Ramón Horcajada

Eudaimonía

Ramón Horcajada


Carta a mis hijos (VII)

09/05/2025

Queridos hijos:

No soy de los que piensan que todo iba mejor antes, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cada época tiene su afán y vuestro mundo tiene el vuestro. La política ha sido un terreno complicado a lo largo de la historia, jamás existió la perfección, pero quiero transmitiros cuatro cositas que para mí han sido fundamentales.

Quien dice política dice justicia. Es algo tan básico que ya incluso estamos hartos de tener que repetirlo a diario, de tener que recordárnoslo a todas horas. Pero quien dice política, además de justicia, dice también pudor. De esto ya se habla menos, pero precisamente es la búsqueda de la convivencia de la justicia con el pudor, como me enseñaron Mounier, Ricoeur y Carlos Díaz, lo que nos convierte lisa y llanamente en seres humanos.

A la par que seres racionales fuimos definidos ya por los griegos también como animales políticos, y es que una definición como animal racional que no contase con la de animal político no podría optar nunca a condición de definidora de lo humano. Lo político no es un adjetivo de lo racional, sino su implantación encarnada.

El ser humano goza de esa dimensión política en el sentido estricto del término, pues la polis en que convive forma parte de la fisis (naturaleza) en que vive, no siendo el logos sino el lugar encargado de gobernar la unión entre naturaleza y convivencia. Es por ese logos específico por lo que las personas tienen que participar en dicha polis. Y tienen que hacerlo porque ellas han creado la polis llevadas por su dinámica interna.

No existe, por tanto, en el sistema de tantos y tantos pensadores, labor más humanitaria que eso que llamamos política. Charles Péguy llegó incluso a afirmar que la política debería ser la organización sistemática de la caridad. Pero ver un pueblo, una nación, en la que la corrupción se ha instalado en todos los niveles sociales como lo ha hecho en la nuestra es constatar que se ha perdido la justicia y el pudor. Es practicar la injusticia de manera desvergonzada y eso es nuestro escenario político y social en la actualidad. Es el establecimiento del desorden establecido y la injusticia impúdica la que nos ha convertido en lo miserables que somos.

Sí, miserables. Porque lo que más duele ya no es que sea el político quien pueda perder el pudor, sino el pueblo, la sociedad. Ver y consentir nuestra política actual es renunciar como pueblo y como sociedad a la justicia y al pudor que nos configuran como animales políticos.  Es optar por la trinchera en vez de optar por la verdad. Y que no os engañen, la verdad existe, y no hay relato que justifique, por ejemplo, que una registradora de la propiedad pueda estar preparada para dirigir Red Eléctrica Española, aunque podríamos nombrar cientos y cientos de casos en todos los niveles.

Hemos decidido atrincherarnos para escupir en el rostro del otro con el único objetivo de gritarle que los suyos son peores, no que los nuestros sean buenos. En ese momento se ha renunciado a la grandeza, a crecer en orden al bien común, y se ha optado por la miseria. Hemos renunciado a una pequeña dosis de grandeza por discutir dónde huele menos a mierda. Así es como se renuncia a ser sociedad. No hay más. Todos los maquiavelismos posteriores no harán sino justificar nuestra mediocridad, por eso nos vienen bien. Puro resentimiento, no ansia de bien y verdad, como tantas y tantas cosas de vuestro mundo.

Sed todo lo libres que podáis, no os impidáis crecer a vosotros mismos por el único objetivo de vivir despreciando al que no piensa como vosotros. Vivid buscando la grandeza que como seres humanos podáis alcanzar, que ningún amarre ideológico os impida subir lo más alto posible y no permitáis que os usen nunca como mamporreros de quien sólo busca poder.