Un ermitaño en la siberia molinesa

Belén Monge Ranz
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Cirilo lleva 13 años fuera de la civilización por lo que medidas frente al Covid-19, como llevar mascarilla o mantener la distancia, no suponen problema alguno ya que pasan días sin que este eremita vea a un ser humano en kilómetros a la redonda

Cirilo posa en su sillón con el libro de Vargas Llosa que lee últimamente. - Foto: Javier Pozo

En el corazón del monte, en una de las comarcas más despobladas de Europa como es el Señorío de Molina de Aragón, en Guadalajara, vive de espaldas a la civilización Cirilo Medina Marqués. Un ermitaño del siglo XXI que en 2007, con apenas 52 años, decidió abandonar el mundanal ruido para aislarse en este paraje, anclado entre centenares de nogueras, en el pequeño término Rueda de la Sierra, donde nace el río Piedra. «Aquí no necesito mascarilla porque mantengo kilómetros de distancia con otras personas», afirma este eremita en evidente alusión a la situación de pandemia que vive el mundo entero. Cirilo tiene claro que «para vivir se precisa muy poco: comer y nada más», señala entre risas a la entrada de su morada.

Ha conseguido este hogar gracias a su amigo y alcalde de Rueda de la Sierra, José Alfredo Barra. Cirilo le ayudaba como albañil en algunas chapucillas en esta finca y, un día, entre bromas, el primer edil le dejó caer si sería capaz de quedarse allí y, ni corto ni perezoso, dijo que sí. Hoy recóndito rincón del mundo, oculto entre un millar de nogueras plantadas en plena naturaleza, es escondrijo donde este molinés de delgada figura, larga trenza canosa y carácter afable, se siente realmente libre.

Estuvo viviendo un tiempo en Madrid en su juventud. Luego trabajó en el ambulatorio de Molina y desde hace ya trece años lleva una vida simple, sencilla, solitaria y ascética, con la única  compañía permanente de sus dos perros, Nátara y Neblan.

Un ermitaño en la siberia molinesaUn ermitaño en la siberia molinesa - Foto: Javier PozoAunque hay un depósito de agua en la parte alta de la casa, no tiene luz, pero asegura que no le hace falta, salvo para cuando tiene que recargar el móvil, un celular al que no ha renunciado porque es una forma de mantener contacto con la familia, los amigos o recibir las citas del médico.  

Pese a vivir en pleno monte, a kilómetros de distancia de la civilización, no tiene miedo. «¿A qué voy a temer?, ¿qué me pueden quitar?», afirma mientras comentaba que «si se diera el caso, es posible que quien se acerque a su morada se asustase más que yo», subraya.

Este eremita de 65 años,  vive  holgadamente con la pensión que recibe del Estado. No tiene apenas gastos y, hoy por hoy, no tiene previsto moverse de aquí si se lo permite el dueño, Barra. Se encuentra «muy a gusto» y siempre está entretenido haciendo una u otra labor en la finca, donde ha participado en crear rincones realmente particulares. Tiene incluso a un San Pedro cerca, una imagen que el alcalde quiso poner allí como homenaje a su padre, muy devoto.

Pese a las gélidas temperaturas que ofrece esta tierra la mayor parte del año, Cirilo vive feliz. Su primera residencia fue una tienda de campaña y, como cada día le gustaba más el lugar, ahí sigue. «Me adapté muy bien desde el principio porque me gusta y cuando me canso de soledad, quiero comprar o ver a la familia, bajo a Molina», apunta mientras reconoce que su único vicio es el tabaco, y que incluso ese, va a menos.

Tuvo televisión pero renunció a ella porque le gastaba mucha batería. Ahora, cuando cae la noche ya, se pone RNE o Radio Castilla-La Mancha o con la escasa luz que le ofrece una placa solar, aprovecha para leer un rato tranquilo en su sillón, muy cerquita de la estufa de leña que enciende en octubre y que no apaga hasta mayo. Tiene lo que hoy se llamaría un loft muy cómodo y acogedor, pero frío. Si no fuera por los troncos de leña que mete casi de continuo, no podría aguantar. «No son años de coger una pulmonía», indica este apasionado de la lectura, como se puede ver en la biblioteca que ha improvisado justo a un lado de su cama. «Me lío a leer todo el día. ¿Ha visto todo los libros que tengo?», apunta a la par que muestra algunas de las novelas que más le han gustado. «Me siento en mi sillón, cojo mi libro y pun pun pun, horas y horas», asevera. Ahora está leyendo La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, y parece que no le está gustando mucho. «Creía que iba a ser otra cosa pero voy por la mitad y no me convence», argumenta.

Tiene claro que cualquiera no vale para esta forma de vida pero «nunca» se ha arrepentido de ello porque desde muy joven, cuando llegaba el viernes, cogía su mochila, dos latas, una esterilla y una tienda de campaña y se iba. Cuando alguien le pregunta si no le da miedo la soledad y el silencio de la noche, su respuesta se reduce es la siguiente: «Ningún miedo, en absoluto. Aquí estoy mejor que en un piso en Molina», asegura.

Madruga y unos días quita las malas hierbas y prepara y coloca algo de leña para la estufa o cocinar, que siempre necesita, y otros días aprovecha para realizar algunas chapucillas en la casa o en el entorno. Y cuando el silencio le pesa mucho, se baja a la capital del Señorío. Lo más curioso es que cuando esto pasa y se junta con gente, le suelen decir que habla mucho. «Algunos me dicen que casco muchísimo», asevera sin negar que tiene que desahogarse.

Pero el tiempo pasa también para él y tras pasar una dura enfermedad, ahora no es capaz de bajar a Rueda andando como hacía antes porque se cansa. «La cuesta me mata», manifiesta. Sin embargo, no renuncia de momento al placer de vivir como quiere, mientras pueda. «Él es feliz aquí, está muy a gusto», suscribe Barra mientras asienta que en Rueda «todo el mundo lo quiere porque aunque le guste vivir así, Cirilo es muy sociable». Casi había anochecido y al despedirse, el eremita nos relata cual va a ser su noche: «leeré un poquito, fumaré un par de cigarros y, si tengo hambre, comeré algo y al catre» hasta que resurja un nuevo día y la luz de la mañana y el ruido de la naturaleza lo despierten.

NUEVO HALLAZGO. Y la casualidad ha hecho que coincida en estas fechas el hallazgo en la comarca de la Alcarria, en el municipio de Pareja, de un eremitorio medieval. Ha sido descubierto durante una excavación arqueológica. La voz de alerta la ponía un vecino. Descubría una cueva y los trabajos ejecutados posteriormente han desvelado que esconde un eremitorio de época tardo romana o alto medieval. «Es un gran hallazgo no solo para Pareja, sino para la provincia de Guadalajara y la región de Castilla-La Mancha», concluye  Javier del Río, alcalde de este municipio alcarreño.