Aunque muy pocos lo conozcan, Ciudad Real sigue albergando en sus adentros un lugar inexpugnable; quizá, el lugar más seguro de una ciudad que durante dos décadas retuvo en sus entrañas todo el dinero que circulaba por ella. A día de hoy, y pese a estar cerrado y prácticamente cubierto de polvo y recuerdos, la capital sigue teniendo en su subsuelo un secreto que casi nadie ha acertado a ver jamás y que La Tribuna ha podido conocer desde dentro casi diez años después de su cierre: la cámara acorazada de la antigua sede del Banco de España.
Cuando se piensa en este tipo de espacios, lo más habitual es tirar de memoria cinematográfica para evocar a esos centenares de ladrones de Hollywood que han tenido la destreza suficiente como para adentrarse y robar en cajas fuertes de bancos o casinos de todo el mundo. Pues bien, en este caso la realidad, y como suele ocurrir casi siempre, supera a la ficción. La cámara acorazada del Banco de España, situada cinco metros bajo el suelo en las inmediaciones de la carretera de Porzuna, es una auténtica fortaleza a la que es imposible acceder sin la ayuda de algún guía que conozca los entresijos de la misma. En este caso, el guía en cuestión no es otro que el secretario general de la Subdelegación del Gobierno de Ciudad Real, José Antonio Nuevo, cuya experiencia le hace moverse como pez en el agua en un lugar en el que los invitados ajenos al banco central español prácticamente pueden contarse con los dedos de la mano.
Obviamente, la visita al que todavía puede ser el lugar más seguro de la ciudad no comienza directamente en la cámara. Antes, toca descender al sótano del edificio que alberga en la actualidad las dependencias de la Administración General del Estado y hacer uso de linternas para moverse por un laberinto de pasillos que antecede a un espacio de más de 200 metros cuadrados que cuenta con varias salas, numerosas puertas blindadas de más de 40 centímetros de grosor y donde, según José Antonio Nuevo, era imposible entrar de cualquier modo. De esta forma, y después de pasar decenas y decenas de espacios que ahora sirven para depositar archivos de Trabajo, el Fogasa y otros organismos estatales, el aire comienza a hacerse más espeso cuando se van eliminando pasos de camino a la antesala de la cámara acorazada; un espacio en el que no hace mucho se contaban los billetes por miles y en el que ahora solamente queda la inmensidad de un lugar en el que también se guardaban letras del tesoro, documentos y hasta lingotes de oro.
Aun así, y pese a tener el espacio marcado en su memoria, el propio secretario general de la Subdelegación del Gobierno comete algún que otro error y se pierde antes de llegar a la cámara en cuestión; un lugar que, según apuntó, cuanto estuvo operativo, entre 1985 y 2004, siempre estuvo custodiado por agentes de la Guardia Civil, seguridad privada y todos los mecanismos necesarios (sensores, alarmas y circuitos de televisión y un perímetro muy generoso)para hacer imposible que nadie se plantease asaltarlo. De hecho, la cámara está situada en una plataforma pivotante sobre cuatro pilares y flanqueada por espejos que dejan un colchón de aire de unos 40 centímetros que hace imposible realizar un butrón y a la que solamente puede accederse a través de una escalera con una decena de peldaños extremadamente estrechos que hay que recorrer con la mayor de las cautelas. Además, y volviendo a la seguridad, los cristales permitían a los centinelas controlar todos los puntos del subsuelo con apenas una mirada. Lo que convertiría en una quimera cualquier tentativa del caco para ocultarse.
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