Alexey es un adolescente de 14 años muy sociable y familiar. «Tiene muchísimos amigos y a todos los sitios donde va deja huella», asegura su madre. Además, desborda cariño y espera con ansia la llegada de un hermano.
Tener hijos formaba parte del proyecto de vida de Conchi Fernández y José Luis Barba pero, tras cinco intentos de fecundación in vitro en la Fundación Jiménez Díaz y un aborto, la vía biológica quedó agotada. Fue entonces cuando se plantearon la adopción, una alternativa ante la que su marido se mostraba bastante reacio. «Le dije que era la única opción que nos quedaba», explica Conchi. Así, decidieron no perder más tiempo y lanzarse a la aventura de ser padres poniendo rumbo a la Delegación de Sanidad y Asuntos Sociales.
El país más grande del mundo resultó el elegido y, tras obtener el ansiado certificado de idoneidad en el año 2001, comenzó un arduo proceso de verificaciones, garantías y seguimientos realizados a través de una ECAI, una entidad colaboradora que inevitablemente sobredimensiona el desembolso. «Aquí en España la desinformación es total y los trámites acaban siendo horribles», asegura Conchi, quien se apoyó en la asociación castellano-manchega de adopción y acogimiento preadoptivo 'Amada' para soportar este «ir y venir de papeleo».
Conchi y José Luis se trasladaron en marzo del año 2003 a la impronunciable Nizhni Novgorod, una ciudad situada a 400 kilómetros al este de Moscú. «Eran siete horas de tren», precisa. Desde ahí, tenían otras cinco de coche para llegar al poblado donde estaba la casa cuna en la que les esperaba su pequeño. «En cinco días sólo le pudimos ver tres cuartos de hora», recuerda aún frustrada.
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