Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Cerebros secuestrados

03/03/2023

Leo en El Mundo del 8 de enero de 2023 que en 2014 Peter Shankman adquirió un billete de avión de ida y vuelta de Nueva York a Japón con un solo propósito: retirarse y aislarse durante veintiocho horas para poder trabajar en el manuscrito de un libro cuyo contrato le obligaba a presentarlo en apenas quince días. Necesitaba que nada le despistase y el avión se presentaba como lugar adecuado para esa retirada tan necesaria con el objetivo de dejar perfilado su nueva publicación.
Más allá de lo anecdótico y de las numerosas pegas que podamos hacer a semejante decisión (por menos pasta se puede retirar uno más días al campo y trabajar más a gusto), esta historia nos sitúa ante una cuestión importante y ante la que muchos no dejan de avisar y llamar la atención, aunque se les escuche poco. La experiencia de Shankman nos pone en primer plano el despropósito del mundo en el que vivimos, esclavizados por estímulos y distracciones constantes que imposibilitan la concentración, el trabajo sosegado e, incluso, para la misma contemplación. Tal y como afirma José María Robles en el periódico citado más arriba, hay ya estudios científicos recientes que confirman que nuestros adolescentes ya son incapaces de dedicarse a una misma tarea más de sesenta y cinco segundos. Nuestros adultos tampoco escapan demasiado bien, ellos no son capaces de hacerlo más de tres minutos. Dichos estudios aseguran que vivimos desbordados por mails, tuits, memes, alertas, emoticonos, etc., y que son los responsables de reblandecer nuestros cerebros dejándolos inservibles para acometer tareas intelectualmente complejas.
Las continuas interrupciones que sufrimos se convierten en la tormenta perfecta para nuestra degradación cognitiva, afirma Johann Hari tras entrevistar a más de doscientos cincuenta neurocientíficos y psicólogos, expertos en salud pública y destacados en Silicon Valley y que ha publicado El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla. El libro confirma que actividades como leer un libro, ver una película o mantener una conversación larga, cada vez cuesta más realizarlas. Y tal y como señala este autor, y es el dato para mí más importante, «no es de extrañar que esta crisis de atención coincida con la peor crisis de la democracia en todo el mundo desde 1930. El gran colapso de la atención ha hecho que no nos escuchemos unos a otros. La democracia requiere un foco para poder distinguir la verdad de la mentira. La gente que no es capaz de concentrarse es más proclive a sentirse atraída por soluciones autoritarias y simplistas y menos probable que se percate de que no funcionan».
Nuestro cerebro es hackeado constantemente a través de likes y demás a la búsqueda de dopamina suficiente como para convertirnos en auténticos enfermos. De ahí que estemos constantemente mirando nuestros teléfonos. 
Pero, ¿estamos dispuestos a preservar el pensamiento profundo en un mundo que cada vez tira hacia lo contrario? ¿De verdad nuestros centros educativos tienen que seguir siendo el epicentro de este despiste para nuestros adolescentes en vez de convertirse en islas donde se fomente la reflexión y el pensamiento? Quizás se debería abrir un debate que ahora mismo nadie está planteando.
Cuando el ser humano está en riesgo, lo están nuestras sociedades y nuestras democracias. La concentración, el pensamiento y la reflexión son las que han hecho de nosotros lo que somos y cuando nuestros cerebros son raptados, todo se tambalea. El pensamiento, la meditación y la contemplación son la forma por excelencia del esplendor humano. Quizás debieran empezar por aquí los que ahora no paran de gritarle a las mujeres y a las niñas que la ciencia las necesita tanto. 
El origen de nuestra cultura estuvo en esa inactividad tan fascinante como es el retiro, el silencio, la contemplación y la reflexión, puertas por las que se accede a la verdad y al verdadero encuentro, fundamentales para nuestras democracias, además de para cuestiones tan sencillas como el descanso y el dormir, algo que, por si no lo sabían, está afectando también a nuestros jóvenes y adolescentes debido al rapto tecnológico del que estamos hablando (algo que se debería empezar a tratar ya en los centros educativos). Paciencia, espera, lenta maduración son conceptos que debemos recuperar en nuestro lenguaje ordinario y en nuestras experiencias vitales. La vida no está tejida de caminos cortos ni rectos, se trata de algo muy distinto, algo de lo que nos hemos olvidado y a lo que hemos renunciado incluso a enseñar.