EL VIAJE A NINGUNA PARTE por Emiliano Rubio

 

La Ley de Memoria Democrática es un texto del actual ejecutivo cuya oportunidad es discutible por lo menos. La primera cuestión siempre es respetar las normas, aunque sea desde la disidencia y ésta en concreto retoma temas personales respecto a los cuales no cabe otro posicionamiento que no sea el del respeto y también de la proximidad. En los temas que toca planea el dolor legítimo de algunos españoles y ante esto siempre hay que ser próximo. Es respetable el sentimiento, pero el dolor por legítimo que sea y lo es en este caso tiene que tener fecha de caducidad.

La ley llega tarde para muchos españoles. En la generación de españoles que protagonizaron el pulso loco que en definitiva gesta esta ley, el recuerdo en uno u otro sentido estaba muy superado. En 1976 la Izquierda derrochó decoro y altura de miras. Marcelino Camacho, inquilino habitual de Carabanchel, solo tuvo una referencia sobre su pasado y la hacía en clave elogiosa hacia el capitán de la Policía Armada que el 20/12/73 mientras esperaba en el calabozo del Tribunal Supremo para entrar al juico del proceso 1.001 en el que se le juzgaba a él y al Conde de San Luís, refirió que su custodio ostensiblemente montó la nueve largo por si había que embridar a algún patriota de taberna inoportuno en los calabozos del Tribunal Supremo. El PSOE lo asumía Ramón Rubial con lustros atrás entre rejas motivados por una actividad lineal y valiente como sindicalista, decoro y coherencia por un tubo con respetuoso silencio respecto a lo que no era oportuno hablar. En 1977 el alcalde de Madrid, ingeniero, rico, distante, de Alianza Popular en la Casa de Campo y durante la primera fiesta del PC, tras su legalización inevitable en esa Semana Santa, soportó la deambulación bipodal y mantuvo la vertical. Los viejos comunistas no pudieron con el señor Arespacochaga. El acoso etílico fue lo único que sufrió contado por él mismo y emocionado también pues había sido Oficial en el ejército ganador. Ni un mal modo, ni un silbido. Aguantó la vertical a pesar de los comunistas y se fue llorando a su casa al contemplar que los malos recuerdos estaban muy amortizados.  En fechas inmediatas se constituyó la Mesa del Congreso presidida iure propio o por razón de edad por Dolores Ibarrubi que paradojas a parte ya tenía una sobrina nieta en el Opus Dei, ni un mal gesto del Leopoldo Calvo Sotelo que la escuchó con respeto. La bronca entre esta anciana y el tío del luego presidente había sido sonora en julio de 1936 pero quedaba muy atrás en 1977. No había nada que retomar y no había nada que decir.

La pregunta de algunos es: ¿para qué? Pues hay otros españoles que incluso pedimos inmunidad e impunidad si procede respecto a los protagonistas del pulso loco y por supuesto para sus descendientes que no tienen o no tenemos el menor interés en hurgar en aquellas heridas, ni el más remoto interés. Hay leyes que nacen con plomo en las alas y para establecer un reparto maniqueo e innecesario de papeles. En la enciclopedia Álvarez la generación de los 60 nos tragamos con pocas ganas quienes eran los buenos españoles. La Ley de Memoria Democrática dice quiénes fueron los malos españoles. Me quedo con los buenos que los hubo. Me quedo con mi padre que brincó de la Falange al Opus Dei. Me quedo con los buenos de un lado y de otro. Ninguno estará cómodo con una norma innecesaria. Perdonar y olvidar, no hay otra.