Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Las (malas) formas en la España mitinera

16/04/2023

Si esto es un fin de semana de primavera, tiene usted grandes posibilidades de encontrarse hoy con un mitin, un concierto mitinero, una fiesta mitinera, un vídeo mitinero que llega a su WhatsApp. La España mitinera se disfraza de campaña electoral, más o menos lúdica, para ocultar que todo es una explosión de confrontaciones. Que, por cierto, no solo afectan a los rivales tradicionales en las dos Españas, PSOE y PP, sino que están presentes en el seno más hondo de la izquierda, la derecha e incluso en las propias formaciones nacionalistas/independentistas. El mitin es una forma (más) de combate, una expresión sumarísima de una política pugnaz que aspira no a vencer al adversario, sino a aplastarle; no al combate de ideas, sino a ganar en la carrera de los disparates.

La batalla se extiende a casi cualquier campo de actividad pública y hasta privada, desde Ferrovial hasta el coto de Doñana, donde los linces son involuntarios testigos de una escandalera en la que ellos, en el fondo, importan poco: ¡Es la lucha por el poder, estúpido! Y ahí tiene usted, por ejemplo en las últimas horas, esos actos públicos del PSOE en Valencia o de Podemos en Zaragoza, del PP en la Vega del Pas, del PSC, de Esquerra, del PNV o de Bildu, donde se hacen patentes las desavenencias, profundas o solamente formales, que laten en el corazón de este país. Hoy tocan la Ley de la Vivienda, el 'solo sí es sí', la eterna guerra del agua entre regiones, y mañana serán de nuevo los fondos europeos, el semestre presidencial español de la UE --que ahí viene otra buena-- o, qué sé yo, a quién culpar de la pertinaz sequía, que ese va a ser otro hito del verano.

El caso es no dejar un ápice de terreno sin remover, pero jamás hacerlo de una manera constructiva, que sirva para el avance de la nación en su conjunto. Hay como una especie de espíritu de autodestrucción en un país empeñado en no construir puentes necesarios, entre ellos una reforma de la normativa electoral que acabe con la obligatoriedad actual de trenzar 'extraños compañeros de cama', de tener que aliarse con el enemigo para poder formar mayorías de gobierno. Y, así, temo que lo que se dice en los mítines, como lo que ocurre con las encuestas, sirve de muy poco para el observador que quiere aclarar sus ideas sobre el futuro para decidir a qué opción votar.

Porque el futuro no está en las peleas de hoy sobre temas que mañana habrán quedado olvidados --o sea, todos los que han sido objeto de enormes y agrias polémicas en los últimos dos años--, ni siquiera en el resultado, bastante imprevisible pese a los sondeos, de las elecciones de dentro de cuarenta y dos días, unos comicios ante los que las alianzas a la fuerza aún --¡¡aún!!-- están por definir. O por confesar. O sea, el futuro no está en lo que se diga en los mítines de la izquierda o en los contra mítines de la derecha, ni en los duelos a garrotazos para hacerse con una parcela de poder. De acuerdo; pero entonces, ¿dónde está nuestro futuro?

Miro a Francia, incendiada literalmente por una cuestión --la de la edad de la jubilación a los sesenta y cuatro años-- que en España no ha merecido siquiera un debate parlamentario serio, si los hubiere, y comprendo que el fondo no está en esos dos años que separan a los sindicatos y Macron: el fondo está precisamente en la forma. En quién y cómo decide las transformaciones vitales para nuestras existencias que hoy se abordan desde los Consejos de Ministros y desde los reales-decretos, obviando muy mucho al Parlamento, a los medios de comunicación y, claro, por tanto, a la ciudadanía. Que, como era de esperar, se interesa cada vez menos por la inflamada e impostada oratoria mitinera, que es precisamente donde no se encuentra la verdad, sea esta lo que sea. Claro que no abogo por los incendios, obviamente: solo pido que cambie el mundo y tener la sensación de que también se cuenta conmigo, y con usted, para ese Cambio, con mayúsculas, del que nunca se habla en los actos electorales.