Literatura y política. Ficción y realidad. La noche de la entrega del Premio Planeta el pasado lunes, con presencia incluida, además de los ganadores, del ministro de Cultura, José Ignacio Wert, y del presidente de la Generalitat, Artur Mas, dio para todo tipo de corrillos y anécdotas. La más destacada, desde el punto de vista estrictamente intelectual, la quiniela ganadora: tal y como se presumía desde días antes, tanto el ganador del galardón, Lorenzo Silva, como la finalista del mismo, Mara Torres, estaban en boca de todos.
Por otro lado, estaba el encuentro entre los dos políticos después de las declaraciones expresadas por el titular de Educación sobre la enseñanza en Cataluña, así como las palabras soberanistas indicadas en los últimos días por el dirigente del Ejecutivo regional. Al final, educación y cierta frialdad en la ceremonia de entrega de uno de los premios literarios más importantes del panorama nacional.
Tuvo que ser el escritor madrileño Lorenzo Silva, ganador del LXI Premio Planeta con La marca del meridiano, una novela sobre un hombre de Madrid que debe investigar un caso en Barcelona, quien pusiera todo en su sitio, por si no lo estaba. El literato aprovecho el argumento de la novela para defender que no haya ninguna raya entre ambas ciudades, más allá de la línea imaginaria del meridiano de Greenwich.
Silva agradeció el premio en catalán e indicó: «Mi deseo es que entre mi Madrid y mi Barcelona no haya nunca más línea divisoria que este meridiano, que no es más que una marca imaginaria», aunque añadió que esto es una democracia y cada uno tiene derecho a dar y decir su opinión.
El escritor, cuya mujer es catalana, comentó que la ciudad Condal siempre ha sido muy generosa con él y que la propia urbe, donde ya ganó el Premio Nadal, es un personaje más de la novela.
También destacó que comparte con el personaje del libro haber vivido en la capital de España -su ciudad natal- y en la provincia de Barcelona, los dos lugares donde el literato reside desde hace más de cuatro años.
En el encuentro posterior a la proclamación del ganador, destacó que son dos enclaves con matices y, a la vez, con muchísimos elementos en común, pero lamentó que finalmente se imponen, precisamente, «esos matices», en lugar del denominador conjunto.
Sobre su personaje principal, evocó una frase de la novela, en la que dice que «volar puentes llena muchas más portadas en los periódicos que tenderlos».
«Nos falta vivirnos más los unos a los otros, y visitarnos menos», puntualizó, para defender que es mejor conocerse que limitarse a las visitas mutuas.
También destacó que «es difícil tener problemas» en las dos ciudades donde vive: un barrio de la comarca barcelonesa del Baix Llobregat y la periferia sur de Madrid.
Cambiar el mundo.
Por su parte, la joven periodista Mara Torres se proclamó finalista con Una vida imaginaria, una historia cuyo principal tema es el amor y «la capacidad de soñar», y que tiene como protagonista a una mujer de nombre premonitorio: Fortunata Fortuna.
Una de las integrantes del jurado, Ángeles Caso, subrayó que la novela de Torres es una sorpresa «maravillosa» y entre sus virtudes destacó el logrado equilibrio entre el lenguaje coloquial y el idioma más culto y reflexionado.