La cuarta sesión del juicio con jurado que se celebra en la Sección Primera de la Audiencia Provincial por el doble crimen del Lucero de Valdepeñas no dejó ayer lugar a dudas. Ramón M. S., el hijo, recibió varios navajazos con un arma blanca monocortante, es decir, de un único filo. Y uno de ellos, según indicó uno de los médicos forenses encargado de la autopsia, le perforó el estómago. Pero, además, «en el antebrazo izquierdo presentaba heridas incisas, punzantes, muy profundas y sangrantes». Cabe destacar que en la inspección técnico-ocular se halló una funda de cuero marrón correspondiente a un arma blanca de unas dimensiones aproximadas de 23,5 centímetros de longitud y siete de anchura.
Así, el informe desmonta la versión de uno de los acusados, A. M. F., que el lunes aseguraba que «en ningún momento» intentó hacer algo, pese a llevar la navaja en la mano derecha. «Éramos familia, nos hemos querido mucho y mi corazón no me lo permitía. Conscientemente, yo no le di ninguna puñalada», aseveró.
El cuerpo de Ramón M. S., que también tenía una lesión en la espalda provocada con un objeto contundente (el palo que admitió haber cogido J. A. A.), dejaba ver dos orificios de entrada de bala -uno en la base del cuello y otro en el costado izquierdo- producto de los dos tiros que J. M. M. A. efectuó con un revólver plateado. Según los forenses, «la trayectoria vertical de los proyectiles hace imprescindible que el que dispara esté situado en un plano más elevado». «La víctima estaba agachada o muy inclinada», aseguraron.
directo al corazón. La autopsia del cuerpo de Sebastián M. M., el padre, confirmó ayer que el disparo recibido en el pecho penetró en el corazón tras perforar el pericarpio. «La persona que manejaba el arma (J. M. M. A.) estaba enfrente. Calculamos que a una distancia de unos 60 o 70 metros. Desde luego, no fue a quemarropa», aseveraron.
El orificio de entrada del proyectil no coincidía con el agujero de la camisa. «Seguramente, tendría los brazos en alto», señalaron. Una hipótesis que coincide con el testimonio del guardia civil que, estando fuera de servicio, presenció la reyerta ocurrida el 22 de septiembre de 2010 a la salida del culto celebrado en la Iglesia Evangélica de Filadelfia. «Estuvieron discutiendo con los brazos levantados muy poquito tiempo y entonces, disparó», puso de manifiesto en la segunda sesión del juicio. (Más información en la edición impresa)