En el capítulo anterior de mi vida conté como habiendo nacido Torrejoncillo del Rey de Cuenca en 1466, participé en la conquista de Granada en el 92 y viajé junto a Colón al nuevo mundo en su segunda travesía para después hacer una tercera en la que descubriría otros paraísos que ustedes ubican en las costas de Venezuela y Colombia.
Durante este trayecto, mi compañero de lidias Juan de la cosa no dejaba de dibujar mapas y hacer mediciones de todos y cada uno de los lugares.
Cuando de regreso llegamos a La Española mis antiguos compañeros nos recibieron de uñas ya que al parecer un servidor tenía que haber pedido permiso al Almirante Colón para explotar aquellos territorios. Después de varios días de discusiones llegamos a las manos los dos grupos y de tal magnitud fue la reyerta que incluso llegamos a perder a varios hombres de nuestra tripulación y tuvimos al final que entregarles los tesoros sobrantes de nuestra travesía. Tan solo nos dejaron conservar a los indígenas que habíamos hecho presos para vender como esclavos.
- Foto: Víctor Ballesteros Regresé y nada más atracar en Cádiz me dirigí a capitular con Sus Majestades los Reyes y no sintiéndome satisfecho con el término de mi último viaje me embarqué de nuevo esta vez con la Real Cédula que me nombraba gobernador de la Coquibacoa y el permiso para fundar una ciudad en aquella tierra que en el viaje anterior exploré.
El viaje nunca se hubiese podido hacer sin las inversiones de los mercaderes Sevillanos Juan de Vergara y García Campos que fletaron cuatro barcos.
Mi primera fundación fue en la península de Guajira y llamé al poblado Santa Cruz pero me fue muy difícil mantenerla ya que los indígenas de los aledaños no hacían otra cosa que atacarnos y muy a mi pesar los colonos que me acompañaron se cansaron de tanto enfrentamiento pidiendo socorro a nuestros benefactores los Sevillanos Vergara y Campos que decidieron cortarme las alas, decomisarme todos mis bienes y terminar con mi colonia desalojando a los pocos colonos que aun me eran fieles. Como me resistí acabaron llevándome cautivo a La Española.
Dos años me tuvieron allí apresado hasta que por fin mi padrino el obispo Juan Rodríguez Fonseca pudo mandar una orden para mi liberación que muy a mi pesar se cobró con los pocos bienes que me quedaban.
Cualquiera podría pensar que el fracaso pecuniario de mis dos primeros debería haber servido para amedrentarme, pero no fue así porque a tozudos nadie me ganaba y de nuevo recurrí a Juan de la Cosa para que me ayudara con el favor Real.
A los cuatro años mi amigo regresó con la noticia de que el rey Fernando el Católico, muerta ya Doña Isabel, capitulaba en mi favor para la gobernación de Nueva Andalucía. Esta Cedula aparecía firmada el 6 de junio de 1508 poco después de haber cumplido los cuarenta años pero no por eso falto de fuerzas para ejercer mi cargo.
Después de mucho rogar, conseguí reunir 300 hombres, dos bergantines y dos barcos un poco mas pequeños que en comparación con el patrimonio del gobernador Nicuesa, mi vecino de colonia era una miseria pero que al menos me serviría para que sus hombres respetasen la linde de nuestra frontera entre el río Atrato en el golfo de Urabá.
Al llegar a bahía Calamar decidí establecerme allí. Apenas desempacamos, como en la ocasión anterior tuve que lidiar con los indígenas que se negaban a someterse a nuestra corona.