Diego Murillo

CARTA DEL DIRECTOR

Diego Murillo


Un festival de Almagro en cuestión

14/11/2022

La salida del director del que se supone uno de los festivales de teatro más importantes de España, el de Almagro, ha sido tan inesperada como agria. Este tipo de crisis, a las que las administraciones se les atraganta por los dedos inquisidores y por alguna declaración gruesa, son necesarias para cambiar rumbos de rutinas que languidecen por el encorsetamiento de los presupuestos, la rigidez de las instituciones y las escasas ganas por crecer y mejorar. Hace justo cinco años, cuando Ignacio García tomó posesión de su cargo ahora dimitido, no desdeñó en proponerse metas, como devolver al festival de Almagro a iniciativas del nivel de Stratford en torno a la figura de William Shakespeare o Salzburgo para Mozart, es decir, el centro neurálgico del pensamiento del Siglo de Oro. Nada más y nada menos. En ese octubre de 2017 en estas mismas páginas, se le instaba a que devolviera a esta cita cultural más relevante de la región a aquella referencia nacional que era Almagro en los años ochenta. En esa década, no había tanta competencia ni tanta oferta como la que hay hoy. La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) programaba su temporada desde el hospital de San Juan (hoy Teatro Adolfo Marsillach). Hoy, en cambio, es al contrario. El pueblo manchego es más bien una obligación o una especie de retiro al final de la temporada. Pocos medios nacionales e internacionales se citan con el reservorio del Siglo de Oro. Existen escenarios quizá más comerciales, con más presupuesto y apetecibles para el público general que las noches calurosas de La Mancha.
En los primeros años de su mandato, García fortaleció los pilares del legado de Natalia Menéndez (los certámenes Barroco Infantil y Almagro Off) y tendió puentes con Latinoamérica, como nunca se había hecho. Aprovechó el viento a favor de la economía y el festival creció en espectáculos y espectadores hasta que llegó el COVID. Una valiente gestión permitió a Almagro ser la punta de lanza cultural en sortear la pandemia y ser un canto, en clave femenina, en medio de la oscuridad y la incertidumbre. Y ya en la última edición, poca chicha y poca calidad. Tal vez porque el Instituto Nacional de Artes Escénicas y Música (Inaem) tenía sentenciado a García hace meses, más por mala relación con algún actor de renombre que por hacer balance de su gestión. 
En este río revuelto, afloran varias preguntas: ¿Almagro se merece este festival? ¿Nos conformamos con cuatro semanas de programación de actividades de todos los colores, pero con una calidad a cuentagotas? ¿Es suficiente el presupuesto para pensar en empresas mayores? La fundación del Festival de Almagro deberá en sus próximas reuniones, además de elegir director (al parecer, Helena Pimienta ha rechazado la propuesta), responder a esas cuestiones y ser claro con los objetivos para los próximos cinco años y no llevarnos a engaño con metas más altas de las posibilidades. 
Es en estos momentos bisagra cuando hay que fijar el rumbo: o se sigue cumpliendo el expediente o se reivindica al Ministerio de Cultura una apuesta decidida, clara y con inversiones, aparte de que la CNTC eche raíces en Almagro y se tome en serio la supervivencia de este certamen que, aunque no esté en duda, sí lo está por su calidad.