'Milhijas', Borja Jiménez y un In Memoriam inolvidable

Fernando Fernández Román
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'Milhijas', Borja Jiménez y un In Memoriam inolvidable

Madrid, 15 de junio de 2025. Corrida In Memoriam de Victorino Martín Andrés. Fuera de abono. Ganadería: Victorino Martín: Corrida en el tipo del encaste, con toros agalgados, degollados de papada y defensas cornivueltas o cornipasas. Todos en cárdeno de distinto tono. El tercero cortó en banderillas y algunos tuvieron tendencia a doblar las manos. De embestidas humilladas primero, cuarto, quinto y, sobre todos, el sexto, un toro de bandera premiado con la vuelta al ruedo. Toreros: Paco Ureña (media estocada sin puntilla, saludos y media estocada perpendicular y dos descabellos, silencio), Emilio de Justo (estocada arriba sin puntilla, palmas y soberbia estocada, aviso y oreja) y Borja Jiménez (espadazo en el costillar, silencio y gran estocada, aviso y dos orejas) Subalternos: Destacó picando Tito Sandoval y en banderillas Morenito de Arles, Pérez Valcárcel y Vicente Varela. Entrada: Lleno. Incidencias. Calor sofocante, sin viento. Al finalizar el paseíllo se guardó un minuto de silencio en recuerdo del ganadero homenajeado y al finalizar la corrida salieron en hombros por la Puerta Grande Borja Jiménez y el ganadero, Victorino Martín García.

Está bien esto de rematar la feria de San Isidro con dos grandes acontecimientos. Una doble hebilla que abrocha un ciclo de toros extenso y palpitante, durante el cual, todo el mundo taurino se mantiene ojo avizor para conocer de primera mano lo que se cuece en la caldera de Las Ventas, uno de los escenarios taurinos más emblemáticos. Quienes manejan estos asuntos, han decretado que el culmen de este serial de toros y toreros, en sus disciplinas y categorías correspondientes, debe ser el doble cierre que componen la clásica corrida de Beneficencia y una corrida In Memoriam de alguien o de algo. La primera hebilla (Beneficencia) ya se instaló hace una semana, con el zambombazo de Morante, y hoy se completa con un festejo que trata recordar la figura de un ganadero de bravo ejemplar, inimitable, inolvidable: Victorino Martín Andrés, a mi juicio (lo he proclamado en numerosas ocasiones) el mejor del siglo XX y lo que va del XXI.

Para ratificar tan rotunda aseveración, han llegado a Madrid seis toros de la "A" coronada de Albaserrada, frase iniciática con la que tantas veces denominé al hierro de esta famosa ganadería y que ya se ha hecho habitual en los distintos medios de comunicación. Seis buenos mozos que ahora elige el epígono de su señor padre, Victorino Martín García, alma y vida de una amplia manada de reses bravas que merodean por entre las jaras de la Extremadura septentrional, la de la Coria cacereña, ciudad histórica y monumental donde las haya. Los toreros acaban de tomar sus capotes de brega y los espectadores –bregando ya con el calorazo—se apresuran a ocupar las últimas localidades, para culminar el lleno de la Plaza. Se abre la puerta del toril: ¡Eh, toro!

Cuando aparece el primer toro me percato de un cierto pasotismo en los tendidos. En la Plaza reina una calma chicha apenas perceptible, pero calma chicha, el fin y al cabo. Veo a la gente como abotargada, sin ganas de meterse de lleno en la corrida. Corretea el toro y no se oye ni chus ni mus. ¡Cáspita!, que diría un personaje del comic español, ¿acaso el público se ha vuelto, de repente, formal y nada meticuloso? ¿O es que las barrigas estaban llenas, ahítas, de tanto cuerno y tanto trapo durante los meses de mayo y junio? Misterios del Madrid taurino. La verdad es que tampoco la cosa era para encender yesca desde el principio, porque los toros presentaban la tipología clásica del encaste, sin demasiados kilos, si bien su comportamiento fue variado, desde el hocicón sistemático que toma los engaños por abajo con aparente sumisión al cabroncete que rebaña por dentro, a la salida de las suertes.

En cualquier caso, hay que reconocer que el lote de Paco Ureña tuvo argumentos suficientes para que el lorquino hubiera hecho rugir a los tendidos de la Plaza, porque si el que abrió el festejo embistió con sorprendente docilidad, también el cuarto dio motivos para que Paco hubiera formado un lío gordo, especialmente en la primera parte de la faena. Dio, eso sí, pases, muchos pases, algunos largos y templados, pero les juro que los olés no fueron nunca en consonancia con ellos, con los pases; es más, la mayoría de las tandas se fueron al limbo sin acompañamiento sonoro del público que echarse al regazo. Mala tarde para Ureña, un torero querido en esta Plaza, que se va de Madrid con el desconsuelo de haber pasado por San Isidro con escaso relieve.

Emilio de Justo, en cambio, se jugó el tipo con su primer victorino, de muy mala calaña. Tiraba gañafones a la salida de los pases, como si le estorbara la muleta que pretendía conducir su embestida, y así es muy difícil ligar los muletazos y consumar las suertes con un mínimo de precisión y limpieza. Llegó a mantener un cierto acoplamiento por el pitón derechos, pero fue un espejismo: en seguida volvió a las andadas: tornillazos e intemperancias. En cambio, con el quinto, un toro de tremenda y descarada cornamenta cornipasa, De Justo aprovechó el excelente tranco del animal. lo metió en la bamba de la muleta y le cuajó una faena precisa y acompasada a las condiciones del toro, destacando las series en redondo por ambos pitones, de largo recorrido y acusada templanza. Sorprendentemente, el toro cambió de carácter al final de la faena y se puso en modo protestón. Fue entonces cuando Emilio montó la espada, miró al morrillo y dejó al toro para el arrastre de una monumental estocada. La petición de oreja cobró fuerza y el presidente la concedió. Con ella dio Emilio de Justo la vuelta el ruedo, certificando así la excelente nota que saca en la muy cara evaluación que representa la feria de San Isidro.

Unas verónicas bien dibujadas es lo único destacable de la actuación de Borja Jiménez en el primer toro de su lote. Uno de los que cortaron descaradamente el viaje a los banderilleros, blandeando, además ligeramente de manos y obligando al torero a perder pasos para alejarse del campo minado de la voltereta… o algo peor. Borja abrevió, e hizo bien.

La gran sorpresa llegó en el sexto. Un verdadero torazo de casi 600 kilos de peso que muy pronto enseñó unas calidades y cualidades que hacían presagiar un final de corrida verdaderamente exitoso. Metía en la cara en la bamba de los capas con el hocico rozando la arena, levantando con los hollares de la nariz ese polvillo mágico que acompaña las embestidas de los toros de bandera. Tales excelencias, fueron percibidas en seguida por Borja Jiménez y, sin dudar, se fue a los medios, montera en mano, para brindar al público. A partir de ahí, la Plaza fue un volcán de emociones, un revoltijo de gritos y oles, dedicados a la pareja de baile que formaban un torero magnifico y un toro excepcional. No caben puntualizaciones entre toro, torero y toreo; todo fue medido y preciso, imbuido en la impecabilidad que cubre a la obra el arte del toreo. Fueron dos orejas impepinables para Borja y una vuelta al ruedo, triunfal y lenta, para el de Victorino Martín, coautores de una de las mejores faenas que hemos visto en este largo serial de toros y toreros.

Una tarde de toros que discurría por el tobogán del adocenamiento, tornóse en una jornada imborrable para un nuevo valor de la tauromaquia de nuestros días, y para poner la hebilla del oro más puro que haya en este mundo al ganadero de lidia más emblemático de nuestra reciente historia. Un toro de nombre Milhijas y un torero llamado Borja Jiménez fueron los principales protagonistas de esta bonita historia. El In Memorian de Victorino Martín Andrés, no pudo tener mejor desenlace.