hijo fue su última gran pasión, pues el maestro alicantino solía acompañar a su vástago, especialmente en los primeros años de carrera, cuando aún no era la figura consagrada de hoy en día.