Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Una gran suerte

05/01/2024

He vuelto a escuchar la nota de audio que Santiago Sánchez Cogedor me envió desde la cárcel de Evin. Era septiembre y la mayoría acabábamos de volver de vacaciones. De la playa, del pueblo o de cualquiera de los destinos más típicos y tópicos. En ese WhatsApp, Santiago no da detalles de la tortura que está sufriendo en esa prisión de Teherán y no pronuncia ni un sólo lamento. No es necesario. El tono rasgado, agónico, confirma que lleva más de un año enfrentándose a una situación límite, inimaginable para la gran mayoría. «Siendo inocente, me dicen que todo va a ir bien, que voy a salir pronto, pero llevo un año escuchando falsas esperanzas. Ya no puedo más y he empezado una huelga de hambre. No me quedan ni lágrimas. No me olvidéis». Meses antes, me puse en contacto con su madre, Celia Cogedor, y su respuesta pedía prudencia y cautela. En el fondo, era el particular modo de esconder sus miedos porque cualquier error podía echar al traste todo el trabajo diplomático que hasta ahora había realizado el embajador español en Irán, Ángel Losada.  
Casi cada día, Santiago recibía la promesa de que iba a ser liberado, pero ese momento no llegaba. En este mes de lanzamiento de La sociedad de la nieve de Bayona me ha recordado la agonía de los tripulantes del avión siniestrado en Los Andes. Las primeras semanas después del accidente, ellos también creían ver llegar cada día un helicóptero sobrevolando la cordillera americana para rescatarles. La diferencia con el joven español preso en Irán es que no se enfrentaba a la naturaleza ni a la pericia de un operativo de búsqueda, lo hacía a un poderoso régimen que juega permanentes partidas de ajedrez en el siempre complicado tablero de la geopolítica. Bajo su cabeza ha pendido hasta el final de 2023 una acusación muy grave: un delito de supuesto espionaje castigado con una pena que va desde los 10 años de prisión hasta la pena de muerte. En realidad, se ha había convertido en un rehén para presionar veté tú a saber con qué y a quién. Su única culpa fue estar en un lugar inadecuado en el momento más inoportuno. «Que no hubiera ido», repiten las Supertacañonas de la moral, los sentenciadores de lo correcto, sin atender a que incluso entre el bien y el mal, en ocasiones, hay una amplia gama de grises, más allá de un puñado de dogmas entre los que se encuentra el fundamental: el respeto a la vida humana. 
En este comienzo de año todos hemos podido escuchar y ver a Santiago Sánchez Cogedor. Su historia es de sobra conocida: fue engañado y trasladado a la tumba de Mahsa Amini, la joven iraní que fue arrestada por la policía de la moral por llevar mal colocado el velo y que falleció en comisaría, supuestamente, por la brutal violencia ejercida por los agentes. Allí fue detenido y detrás vino un calvario marcado por la tortura, en celdas de apenas un metro cuadrado, con comidas llenas de piedras que te saltan los dientes y comprobando cómo los opositores al régimen de los ayatolás van desapareciendo cada día rumbo a la horca y a la decapitación inmediata. No esperaba esta liberación tan pronto. Tampoco su familia ni sus amigos, mucho menos el propio Santiago. Y lejos de las penurias que ha pasado en estos quince meses encarcelado, nos deja una lección principal para los que vivimos en España: «No sabéis lo afortunados que somos por haber nacido en este país».