De las cenizas del terror nace en el corazón de Manhattan un pájaro de acero. Lleva por nombre Oculus y la firma del arquitecto español Santiago Calatrava, pero llega empañado por años de retrasos y unos abultados sobrecostes. Pese a todo, ayer se abrió parcialmente al público.
Algunos en Nueva York creen que parece el esqueleto de un reptil ya extinguido o de un enorme pájaro, pero la característica y monumental construcción de Calatrava, enclavada en el centro del distrito financiero, alberga una estación de transporte público, un centro comercial y un pasadizo para peatones. Con la inauguración parcial del lugar se pone fin a una larga disputa por los costes, que ascienden a miles de millones.
En los alrededores se encuentra el One World Trade Center, el edificio que se levantó tras la destrucción de las Torres Gemelas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. No lejos está también el museo subterráneo dedicado al 11-S y la famosa Bolsa de Wall Street. Desde este rincón, la ciudad quiere mostrar al mundo que ha resurgido de sus cenizas.
El New York Times bautizó la creación de Calatrava como «un fénix ascendente», mientras que Lois Stevens, que vende billetes para visitar la estatua de la Libertad apunta: «Yo creo que es un águila». Pero Oculus no vuela. A la estación bajo tierra llega la gente que trabaja en la ciudad y vive en Nueva Jersey, pero también los que se trasladan en metro.
Por el momento lo hacen evitando las obras, pero cuando acaben y se retiren las grúas y demás aparatos, el espectacular vestíbulo con una gran cúpula con vigas de acero blanco mirando al cielo se convertirá en el lugar donde todo el mundo querrá hacerse un selfie.
Al igual que el museo de arte en Milwaukee, la estación en la ciudad belga de Lieja o la Ciudad de las Artes y las ciencias en Valencia, Calatrava combina monumentales formas onduladas. Sin embargo, al estar enclavada entre tantos rascacielos, su construcción de acero parece pequeña.
Que los costes totales de la obra ascendieran a 4.000 millones de dólares, doblando así el coste inicial presupuestado, y que la estación abriese sus puertas casi con 10 años de retraso, y además solo parcialmente, ha sido una gota más en el mar de polémica que salpica a este arquitecto estrella.
«Nueva York es una ciudad que cambia constantemente y que se reinventa», afirmó Anton Angelich, que pasa por allí cada mañana.