Navacerrada es uno de los pocos lugares que quedan en los que la vida se articula alrededor de los sonidos, y no del reloj o de las hojas del calendario. La pequeña pedanía de Almodóvar del Campo (Ciudad Real)tiene un censo que apenas supera el centenar de habitantes, pero que sólo parece hacerse visible durante los fines de semana, ya que el día a día del pequeño pueblo lo conforman alrededor de medio centenar de personas que saben que el bocinazo de cada mañana en las calles corresponde al panadero; que si es miércoles, el que rompe la tranquilidad es el vendedor de los congelados;que los jueves el vehículo que grita es el de los comestibles;que el almagreño que trae de todo y al que apodan cariñosamente «Simago» viene cada quince días. Y el pequeño vehículo que emite diferentes tonos agudos es la motocicleta del afilador. Sonidos, y no horas;sonidos y no siempre días de la semana. Ypronto, un sonido nuevo, uno que no se escucha en las calles de la pedanía desde hace 21 años:el llanto de un niño pequeño. Porque en Navacerrada, este mes, todos esperan a Lucía.
María del Carmen Ruiz tiene 32 años y nació y creció en Navacerrada. No es la última niña que vio la luz en la pedanía almodovareña, pero casi, porque allí no hay nacimientos registrados desde 1993. No es que no haya niños, que los hay, «más que nada los fines de semana». Es que ninguno de los pequeños que corretean en los festivos por las aceras de Navacerrada nació allí. Ninguno de ellos desde 1993. Veintiún años después, los vecinos del municipio se preparan para recibir a Lucía como quien espera una bendición, y no hay nadie que se cruce por la calle con la futura mamá sin preguntarle por la fecha en la que Lucía llegará para sumarse a ellos. «Tenía muy claro que quería tenerla aquí, y que quiero que se críe aquí», reconoce María del Carmen, que sonríe cuando se le pregunta por un deseo que, a buen seguro, será una realidad. «Será mi hija, pero va a ser la niña de todo el pueblo», asegura.
José Luis García-Minguillán, el padre de la criatura, llega de trabajar cuando todos los vecinos que ese día están en Navacerrada se han reunido en la plaza, junto a la fuente, buscando la sombra. Son pocos pero sonríen ante la certeza de que pronto serán uno más. Lucía va a bajar la media de edad de un municipio en el que todos se conocen, todos se saludan y las casas son puertas abiertas de las que salen y entran seguros de su completa hospitalidad. Y todos hablan de Lucía. «Va a darle mucha alegría al pueblo», aseguran y miran a María del Carmen, que subraya ante ellos un convencimiento que, en realidad, no le ha abandonado desde el día en que se quedó embarazada. «Quiero que nazca y crezca aquí, porque yo me crié aquí y fui muy feliz, y porque si nos vamos todos los jóvenes del pueblo al final no va a quedar nadie», lamenta.
El problema de Navacerrada, aunque pronunciado en la realidad de la pedanía, no es un problema aislado. La provincia de Ciudad Real tiene numerosos núcleos de población pequeños que en los últimos años han visto cómo los jóvenes emigraban y sus vecinos envejecían, cómo sus censos iban mermando. Al inicio de este siglo, en el año 2000, 37 de los 102 municipios de la provincia tenían menos de 1.000 habitantes, sin contar a las pedanías, anejos y Eatim. En menos de quince años, cuatro municipios se han sumado a la lista de pequeños núcleos poblacionales y no alcanzan los 1.000 habitantes. Y la cosa no parece que vaya a mejorar, ya que los últimos datos del INEevidenciaban que los pequeños núcleos de población tenían un alarmante problema de natalidad. En la provincia hay cinco pueblos en los que entre los años 2010 y 2011 no nació ni un sólo niño, y entre esos cinco municipios sumaron tan sólo dos matrimonios. En esos dos años, hubo dieciocho municipios en los que nacieron menos de cinco niños en un espacio de dos años. En total, veintitrés municipios de una lista de 102 con una natalidad muy baja. Uno de cada cinco núcleos poblacionales de la provincia.
Navacerrada escapa a todas esas estadísticas. No aparece reflejado como una población, sino como una pedanía, y aun así su censo engaña. «No vivimos aquí los más de cien vecinos que aparecen censados», explica Anastasio, el padre de María del Carmen, el abuelo de Lucía. No va a ser su primera nieta, porque tienen otra en Valencia, pero sí va a ser a la que van a tener más a mano:apenas van a tener que cruzar una estrecha calle para ver a la pequeña. En la casa en la que Lucía dará sus primeros pasos, dirá sus primeras palabras y verá crecer sus primeros dientes, está todo preparado. El carro, listo;la cuna, encargada;la buhardilla de la antigua posada de la aldea llena de juguetes tapados con una sábana a la espera de que haya unas manos pequeñas que los destapen, que aprieten los peluches, que arrastren las muñecas por todos los rincones de Navacerrada.
A otro ritmo.
María del Carmen Ruiz sale de cuentas este mes. En la fecha que elegirá Lucía para llegar al mundo difieren ella, por sensaciones, y la doctora que ha controlado toda la gestación con sus visitas semanales. Ella cree que la pequeña no va a dejar pasar muchos días de octubre para empezar a sonreír, pero en el pequeño ambulatorio oye, siempre, que lo normal será que llegue a finales de mes. El suyo ha sido «un embarazo perfecto, sin ningún problema», pero sí con una particularidad:las visitas médicas se producían cada semana, pero ella apenas caminaba unos pasos, mientras que la médica y la enfermera hacían decenas de kilómetros para ir a verla. Una parte más de la realidad de la vida en la pedanía, realidad a la que hay que sumar la medicina rural.
«He estado muy controlada y me he sentido segura en todo momento», afirma María del Carmen mientras se toma la tensión, como cada jueves, y descuenta un día más en la espera para que Lucía esté entre sus brazos. «Aquí no nos falta de nada, y quien diga que no puede comprar algo es porque no quiere comprarlo, porque tenemos de todo» sostiene, orgullosa, la futura abuela, Albina, que a pesar de sus raíces en Alamillo se considera una oriunda de Navacerrada, donde lleva más de cuarenta años. «Es una pena ver cómo la gente joven se tiene que ir en busca de oportunidades, de trabajo, y por eso es una satisfacción poder tener a la nieta aquí, tan cerca», afirma.
Lucía tendrá un enorme parque de juegos en las calles de Navacerrada. Circulan pocos vehículos y la plaza es un punto de reunión, a la antigua usanza, donde la pequeña podrá disfrutar de las carantoñas de todos los vecinos. Entre una de las vecinas más longevas, de 94 años, y ella, habrá casi un siglo de diferencia, pero muchas similitudes:la más grande, la de poder disfrutar del día a día en un lugar en el que el tiempo se detiene. Cuando sea mayor, irá al colegio a Abenójar, a unos kilómetros de distancia. «Hará vida normal, como la hemos hecho todos los que nos hemos criado aquí», dice María del Carmen. Con una diferencia, eso sí, medirá el tiempo con sonidos más que con relojes y calendarios. Este mes de octubre es, para los vecinos de Navacerrada, tiempo de prepararse para un ruido nuevo. Al bocinazo del panadero, al timbre del afilador, a la llamada desde la calle del de los comestibles, deberán sumar el llanto de una niña. Todos esperan a Lucía.