Dos años pandemia: segunda vida con esperanza

Manuela Lillo
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Andrés Ramos pasó 69 días en la UCI a causa del coronavirus y a pesar de las cicatrices que sigue padeciendo aboga por mirar al futuro

Una segunda vida con esperanza - Foto: Rueda Villaverde

Después de que las garras de la muerte estuvieran a punto de atraparlo, de que su ritmo frenético de trabajo como médico de familia en Fuente el Fresno y como odontólogo se frenara en seco y de que su familia viviera en vilo durante más de tres meses, Andrés Ramos sabe bien lo que es valorar la vida. Fue uno de los pacientes que permaneció más tiempo en la UCI en la primera ola: 69 días, del 25 de marzo de 2020 al 2 de junio.

Tras una travesía marcada por la crueldad del virus, su mensaje, el que repite como un mantra, es claro: «Mirar al futuro con esperanza y vivir intensamente», no perderse en cosas triviales, no enfrascarse en discusiones absurdas y tener en cuenta que vivir es un regalo que se conjuga en presente, asegura.

Su experiencia es una lección de vida de la que saca una conclusión: «Luchar, luchar y luchar». Lo hizo en la UCI, en ese 'agujero' de tiempo que provocó que tras despertar después de tres meses le informaran no sólo de su situación, que había sido muy grave, sino también de la pandemia que había asolado al mundo y que cada día arrojaba un tétrico recuento de víctimas. Fue un impacto emocional que todavía es difícil de digerir.

Una segunda vida con esperanzaUna segunda vida con esperanza - Foto: Rueda VillaverdeTambién lo fue para su mujer, Ascensión, y sus hijos, David y Cristina. Cada día esperaban la llamada de los sanitarios. «Decían que mi situación hemodinámica era incompatible con la vida», relata aún con el dolor que le ha producido esta enfermedad. «Yo he sufrido mi parte, pero mi familia no está escrito lo que ha sufrido», narra a La Tribuna tras contar el calvario que vivió y el reto al que tuvo que enfrentarse tras salir de la UCI para someterse a una rehabilitación intensa. «Primero para ponerme de pie, después para empezar a caminar. Era dar dos pasos y fatigarme...». El proceso fue muy duro y reconoce que lo pasó «francamente mal». Tuvo que cambiar de casa, una unifamiliar con escalones en la que vivía, e irse a un piso. Actualmente, no puede subir más de dos plantas de escaleras sin que le falte el resuello. Su hombro derecho, por ejemplo, le ha costado año y medio rehabilitarlo.

Andrés da gracias a la vida por su recuperación, pero aún sufre secuelas, físicas y psicológicas. En su cabeza retumban durante muchas noches los pitidos constantes que emiten las máquinas de la UCI y ha tenido que recurrir en ocasiones a los antidepresivos. En el plano físico sigue teniendo zonas dormidas de su cuerpo, lo que se denomina parestesia. Le pasa, por ejemplo, en el pulgar de su mano derecha y en el muslo izquierdo hasta el pie. Además, padece cefaleas esporádicas y a veces intensas, pero sin duda «lo más importante y lo que más me preocupa es la fibrosis pulmonar», derivada de la neumonía bilateral con la que ingresó en el Hospital General en aquella primera embestida del COVID.

Una huella imborrable

Son cicatrices con las que se resigna a seguir viviendo en esta segunda oportunidad que le ha dado la vida. «Las secuelas son tremendas porque a mí me han invalidado, estoy bastante limitado. Era un hombre que a pesar de mis años, ahora tengo 63, hacía deporte, salía a correr varios días en semana y no tenía patología de base de ningún tipo», dice para mostrar a renglón seguido un absoluto rechazo a los negacionistas. La huella que ha dejado el coronavirus es el mejor testimonio de la existencia de esta enfermedad. Ahora, dos años después, hace una cerrada defensa de la vacuna, la luz que alumbró la esperanza para el principio del fin de la pandemia.    

En su caso no se confía. Teme que el coronavirus aún tenga batallas que librar. Explica que los virus buscan la forma de sobrevivir, de propagar su maldad, de manera que apunta al próximo otoño para conocer si la pandemia tiene ya sus días contados.

Andrés ha pasado por neumólogos, cardiólogos, psiquiatras y un largo etcétera de especialistas. Agradece la creación ahora de una unidad de COVID persistente que dé respuesta a las necesidades de estos pacientes.

Tras este periodo ha solicitado su incorporación laboral aunque lamenta que deberá trabajar en segunda línea. «No estoy capacitado para volver a primera línea, para hacer el trabajo que hacía, con 60 pacientes todos los días y salir corriendo a la menor ocasión, porque se produce una urgencia, las secuelas no me lo permiten».

Confía en que tras el periodo de vacaciones en el que actualmente se encuentra se pueda incorporar en una adaptación del puesto de trabajo, dice en lo que es también un reconocimiento a todos los profesionales de Atención Primaria, también del resto de estamentos, y con el recuerdo especial a su compañera fallecida por COVID, Ana Figueras.