Ante la sensación de hambre, además de enfado, las emociones que cobran protagonismo son la fatiga, la confusión o la irritabilidad, y el principal causante de todo ello es el azúcar, concretamente la glucosa, que circula en la sangre. «En el momento en que sus niveles bajan, se desencadenan en nuestro cuerpo una serie de respuestas para recuperarlos», afirma Margarita Rivas, del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Quirónsalud Infanta Luisa de Sevilla. A nivel molecular se liberan distintas hormonas, siendo una de ellas la grelina u hormona del hambre, que se produce desde las células del estómago. Pero al desconocer las circunstancias de por qué no estamos comiendo, la grelina estimula de manera indirecta y en paralelo la producción de la hormona asociada con el estrés, el cortisol, generado por las glándulas suprarrenales. «La presencia de cortisol en la sangre durante estos estados afecta el funcionamiento del cerebro», mantiene la doctora Rivas. Según explica, la consecuencia de estos efectos combinados «hace que nos sintamos irritados o enojados más de lo normal cuando tenemos hambre».