«Atrapé a uno de los tres ladrones de una joyería y para mi sorpresa no llevaba el botín»

Pilar Muñoz
-

Gregorio Donaire repasa sus 38 años en el Cuerpo Nacional de Policía y 16 en el SUP

Es un hombre que aúna la profesión de policía con la vocación sindical y que en 38 años de servicio nunca tuvo que tirar de pistola, algo que para él no es más que suerte, porque la experiencia le ha hecho ver que el azar a veces nos pone a prueba, y para los que le conocen se haría extraño porque se hace difícil imaginar a una persona extrovertida y simpática como él empuñando un arma, aunque no hay duda de que la habría utilizado llegado el caso. Ante todo, «fui y me siento policía», presume.

Gregorio Donaire nació en Malagón en 1952. Pertenecía a una familia humilde y no pudo estudiar más allá que los estudios primarios y los primeros cursos de Bachillerato. Es de los que piensa que «la vida te lleva a tomar decisiones según van viniendo las cosas, sin tenerlo previsto» y así se fue voluntario a la mili, con 20 años, a la Escuela de Automovilismo de Villaverde (Madrid) y, cuando acabó el servicio militar, quiso labrarse un provenir fuera del pueblo.

Fue entonces cuando decidió presentarse a las oposiciones de la Policía Armada. Reconoce que no tenía vocación, que lo único que sabía de la policía provenía de las charlas que daban los agentes en los cuarteles para captar aspirantes entre la tropa y con la forma de ser y buen humor que le caracteriza justifica su elección en que «me gustó más el uniforme de la Policía que el de la Guardia Civil».

Una vez decidido por el gris, empezó a estudiar y a prepararse para aprobar la oposición «y aprobé y fue la segunda o tercera vez que salía del pueblo. Estuve tres meses en la Academia de Canillas (Madrid) y después hice las prácticas en las brigadas operativas, también en Madrid».

En julio del 74 le destinaron a Barcelona, donde estuvo cuatro años repartidos entre las comisarías del barrio de Sants, en la calle de la Cruz Cubierta, y del Puerto, siempre en lo que le ha gustado en las brigadas operativas, es decir, a pie de calle. De la Comisaría del Puerto recuerda las inspecciones que le tocó hacer a barcos procedentes de países del bloque comunista y la tensión que se respiraba en las mismas, aunque «siempre había tiempo para alguna broma», matiza, y de los servicios en la calle reseña la lucha contra los carteristas y los ladrones de coches y de comercios.

Precisamente, el atracador de una joyería en Hospitalet fue el primer detenido de Gregorio Donaire. Recibieron un aviso de robo y «para allá que nos fuimos corriendo porque no había coches disponibles. Yo llegué el primero y me dio tiempo de atrapar a uno de los tres ladrones que se había quedado rezagado, pero cual fue mi sorpresa cuando, después de que los dos recuperamos el aliento, me dijo antes de que lo registráramos que él no llevaba nada. Sus compinches eran los que habían huido con el botín. Y era verdad», cuenta riendo.

De los robos de coches, tan en boga en aquella época, cita el caso de un vehículo que apareció abandonado en un descampado y en el que los ladrones no habían encontrado nada más que trajes de apicultor y «allí los dejaron tirados, al lado del coche. No les fue muy productivo el robo», ironiza.

la tierra tira. En 1977 se convocaron plazas en diferentes comisarías, entre ellas la de Puertollano, y «tras meditarlo y retrasar la decisión casi un año, pedí destino a la ciudad industrial». Gregorio Donaire llegó a Puertollano en agosto del 78, vistiendo ya de marrón. «Encontré una plantilla muy buena desde el punto de vista profesional y humano. Era muy distinto a Barcelona, aunque eso no quiere decir que allí nos trataran mal, al contrario, no tuve problema alguno», aclara enseguida.

Admite que «el cambio de una ciudad como Barcelona a Puertollano se nota, y mucho, pero la tierra tira y cuando tuve una oportunidad pedí una comisaría próxima a Ciudad Real». Cuenta que la delincuencia que se encontró era muy distinta a la que había visto en la Ciudad Condal y que en aquellos años fue cuando empezaron los primeros problemas con la droga en el barrio del Pino.

Recuerda que en aquel entonces en Puertollano había dos o tres salas de fiesta y que una noche, estando de servicio, les reclamaron de una que se llamaba El gallo rojo porque «había un tal Malagón, un tío de dos metros por lo menos, que se había pasado un poco con la bebida y estaba montando bronca». Para reducirlo y llevárselo a la comisaría tuvieron que intervenir unos cuantos porque el tipo era un armario. Esto fue poco antes de Semana Santa y, «a los pocos días, estaba viendo una procesión con mi mujer y mi hijo, me dan en el hombro y cuando me giro veo al tal Malagón. Lo primero que me esperaba es un insulto o un puñetazo, pero, en cambio, se disculpó: oye, perdona, la otra noche estuve muy burro, me porté muy mal y yo le dije que no pasaba nada y tan amigos», revive con agrado.

De 23-F e infiltrados. De aquella época, recuerda que la comisaría de Puertollano estaba «muy abandonada, con muchas carencias». Allí fue donde vivió el famoso intento de golpe de Estado, el 23 F. Él estaba aquella tarde de servicio y cuenta que «hicieron venir a todos los policías, nos formaron en el patio interior y el capitán aparece con las trinchas puestas y dice señores ha habido un golpe de Estado y tenemos que estar acuartelados, pendientes por si acaso. Gracias a Dios no pasó nada, pero el susto fue gordo».

Una de las misiones principales y menos conocidas que realizaban los policías era la vigilancia sobre el personal que accedía complejo petroquímico, ya que «en aquella época se realizaron muchos montajes y renovación de instalaciones y se pensaba que podía venir gente del GRAPO o de ETA infiltrados entre los trabajadores que montaban los nuevos equipos. Por eso bajaban de vez en cuando a Puertollano compañeros de las brigadas de Información de Madrid para investigar si había o podía haber gente de esta índole», explica.

Tras cuatro años en la ciudad industrial, Gregorio Donaire llega a la Comisaría de Ciudad Real, donde, a pesar de que todavía no estaban permitidos los sindicatos, ya existía un incipiente movimiento reivindicativo al que se sumó y en el que con el tiempo acabaría teniendo un papel importante en el Sindicato Unificado de Policías (SUP).

Hasta 1986, en que se unificaron en el Cuerpo Nacional de Policía, coexistían entonces dentro de las comisarías el Cuerpo Superior de Policía, el de investigación, integrado por los comisarios e inspectores que iban de paisano, y el Cuerpo de Policía Nacional, el de los agentes uniformados bajo el mando de un militar. Cuando Donaire llegó a Ciudad Real entró a las órdenes del capitán Palieri, a quien sustituyó el comandante Antonio Camacho. Luego vendrían comisarios como Carlos Cabrerizo y más adelante Carlos Bustillo y el actual, Emilio Durán, jefes de los que guarda un buen recuerdo.

Asevera que con el traslado notó diferencias respecto a Puertollano: «la plantilla era mayor y el compañerismo no era el mismo, pero me acoplé bien. También estuve en la Brigada Operativa. Es lo que más me gustaba y en lo que siempre estuve desde que empecé en Barcelona con una Sanglas; luego ya vinieron las Kawasaki», apunta con un deje de nostalgia.

De esos años de servicio en la Comisaría de Ciudad Real recuerda atracos como los varios perpetrados en la sucursal de una entidad bancaria de la ronda de Alarcos o en una oficina de otra caja de ahorros. Y, de los momentos más tensos, recuerda cuando «tuvimos al Vaquilla ingresado en el hospital e intentó fugarse al menos tres veces. Otro de los que trajeron si consiguió fugarse por los conductos del aire acondicionado, pero le cogimos pronto».

En el repaso de su vida en la brigada refiere el caso de «un detenido que estaba declarando ante el juez: su Señoría dio permiso para que le quitaran las esposas y cuando tuvo ocasión cogió un lápiz y se lo clavó al compañero que lo custodiaba en el cuello».

De aquella época son los seguimientos a delincuentes peligrosos que realizaban tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil, un «descontrol tremendo», según Donaire, que se producía porque «el juez autorizaba que los dos cuerpos de seguridad se encargaran de la vigilancia. Por suerte no ocurrió nada pero pudo pasar algo desagradable, porque si pasas patrullando y te encuentras un coche con dos personas y no sabes quienes son ... Desde el SUP denunciamos que esto no podía suceder más, que todos los cuerpos policiales debíamos compartir esta información».

Precisamente desde el sindicato que ha liderado durante 16 años recuerda la 'pelea' por el Plan de Policía 2000, que generó mucha polémica. En la teoría, sobre papel, «era muy bonito, fotocopiado de Inglaterra, pero los bobbies iban sin pistola y aquí, en aquellos años, no era posible. Fue un total fracaso». El SUP fue muy crítico «porque entendíamos que no era efectivo, entre otras cosas porque se necesitaba mucha gente que no había en Ciudad Real».

Además se hizo un gasto inútil. «Se compraron un montón de motocicletas que acabaron oxidadas en los garajes. Son etapas. A los políticos les gusta experimentar y nosotros siempre hemos dicho que los experimentos con gaseosa. Bueno aquella etapa pasó».

Donaire lo ha sido todo en el SUP, en una etapa en la que realizaron numerosos cursos de formación. De hecho fueron pioneros en organizar un curso de formación sobre violencia de género y en materia de menores con el apoyo del entonces Gobierno de Castilla-La Mancha.

Gregorio Donaire está casado con Juliana Toribio y tiene dos hijos, ninguno de los cuales ha seguido sus pasos, uno es ingeniero superior y el otro técnico de laboratorio. El 1 de enero de 2012, tras 38 años de servicio, se jubiló, una decisión que apunta en el haber del presidente Rajoy cuando anunció que en las Navidades de 2011 no habría paga extra para los empleados públicos: «me enfadé tanto que dije hasta aquí, no por el dinero, sino porque uno se harta de que paguemos siempre los mismos», afirma.

Y es que para dinero, el fajo que vio su primer día de servicio en Barcelona cuando «robaron enfrente de la comisaría: bajó una señora, vio una puerta abierta, se asustó y nos llamó. El piso era de un soltero que trabajaba de estribador en el puerto. Enseguida, el sargento dijo tú y tú arriba; entramos y, efectivamente, estaba todo revuelto. A la hora llegó el inquilino, entró y ni miró el desbarajuste: se fue derecho a un armario, abrió un cajón, levantó el doble fondo y allí aparecieron ni se sabe la cantidad de billetes de mil pesetas, lo tenía llenito», remata con una carcajada.