La música fue su primer amor y ha tenido la suerte de haber podido dedicarse a ella como docente. Ha dado clases particulares, en el colegio San José, en la Aneja, en el Juan de Ávila y en el Conservatorio, que dirigió en sus primeros años de vida. La jubilación no le ha restado un ápice de vitalidad, «estoy muy despierta porque no paro de hacer cosas», afirma sin rubor, y cada día ejercita sus dedos acercándose a la magia de Beethoven, Mozart y, sobre todo, Bach, «mi mayor amigo y también mi mayor enemigo, porque es dificilísimo de tocar», confiesa esta mujer tan afable e inquieta como exigente.
Nació en Malagón, en 1942, localidad en la que vivió hasta los 10 años, edad a la que la mandaron a estudiar al colegio San José de Ciudad Real, donde cursó el Bachillerato. Estuvo interna seis años en los que fue «felicísima» y dice guardar un recuerdo «estupendo» del colegio. Literatura, Arte, Latín.... eso se le daba bien, pero las Matemáticas eran harina de otro costal y «no podía con ellas», dice riendo abiertamente.
Lo de la música empezó con su padre, que era muy aficionado, y metió el gusanillo a sus tres hijos, aunque la única que destacó y pudo vivir de la música fue Margarita. Y es que «con seis años ya estuve con el director de la banda de Música de Malagón, que era un profesor extraordinario, muy rígido, pero muy bueno». Le dijo a su padre que tenía facultades, una valía que la niña demostró pronto: «Con 10 años ya tenía aprobados primero y segundo de Solfeo, lo que ahora se llama Lenguaje Musical, y primero de Piano; pasábamos los veranos en Valencia porque mi madre tenía familia en Castellón y allí una profesora me preparó y me examiné».
Cuando terminó el Bachillerato, en el colegio San José, se fue a Madrid a continuar los estudios, y en el Real Conservatorio le fue muy bien, aunque «al principio era algo difícil por aquello de que te miraban como la provinciana; cuando llegaban los exámenes por libre, a primeros de verano, me sudaban las manos. No tengo premios de fin de carrera, ni nada de eso, pero sí un buen expediente académico, con sobresalientes en casi todo», remacha con orgullo y una sonrisa que revela una personalidad entusiasta y vital.
Cuenta que hizo noveno y décimo, que entonces se llamaba ‘Virtuosismo’. Todas las asignaturas, «la música de cámara, los cuatro cursos de armonía, folclore, canto gregoriano ..., todo» y llegó al punto en que había que elegir entre la composición, la enseñanza o la dedicación exclusiva a los conciertos, algo que exige «estar tocando ocho o diez horas diarias -aclara- porque la gente que toca el piano tan bien, aparte de tener facultades, tiene que estudiar y trabajar muchísimo. Es lo malo que tiene la música, que es ingrata, en el momento que la dejas ..., pero yo no la he dejado nunca, incluso cuando mis hijos eran pequeños, yo me junté con cinco niños pequeñísimos, y una casa que atender».
Del San José al Juan de Ávila. Y la elección estaba clara, la enseñanza, inocular a niños y jóvenes la misma pasión que sentía y sigue sintiendo por la música. Empezó en la Aneja, el actual Dulcinea del Toboso, y luego daba clases de cinco a nueve en el San José, donde estuvo cuatro cursos impartiendo Solfeo y Piano. Recuerda que «era mucho trabajo, pero a mí me apasionaba aquello. La enseñanza me ha gustado muchísimo. Luego nacieron mis dos gemelas y estuve dos años sin hacer nada, nada más que clases particulares en casa». Los alumnos se iban a examinar a Madrid y Córdoba, por libre, «como había ido yo, y pasaba lo de siempre: si la niña aprobaba es que es estupenda y si suspendía, es que la profesora no la ha preparado bien, pero yo ya contaba con eso. Cobraba muy poco, pero eso me valió de mucho».
Con la creación del BUP, el Bachillerato Unificado Polivalente, la Música se incorpora como asignatura de la enseñanza media y fue entonces cuando Margarita Barroso entró en el instituto Juan de Ávila, donde pasó 36 años dando clase. Cuenta que entró «sin oposición, porque aún no se habían convocado, estaban con que si los de la carrera de Música eran licenciados, si eran diplomados, si los incluían dentro de los maestros... hasta que después de mucha lucha, con abogados y tribunales de por medio, se ganó y se reconoció la licenciatura. Entonces, cuando ya llevaba nueve años dando clase, se convocó la primera oposición a mitad de curso, en Navidad, y me presenté. Aprobé, saqué un buen número y me quedé en el instituto», dice poniendo énfasis.
Se crea el conservatorio. Pero, entretanto, unos pocos años antes de que se convocaran estas oposiciones, en 1981, en Ciudad Real se constituye un patronato en el que están representados la Diputación, la Cámara de Comercio, el Ayuntamiento y la Delegación provincial de Educación que pone en marcha un conservatorio y cuya primera directora fue Margarita Barroso. «A mi me apoyaron todos -cuenta- y el director del conservatorio de Córdoba, Rafael Quero, que es un ser extraordinario con el que estaré en deuda toda la vida, me dijo que adelante. Se propuso una terna y salí elegida con cinco votos a favor, uno en contra y otro en blanco».
El conservatorio empezó a funcionar en octubre de 1981 y, en principio, estaba pensado para 200 alumnos. Sin embargo, aquel curso tuvieron 500, de piano y guitarra, en su mayoría. Según Margarita Barroso «se abrió el Conservatorio y mucha gente se matriculó pensando que era fácil, pero la música es muy difícil. Hicimos grupos de mayores (médicos, enfermeras, maestros ...) que no habían estudiado música y que al abrirse el Conservatorio querían estudiar, y como la gente (los profesores)los temía, los cogí yo. Me dieron una satisfacción tremenda, lo que pasa es que la gente mayor está más cerrada, pero funcionamos muy bien, éramos muy formales y si luego teníamos que ir a tomar unas cañas a la calle Paloma, pues íbamos».
La verdad es que el Conservatorio inició su andadura de manera precaria porque «empezamos sin local, dimos clases en la Cantina, en el Pérez Molina, en Ramón y Cajal» y los instrumentos eran escasos. «El Ministerio adquirió seis pianos, y luego compramos otros instrumentos: dos clarinetes, una trompeta, y con esa pequeña dotación empezamos a funcionar». Tampoco es que fueran muchos docentes: «Éramos ocho profesores y todos podíamos impartir lenguaje musical; no teníamos profesor de guitarra ni de violín y hicimos un arreglo: vino un profesor de guitarra y otro de violín, pero no fue un gran éxito», confiesa ahora su primera directora.
Pese a ello, gracias a la entrega e ilusión de todos, se salió adelante. Margarita recuerda que había muchos alumnos de la provincia, «los traían los padres que se tenían esperar a que terminarán las clases, lo que suponía un gran sacrificio para los chicos y para sus padres. Yo valoré todo eso muy bien, y me llevaba muy bien con las familias, les escribía unas cartas, y mi marido me decía Marga tu crees que se van a leer las cartas, y yo le decía que sí. Les ponía unos pensamientos, y las familias respondían muy bien. No tengo nada más que agradecimientos para todas ellas», asegura emocionada.
Aunque al principio el Conservatorio de Ciudad Real dependía orgánicamente del de Córdoba, con la llegada de las aún incipientes autonomías pasaron a ser dependientes del Conservatorio de Madrid. Según Margarita, el cambio fue a mejor y «si bien nos trataron en Córdoba, igual o mejor en Madrid. Su director, un gran organista y un hombre con mucha personalidad, Miguel del Barco, nos trató estupendamente, con todo tipo de facilidades, y no tuvimos inconvenientes. El problema es que el Conservatorio era todavía elemental y se podía impartir sólo hasta cuarto de solfeo, pero a partir de ahí venían de Madrid a examinar. Por fin, en 1985, se consiguió que no dependiera ni del patronato, ni de Madrid ni de Córdoba».
Un ritmo frenético. Durante cuatro años, Margarita Barroso compaginó las clases en el instituto por la mañana con las de la tarde en el Conservatorio. «Fue un poco de locura, pero con una satisfacción increíble», reconoce. Este ritmo frenético duró hasta que en el curso 1984-85 se convocaron las oposiciones para profesores de BUP que aprobó Margarita y que la obligaron, por mor de la Ley de Incompatibilidades, a elegir entre una cosa u otra. «El corazón lo tenía en el Conservatorio, pero la cabeza, mi raciocinio, en el instituto. Llegar a las tres de la tarde, y no a las diez de la noche o más tarde cuando tenían claustro u otras reuniones», apunta.
Una jubilación muy activa. Hace dos años, después de 36 de docencia en el Juan de Ávila, Margarita Barroso se jubiló. Y lo hizo como merecía la ocasión, con un concierto de piano con piezas de Bach, no podía ser otro, y también Mozart y Beethoven. En la segunda parte del programa: Albéniz, Granados y cosas de su cosecha.
Recuerda que «el salón del Casino se llenó de compañeros, amigos, vecinos y ciudadanos, que fue muy emotivo porque el concierto lo presentaron mis nietos». Además recibió 17 ramos de flores.
Margarita tiene cinco hijos, tres varones y dos chicas y seis nietos, y se confiesa «entregada en cuerpo y alma a la familia». Estuvo casada con Daniel Céspedes, que fue presidente nacional de ANPE, «un marido y un padre ejemplar, muy trabajador, muy apasionado, caritativo, era muy listo, una persona privilegiada», que falleció en 2004.
Dice que ahora ve la vida «de otra manera y me he centrado mucho en la ópera. La última a la que me he aficionado es Lucia de Lammermoor, que me han regalado mis hijos en Reyes; es por una soprano rusa que se llama Ana Netresco». También le gusta mucho el barítono Dmitri Hvorostovsky. «He ido a verlo, me ha dado un abrazo y estoy como loca, se centra mucho en Verdi. En Il Trovatore interpreta a Germont padre en la Traviata. Y como es ruso canta las canciones de la guerra tan tristes. Canta muy bien, muy bien».
De su época al frente del Conservatorio destaca los conciertos que ofrecían todos los meses en la casa de cultura porque no había otro sitio. «Eran antológicos -afirma- igual que los de fin de curso. Organizábamos unos conciertos en los que participaban los niños, y a los padres les encantaban y a los profesores también». De entre ellos recuerda con cariño y gratitud a Felisina Roldán, «una compañera de verdad, una mujer leal. Fue directora del Conservatorio de Ciudad Real muchos años».
Margarita Barroso reconoce que fue muy exigente mientras estuvo en el Conservatorio pero es que «tenía que funcionar y no quería que se convirtiera en una academia, sino que fuera un primer paso hacia los estudios superiores de música», justifica.