La trayectoria de Rogelio Burgos García (La Solana, 1941) es un ejemplo de la transformación que ha vivido en los últimos cincuenta años la profesión de farmacéutico, ya que, cuando empezó, el trabajo consistía principalmente en la elaboración de fórmulas que prescribía el facultativo, unos preparados que en la actualidad vienen casi todos fabricados por los laboratorios y amparados por un nombre comercial. Pero, aunque los tiempos han cambiado, lo que no ha sufrido variación es la estrecha relación de la familia Burgos con la profesión: un tatarabuelo de Rogelio Burgos fue farmacéutico a principios del siglo XIX, es la carrera que habría querido estudiar su padre y es la que han escogido también sus dos hijos. La deformación profesional le ha hecho ordenado y meticuloso, también con sus recuerdos, y seguramente en eso tiene mucho que ver su condición de docente, un empleo que ejerció de joven en La Solana aunque muy poco tiempo, también durante su paso por las Milicias Universitarias y más tarde, cuando ya era farmacéutico, en centros educativos y en la entonces escuela de Magisterio de Ciudad Real.
Rogelio Burgos recibe a La Tribuna en la farmacia que desde su jubilación regentan sus hijos en la calle Calatrava, número 40. La misma calle donde él abrió la botica nada más acabar la carrera en 1969, «en el número 43», apunta.
Suele acudir «un ratito» algunas mañanas para ver a su hijos y charlar con algún vecino. Cita a La Tribuna en la rebotica, «porque me ha dicho que vamos a hablar de mi vida ligada a la farmacia», dice mientras ordena su mente sirviéndose de fotografías, libros de nota y recortes de prensa.
Nada más empezar la charla aclara que antes de cursar los estudios de Farmacia hizo la carrera de Magisterio aconsejado por su padre, que era maestro.
Eran tiempos difíciles, había que labrarse un futuro profesional, un empleo fijo, y su padre quiso que estudiara Magisterio, aunque con la vista puesta en Farmacia, «que era la carrera que a él le hubiera gustado estudiar». En los años cincuenta casi nadie viajaba y pocos podían ir a estudiar a Madrid. «Ahora la gente va a Madrid, Londres, Estados Unidos o Rusia, pero en aquellos tiempos no».
Magisterio «se podía estudiar en Ciudad Real» y cuando terminó el Bachillerato elemental, cuarto y reválida, en los Marianistas, inició la carrera que «terminé con 17 años. Ya era maestro interino y podía dar clase en los pueblos». Pero su padre le instó a presentarse a las oposiciones «porque así era para toda la vida». Sin embargo, «no pude hacerlo, porque había que tener 19 años. Así que aproveché para cursar 5º y 6º de Bachiller Superior y Preu. En dos años hice los tres cursos, 5º en verano gracias a que había estudiado Magisterio». Rogelio Burgos recuerda que vino un Tribunal de Madrid para los exámenes de la reválida de sexto y que su curso obtuvo el Primer Premio de España.
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