Nieto del Marqués de Santillana, sobrino del Gran Cardenal Mendoza y del I Duque del Infantado y primo del gran poeta renancentista Garcilaso de la Vega. Descollar en tal familia, que no la había por aqul entonces más poderosa en España ni con tantos y tales nombres de mayor relumbrón en la política, en el ejercicio de las armas y, todavía más si cabe, en el de las letras, no era en verdad fácil, pero Íñigo López de Mendoza y Quiñones, hijo del primer conde de Tendilla supo poner su nombre en esa altura y conseguir dentro de la dinastía un pedestal propio. No por nada fue ya para siempre conocido como el Gran Tendilla, y por serlo en todos los sentidos ha de estarle el mundo agradecido por haber preservado tras su conquista a los nazaríes la maravilla de la Alhambra, de la que fue el primer alcaide cristiano.
Tras la rendición de Boabdil y la toma de Granada, donde había tenido el mando de las tropas castellanas y bajo sus órdenes al mismísimo Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba fue también nombrado capitán general de Granada. No abandonaría ya nunca aquel destino ni volvería hamás la espalda a esa ciudad ni a sus habitantes sin hacer distingos, ni siquiera en religiones, entonces a causa de los peores problemas, en la que vivió ya para siempre y hasta su muerte en 1515.
Fue enterrado en el convento de San Francisco, hoy convertido en Parador Nacional y, donde fiel a lo que pareciera hasta después de muerto, acompañó también a la entonces reina Isabel allí enterrada y fue luego acompañado un año después, en 1516, por el sepulcro del rey Fernando hasta que los de los reales cónyuges fueron trasladados a su mausoleo en la capilla real de la monumental catedral de Granada.
Íñigo, nombre señero en el linaje de la casa Mendoza, de hecho el mismo que su padre y su abuelo, el marqués de Santillana, en cuya casa de Guadalajara nació en 1440 -no estaba para entonces construido el actual y maravilloso palacio gótico renancentista y donde recibió directa educación del gran político y aún mayor hombre de letras y gran poeta.
Para el aprendizaje en la diplomacia y en las armas, los Mendoza se caracterizarons en su larga historia, y hasta hoy mismo, por haber compaginado como nadie la pluma con la espada. Tuvo también inmejorables maestros, su propio padre entre ellos, famoso por haber acabado en singular combate personal con el principal adalid moro el arráez granadino Abenarrax bajo los muros de Huelma, amén de curtido embajador en el Vaticano y del Gran cardenal Mendoza, cuyo poder hacía que fuera llamado El Tercer Rey de España.
Muerto su progenitor en 1479, heredó el título condal con el nombre de la villa alcarreña de Tendilla y ya viudo por entonces de su primer matrimonio con su prima María Lasso de la Vega, con quien no tuvo descendencia, quien había aportado al matrimonio la también alcarreña villa de Mondéjar, uniría a la postre este nombre también como título nobiliario al serle después concedido por los reyes como marquesado y con Grandeza de España. No tardó de nuevo en casarse, en esta ocasión, con una Pacheco, hija del también poderoso marqués de Villena, que sí le daría abundantes y muy lucidos hijos como se verá luego.
Siguiendo la tradición familiar, se incorporó a la guerra de Granada y su primer cargo fue el de alcalde de Alhama, al que tuvo que esforzarse en mantener ante los continuos ataques del sultán granadino Muley Hacén que, a toda costa, quería recobrarla. Tras dos años de combates en los que logró mantenerla. Aunque en ello, casi se arruinara pues no se le procuraron ni medios ni dineros y hubo en ocasiones empeñar hasta sus vajillas de plata para afrontar los gastos, le fue encomendada una difícil misión diplomática en Roma ante el Papa Inocencio VIII.
Entre sus cometidos estaba renovar la bula de cruzada para la guerra granadina y conseguir, que consiguió, un tratado paz entre el papado y el reino de Nápoles. Ello amén de una misión quizás y aún más delicada,lograr, y también lo logró, el reconocimiento de los tres hijos ilegítimos de su tío el Cardenal Mendoza, entre ellos, el de quien también añadiría lustre al apellido Mendoza, su primo Rodrigo, a quien pusieron un Díaz de Vivar añadido pues aseguraban que el linaje provenía del Campeador mismo y así certificaban los «historiadores» al servicio de la casa. Rodrigo, conde del Cid y marqués de Cenete es otro personaje que deberá comparecer por aquí cualquiera de estas semanas.
De vuelta en la guerra granadina, fue en 1487 uno de los grandes protagonistas de su final, con el que también concluiría el dominio musulmán sobre cualquier territorio de la península. Tal fue su papel, que quedó reflejado en el famoso cuadro de «La toma de Granada», hoy en el Salón de los Pasos Perdidos del Senado, del Francisco Pradilla, autor también del muy reconocido lienzo colgado en el Prado del traslado del féretro de Felipe el hermoso por su viuda la reina Juana. En la pintura, que refleja la entrega por Boabdil de la Alhambra, aparece al lado de los reyes, el conde de Tendilla. Pero se trata de una licencia pictórica pues, en el momento, ni la reina Isabel ni él estuvieron presentes. En su caso, porque está documentado que en ese mismo instante él se encontraba dentro de la Alhamabra izando en su torre más alta el pendón de Castilla.
Nombrado alcaide del maravilloso recinto nazarí y capitán general del reino de Granada hizo de su cometido un compendio de prudencia y tolerancia, pasando a los anales como comprensivo, firme y tolerante amén de un encendido defensor contra muchos encendidos clérigos que pretendieron su destrucción. Contando con el favor de los reyes y luego del emperador Carlos y su esposa la bellísima emperatriz Isabel de Portugal logró que el grandioso y monumental espacio no sufriera daños irreparables y, en buena medida, se le debe haberlo preservado hasta nuestros días.
No fue, sin embargo, a pesar del respeto que consiguió entre los moriscos que permanecieron en el reino, su gobernación un camino de rosas. Hubo de hacer frente al levantamiento de 1500 en la ciudad (el Albaicín) ante las conversiones masivas que intentó imponer el cardenal Cisneros. Consiguió sujetarla entre otras cosas pues según recogen las crónicas los moriscos tenían en mucha ley al Tendilla y al arzobispo Fray Hernando de Talavera, y «hasta se tornarían cristianos si estos se lo pidieran» pero «con tal que el cardenal Cisneros se marchara de Granada». La segunda revuelta en las alpujarras fue bastante más grave y ahí hubo de combatir junto al Gran capitán y el propio rey Fernando contra ellos hasta lograr vencerlos. Pero siempre consideró que la tolerancia y los acuerdos con ellos eran mejor camino que la imposición y la guerra.
A la muerte de la reina Isabel en 1504, el Tendilla fue el único, junto con el duque de Alba entre la alta nobleza castellana, que permaneció fiel a la causa del monarca Fernando el Católico y en contra de su tío, aunque eso supusiera, incluso, el desairar a su propia familia, entre ellos, el III duque del Infantado y el marqués de Cenete, ambos primos suyos.
Descendencia
Particular relieve e interés tiene su descendencia en la que la mano de su progenitor es notable en su formación y principios. Entre sus hijos estuvieron el que le sucedió en sus títulos de Mondéjar y Tendilla, Luis, amigo, hombre de confianza y embajador plenipotenciario en las más delicadas misiones del emperador Carlos y Antonio y Antonio aún adquirió mayor relevancia, llegando a ser el I Vierrey de la Nueva España y consiguiendo apaciguar, en lo posible, el inmenso territorio mexicano aunque para ello hubiera de embridas al mismo Cortés y enviar cargado de cadenas a España a su paisano de Guadalajara, el infame Nuño Beltrán de Guzmán cuya ansia por esclavizar y herrar indios estuvo a punto de arruinar su empeño. Tras su éxito en México ocupó luego el no menos importante virreinato del Perú.
Pero no fueron los únicos, su hija María, la famosa María Pacheco, fue la esposa del comunero toledano Juan Padilla y, tras su derrota y ejecución en Villalar, ella siguió durante todavía un año más su lucha. No faltó tampoco el ilustrado y escritor en la familia, y este fue Diego Hurtado de Mendoza, muy reputado tanto por sus obras en verso como en prosa.
Don Íñigo levantó a sus padres un maravilloso mausoleo mortuorio que pudo admirarse durante siglos en la iglesia guadalajareña de San Ginés hasta el año 1936, cuando fue destruido de manera vandálica y casi total por exaltados milicianos republicanos que acabaron con una bellísima obra de arte esculpida en alabastro al igual que la muy mentada del Doncel de Sigüenza que atesora la catedral de Sigüenza.
A su muerte, el cargo de alcaide, la capitanía general y la residencia en el palacio de Yusuf pasó como herencia a su hijo y siguió en la familia nada menos que hasta el siglo XVIII. Ciertamente, el II conde de Tendilla se ganó con creces el Gran que lo antecede.