Con la primavera, la actividad en el interior de las colmenas despierta. Tras un invierno en el que se mantienen en el interior generando calor, el ciclo de la vida de las abejas eclosiona coincidiendo con la floración en el campo y su salida en busca de agua y alimento con los que regresan a sus panales aceldados para alimentar a su reina con jalea real y producir miel, que después se puede comprar en los establecimientos de alimentación gracias al trabajo de los apicultores. Un círculo natural no exento de problemas y muchos desafíos que ponen a prueba una actividad de la que no solo depende la economía de muchas familias, sino que resulta fundamental para el medioambiente y la biodiversidad de montes y cultivos gracias a la labor de polinización de estos insectos. La ausencia de abejas resultaría una catástrofe para el medio natural, y sin apicultores, advierten éstos, las abejas desaparecerían. Una peligrosa concatenación de causa y efecto que amenaza con romper este necesario equilibrio, con un descenso en la producción apícola muy considerable.
Una cadena de pocos y débiles eslabones que se mantiene tensada por factores como la sequía, el parásito de la varroa o su depredador natural, el abejaruco y a los que se suma otro lastre relacionado con su comercialización: la laxitud del Gobierno en las exigencias del etiquetado, que permite la invasión de miel procedente de China y otros países, más barata, que es elaborada y mezclada dentro de España y que se vende como producto nacional, cuando realmente el porcentaje de materia prima española puede ser mínimo.
sector minoritario. No se trata de un sector económico importante, pues no representa ni el 1% de la producción de la ganadería española, donde hay censadas 36.000 explotaciones (un 7% en Castilla-La Mancha). De éstas, unas 6.000 pertenecen a auténticos profesionales, con dedicación exclusiva y que viven de ello, de la elaboración y venta de miel, jalea real, polen, cera y hasta los propios panales, mientras que el resto está en manos de productores particulares que tienen en la apicultura un entretenimiento al que en muchos casos también le intentan sacar un mínimo de rentabilidad económica. En la provincia de Ciudad Real hay registradas más de 40.000 colmenas de unos 250 apicultores.
En peligro de extinción - Foto: Tomás Fernández de MoyaTres de estas explotaciones pertenecen al matrimonio formado por Beatriz Martín y Juan Ramón Serrano. Poseen unas 90 colmenas repartidas en tres enclaves: Alcolea de Calatrava, Luciana y Los Pozuelos, aunque llegaron a tener hasta 120. Padres de dos niñas, ella trabaja en una tienda especializada en animales y él es militar de profesión, pero su pasión en sus ratos libres es enfundarse en sus trajes protectores y salir al monte a cuidar de sus abejas. Es su hobby desde hace casi una década y sueñan con poder dedicarse profesionalmente a ello. «Me encantaría vivir de esto y vender mi miel, enfrascada y etiquetada», reconoce Beatriz.
Pero el reto no es fácil. La sequía y el cambio climático acortan los ciclos de floración y está la amenaza de la varroasis, una enfermedad de las abejas producida por un parásito que acaba consumiendo a su huésped y sentenciando a la colmena. A sus colmenas no ha llegado aún, pero Juan Ramón y Beatriz se mantienen alerta porque temen que no tardará y saben de la dificultad de combatir esta enfermedad ante la insuficiente inversión en la investigación de una vacuna eficaz, al no tratarse de un sector productor puntero.
La amenaza del abejaruco también sobrevuela por encima de sus colmenas, causando daños, no tanto por las abejas que pueda capturar, sino por el estrés que causa a la comunidad, disuadiendo a sus miembros de salir de la colmena para evitar el peligro, lo que imposibilita que accedan a agua y a alimento. «El abejaruco es para los apicultores igual que los lobos para los pastores, y no podemos tocarlos porque es una especie protegida», explica Juan Ramón, quien recalca el papel de las abejas para el medioambiente: «Un polinizador tan efectivo como la abeja no lo hay, y sin los cuidados de los apicultores, éstas morirían».
Un sector con incertidumbre ante un verano «catastrófico»
En peligro de extinción - Foto: Tomás Fernández de MoyaEl sector de la apicultura reclama más inversión de las administraciones en investigación en los tratamientos contra la varroa y ayudas directas para atenuar el incremento de los costes que ha sufrido esta actividad por los efectos de la sequía, ante la necesidad de sobrealimentar las colonias con azúcares artificiales. Los apicultores afrontan un verano que podría ser «catastrófico» en un sector lleno de «incertidumbre» en el que el año pasado hubo más de un 50% de mortandad de abejas. Así lo explica Javier Colado, al frente de la Asociación ADSL de Ciudad Real, a la que pertenecen más de un centenar de productores con unas 20.000 colmenas. «Nos dedicamos más a producir abejas que a sacar miel de la colmenas», añade Ricardo Ortega, responsable de esta actividad dentro de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), quien advierte que «no son las abejas las que están en peligro de extinción, somos los apicultores».
«Es un momento difícil, pero para eso estamos los investigadores»
Castilla-La Mancha cuenta con un centro de investigación apícola de prestigio internacional. El CIAPA (Centro de Investigación Apícola y Agroambiental) de Marchamalo, en Guadalajara, está adscrito al IRIAF (Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal de Castilla-La Mancha), dependiente de la Consejería de Agricultura, Agua y Desarrollo Rural. Fue noticia por participar en la pionera elaboración de una vacuna para las abejas contra la 'loque americana', pero su labor investigadora se remonta mucho más atrás. El responsable del Departamento de Patología Apícola es Mariano Higes Pascual, una eminencia reconocida mundialmente.
Higes reconoce que el sector está atravesando un momento «difícil», pero huye de dramatismos. Entiende las inquietudes de los apicultores, aunque les recuerda que «para eso estamos los investigadores», y más con este centro que lleva «en primera línea de trabajo» durante muchos años, colaborando estrechamente con proyectos europeos sobre el cambio climático.
En peligro de extinción - Foto: Tomás Fernández de MoyaDe hecho, uno de los proyectos estrella del CIAPA es la investigación para combatir un hongo mortal para las abejas y las colmenas, el 'nosema ceranae'. A diferencia de la varroa, éste es invisible para el apicultor, de ahí que no lo tenga tan en consideración como la varroasis, cuando «ambos tienen la misma prevalencia».
Sobre la escasa inversión en investigación que denuncian los apicultores, Higes aclara que ésta siempre podría ser mayor, pero que no hay que olvidar factores como la rentabilidad económica de los laboratorios, que en algunos casos se ve limitada porque invierten en sacar adelante un tratamiento y después ven cómo algunos apicultores no compran ese medicamento en el mercado, sino que lo elaboran artesanalmente adquiriendo sus compuestos químicos por internet. Por otro lado, está el abuso «por desconocimiento, necesidad o negligencia» que se hace de los hasta 17 tratamientos que existen contra la varroa, que ha provocado que el parásito se adapte y se haga resistente.
Lo que sí afirma Higes es que la abeja ibérica prácticamente se extinguiría sin la mano de los apicultores, lo que, como polinizador ideal que es, resultaría «una catástrofe» para el medioambiente.