Hay asuntos trascendentales en los que es conveniente quitarse la boina. No es que uno tenga nada en contra de ese complemento de paño negro que cubría las cabezas despobladas de mis abuelos. Todo lo contrario: me acerca, con nostalgia, a una infancia muy feliz. Fue en una función de Navidad en el salón de actos del colegio Alcarria cuando me coloqué una boina por segunda o tercera vez, después de haberlo hecho vestido de pastorcillo. Me tocó interpretar a Toribio, uno de los personajes de Las aceitunas, por aquel entonces uno de los pasos del Siglo de Oro más representado y hoy un entremés proscrito porque andamos empeñados en ver y entender con los ojos del siglo XXI lo que pasaba en la España de hace casi 500 años.
La boina no es en sí mismo el problema que impide abordar con amplitud de miras las cuestiones sustanciales. Todas las contradicciones vienen porque los que tienen responsabilidades la llevan con tres vueltas de rosca y eso impide abordar lo relevante con las luces largas. Conviene, por tanto, que se la quiten directamente y, ya de paso, que se sacudan bien el polvo de la dehesa.
El debate sobre la falta de agua sólo se pone encima de la mesa cuando hay sequía o con elecciones a la vista. Es lo mismo que les pasa a los estudiantes perezosos que dejan todo para el final y que se ponen a estudiar la noche de antes del examen. Si son muy listos, lo sacan, pero en política no siempre es el caso. El pasado mes ha sido el abril más seco desde que hay registros y, si lo que queda de primavera no lo arregla, comenzaremos a hablar de restricciones serias. Primero, en el campo y en los usos recreativos, y, después, en el consumo doméstico.
En Castilla-La Mancha el debate del agua es recurrente y es una bandera que se saca de forma periódica. La mitad sur de la región es especialmente seca y en el territorio regional se ubican los dos grandes embalses de cabecera que abastecen al trasvase Tajo-Segura. En 44 años de explotación se han cometido muchas fechorías y siempre en perjuicio de una comarca que ha visto truncadas sus expectativas de crecimiento en torno a los usos turísticos que ofrecen los pantanos. Siempre han sido los grandes olvidados de esta película que comenzó a diseñarse todavía en blanco y negro. Una imagen tan habitual como vergonzante es la de los camiones cisterna en pleno verano suministrando agua a pueblos situados a pie de embalse. El cuento es siempre el mismo: Cuando en el Gobierno está un partido, los alcaldes del signo contrario claman contra una realidad sangrante. Cuando coinciden, callan como corderitos bien amaestrados. Entonces ya no hacen falta esas infraestructuras hídricas que duermen en un cajón mientras sus vecinos acuden a la cita semanal para llenar las botellas vacías.
Hace poco más de un mes que ha entrado en funcionamiento la tubería que va a llevar el agua del Tajo a la llanura manchega. Conscientes de las susceptibilidades que genera el tema del agua, el argumentario de la Junta para defender este nuevo trasvase es contundente: "Es para beber y no para regar". Pero hay un elemento que añadía el presidente García-Page: "Esta es una obra de la que va a depender el futuro de mucha gente. Va a impedir que se siga diciendo que no hay licencias para instalar empresas porque no hay garantía de agua". Nos indignamos cuando el agua sale para regar los tomates de Murcia, pero la derivamos a La Mancha para que se garantice su desarrollo económico. En Sacedón, Alcocer, Pareja o Alocén seguirán viendo cómo el embalse mengua sin control y con ello sus esperanzas de futuro. Mientras tanto, los alcaldes socialistas de la zona de Entrepeñas y Buendía lo asumen con disciplinada resignación. Son pocos y en Villarrobledo, Socuéllamos o Mota del Cuervo suman más votos.