Hoy, día 9 de febrero, pocos minutos después del mediodía, se cumplen 80 años de cuando el submarino alemán U-864 fue torpedeado y enviado al fondo del mar por el submarino inglés Venturer. En los anales de la historia bélica, éste es un hecho único: el insólito enfrentamiento en el que un submarino logró impactar a otro mientras ambos se encontraban sumergidos. Pero ¿qué conexión puede tener esta singular batalla naval, librada entre ingleses y alemanes en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, que esté relacionada Ciudad Real? La respuesta existe, aunque para entenderla, debemos retroceder al principio de esta fascinante historia.
El ejército alemán acababa de fracasar en su último intento por detener a los aliados en el frente oeste europeo, la batalla de las Ardenas, y los rusos, por el frente este, avanzaban de manera aplastante. Ya sólo era cuestión de meses que ambos frentes se encontrasen en suelo alemán. Hitler, consciente de ello, ensaya la única estrategia posible, tratar de alargar la guerra en espera que sus científicos -a los que tanto ha mimado durante esos años- encuentren «la solución final» que le permita dar un giro a los acontecimientos. Sus únicos aliados activos, los japoneses, podrían ser la herramienta decisiva, si los refuerza con la última tecnología bélica alemana, puede que contraataquen en el Pacífico y EEUU tenga que concentrar más efectivos allí, disminuyendo la presión en el frente europeo.
Para esto se prepara una misión de alto secreto, a la que se llamará «Operación César». En 1944, hace dos mil años de la campaña de Julio César sobre Gran Bretaña, y el Régimen Nazi sigue prefiriendo sobre todas las simbologías, las alegorías al Imperio Romano. En la madrugada del día 5 de diciembre de 1944, sale de su base de Kiel el submarino U-864. Es de los más grandes que han fabricado en Alemania y además de los últimos avances de radar lleva una innovación, el esnórquel, un conducto que le permite navegar bajo el agua a la profundidad del periscopio, tomando aire para sus motores diésel. La marinería no conoce la misión, aunque la presencia en el submarino de dos científicos alemanes y otros dos japoneses les hace sospechar su rumbo. Efectivamente, el destino es una isla de Malasia donde entregarán un cargamento muy especial, que llevan alojado en pesadas cajas de madera y que será decisivo para el rearme japonés.
Nada más salir de Kiel, el esnórquel comenzó a fallar. Es mejor repararlo antes de llegar a aguas enemigas. Cuatro días después de su partida, entran en la base noruega de Horten para repararlo. Vuelve a seguir su ruta a finales de diciembre. Al pasar por el estrecho de Skagerrak toca un arrecife y casi encalla. Hace una nueva escala en Farsund, pero las reparaciones deben hacerse en dique seco, de forma que se dirige a la base de Bergen, donde hay un refugio específico para submarinos. Allí llega el 5 de enero del nuevo año 1945. Los aliados, que gracias a poder descifrar los mensajes alemanes encriptados con la máquina Enigma, están sobre la pista, envían a la aviación inglesa para bombardear el refugio de submarinos de Bergen, donde el U-864 se libra milagrosamente. Su capitán Ralf-Reimer Wolfram anotaría en el cuaderno de la sala de oficiales de la base «otra vez hemos tenido suerte» sin embargo, la cadena de acontecimientos parecía querer anunciarle precisamente todo lo contrario. Finalmente, el 30 de enero retoma su andadura por aguas noruegas en dirección norte.
Entretanto, los ingleses, alertados por la resistencia noruega y los mensajes interceptados, envían el día 2 de febrero desde su base en las Shetland, al submarino Venturer, capitaneado por el teniente James S. Launders, con la orden de interceptar un submarino que pasará por las aguas de la isla de Fedje conn dirección norte. Cuando el Venturer llega a esas aguas, el U-864 ya ha pasado, no obstante y siguiendo las órdenes, patrullan durante días escudriñando con el hidrófono la zona. Esperaban un «submarino secreto».
El submarino alemán sigue su marcha y de forma repentina, a las 5:20 del día 8 de febrero, uno de sus motores diésel comienza a tener problemas. Parece que los pistones de un compresor no trabajan bien, por lo que es imposible afrontar una travesía tan larga. Reciben órdenes de volver a la base de Bergen y le aseguran que una escolta les esperará en Hellisoy, una isla al norte de esta base. El mensaje con las órdenes es nuevamente interceptado y el Almirantazgo inglés alerta al Venturer: «el submarino probablemente utilice la siguiente ruta: desde 60º 47' Norte, 4º 26' Este, rumbo 110º frente a Hellisoy. Es probable que el submarino avance sumergido».
El Venturer que al principio creía oír un barco pesquero, cuando escucha que navega cruzando delante de él, le persigue y a vista de periscopio cree divisar el del submarino alemán, aunque lo que veía era seguramente su snorkel. Son las 9:23 del viernes 9 de febrero de 1945 y mientras el U-864 sigue su rumbo trazando zigzags, el Venturer lo persigue. Ninguno de los dos sale a la superficie, donde serían un blanco fácil y siguen uno tras otro durante más de dos horas. El U-864 se acerca a la isla de Fedje, la próxima es Hellisoy donde le espera su escolta. El Venturer está agotando sus baterías y no podrá permanecer sumergido mucho tiempo más. Entonces toma la decisión de «atacar a ciegas». Launders había estado calculando el rumbo por el sonido del motor, sus movimientos en zigzag y había comprobado que siempre navegaba a profundidad de periscopio. La última vez que hizo los cálculos, las 12:20, confirmó un nuevo cambio en el zigzag, que confluía en el rumbo final previsto, así que dio la orden de preparar una «ráfaga de manguera» con los cuatro torpedos que podía lanzar y que dos minutos después salieron a intervalos de poco más de 17 segundos. Con el lanzamiento del último torpedo ordena sumergirse rápidamente, porque sabe que su posición ahora es conocida por el otro submarino. Es lo mismo que hace el U-864 cuando oye el lanzamiento del primer torpedo, se sumerge rápidamente. Los dos primeros torpedos pasan por encima; el tercero se escucha muy cerca y el submarino corrige su rumbo a estribor, poniéndose en la trayectoria del último torpedo, que le impacta en el costado justo a popa del centro de mando. El submarino alemán se rompe en tres partes, desde el Venturer se escucha la explosión y el crujido que provoca su desintegración similar a «aplastar una caja de cerillas con la mano» según la descripción de Plummer, el marino torpedero inglés.
Era la primera vez en la historia de la guerra naval, y hasta ahora la única, que un submarino torpedea a otro estando ambos sumergidos. Los 73 ocupantes del submarino alemán descansan desde entonces, en el lecho marino, a 150 metros de profundidad a 2 millas de la isla Fedje.
Su cargamento fue objeto de muchas especulaciones: se publicó que llevaba uranio, oro, incluso que llevaba el último testamento de Hitler. Su misterio se resolvió cuando en 2003 un pescador atrapó entre sus redes lo que parecía ser una válvula metálica y avisó a las autoridades, que pudieron corroborar durante los dos años siguientes que el cargamento del submarino, además de planos y motores de cazas, y otros planos para otros aviones, submarinos y para fabricar los radares más modernos, contenía 1.857 frascos metálicos de mercurio, que era el metal más codiciado debido a que se usaba para la fabricación de bombas y explosivos. 65 toneladas aproximadamente de mercurio, extraídas de las Minas de Almadén y que habían sido vendidas por el Régimen de Franco como contraprestación a la factura alemana por participar en la Guerra Civil Española. Entre 1940 y 1944, España envió a Alemania más de 2.000 toneladas de mercurio y no se enviaron más porque los americanos «nos convencieron» mediante un acuerdo firmado en mayo de 1944 para que cesaran los envíos.
Una vez hallados los restos, se analizaron muestras de agua, sedimentos y el nivel de mercurio de los peces. Como resultado, se prohibió la pesca en un área de 30.000 metros cuadrados. A partir de entonces y aplicando el refrán noruego Kemst Tho haegt fari «llegarás, aunque camines despacio» las autoridades noruegas encargaron un estudio, pasados unos años otro estudio, en un tiempo decidieron sacar los restos a flote, luego años después decidieron enterrarlo todo bajo una montaña de arena y piedras. Y ahora se sigue esperando su decisión tras el análisis de los resultados del último estudio, hecho en el año 2022. Ochenta años después de aquel lejano 9 de febrero de 1945, todo permanece inmutable en aquella silenciosa tumba de guerra, excepto porque en esas profundidades el mercurio que un día emprendió su viaje desde las minas de Almadén continúa filtrándose lentamente, escapando como el eco de un radar que nos recuerda un terrible pasado.